El regreso de la emperatriz

3. La ceguera de la muñeca [Parte 3]

Las cacerías eran enormes reuniones para toda una casta, sin importar el estatus social o el apellido todo mundo estaba invitado. Este tipo de eventos sociales servían para que los jóvenes pudieran destacar y como empujón para que las doncellas pudieran encontrar marido.

El evento iniciaba con la recepción de los invitados, en este caso, Ruth tenía que estar todo el día en la puerta saludando a quien se animara a participar.

Se tenía que preparar una mesa de bocadillos enorme para distraer a las mujeres y niños, de esta manera los hombres se concentraban en la caza.

Una vez que alguien lograra atrapar al animal codiciado se hacía una fogata y la cocinera de la casa se encargaba de azar la carne del animal. Al final del día todos convivían en paz y armonía, o esa por lo menos era la idea que Juliette tenía en un principio de esa clase de eventos.

Solo había participado un par de veces por lo que se podía dar una idea de lo que sucedería.

La primera cacería a la que acudió fue en honor a Madeleine, la chica había cumplido dieciocho años y quería un tapete con piel de lobo. Aquella vez alguien había dañado su silla de montar, provocando que se cayera de este justo en un charco de lodo. Recordaba las risas burlonas de los jóvenes mozos y los cuchicheos de las doncellas.

Otra cosa que no lo benefició aquella vez fue que no sabía montar, Lenora intentaba guiar su caballo pero por el nerviosismo de Juliette, este perdía el control causando más burlas.

Las cosas serían diferentes, podía cambiar el rumbo de todo y contaba con la gran ventaja de tener una ligera idea de los sucesos futuros.

—El traje le queda un poco ancho de la espalda —declaró Lenora mientras se alejaba de Juliette y observaba cómo lucía—. Aún tenemos un poco de tiempo para arreglarlo. —Lenora le ayudó a quitarse el saco y se sentó en el suelo junto a su estuche lleno de hilos y otras cosas de costura.

Esa imagen le trajo otro recuerdo de su vida pasada.

Minutos antes de su boda con Oliver, Madeleine se apareció en su habitación para «felicitarla», cuando Juliette estaba a punto de salir, la pelirroja pisó una parte de su vestido ocasionando que la tela se rompiera considerablemente.

Juliette lo había tomado como un accidente, había preferido creer en las lágrimas de cocodrilo de Madeleine y cuando se había resignado a salir así, Lenora le arrebató uno de los cintos decorativos a uno de los arreglos florales y con ello improvisó una costura.

—Teniendo hermanos pequeños y poco dinero tienes que aprender muchas cosas para tener una vida cómoda —admitió con una sonrisa Lenora—. Para navidad suelo tejerles bufandas, a veces les hago peluches o cuando el frío es muy potente compro retazos de tela y les hago mantas.

Juliette sonrió ante eso, le hubiera gustado nacer en una familia pobre pero unida y llena de amor. De nada le servía ser hija de una acaudalada familia si su padre la aborrecía y su madre se encontraba cautiva en algún sitio.

Pero tenía que ser paciente, recuperaría a su familia y haría pagar a sus verdugos.

—¡Listo!

Decenas de señoritas y respetables esposas se encontraban sentadas en el jardín con sus ostentosos vestidos de seda y sus estorbosos sombreros con adornos florales.

Las mujeres de clase baja permanecían cerca de la mesa de bocadillos, sabían que esa era su oportunidad para deleitarse con extravagantes y finos platillos.

Los niños, en cambio, no les importaba juntarse con otra clase mientras que ambas partes se integraran al juego.

Los hombres permanecían cerca de la periferia del jardín con las salvajes tierras, era fácil reconocer a la clase alta de la baja, en primer lugar por el traje de cacería. Los pobres no podían costearse algo tan quisquilloso mientras que los ricos incluso adornaban el traje con pequeños escudos de oro con los símbolos de su familia.

El segundo punto a diferenciar eran los caballos, era fácil diferenciar a un pura sangre de una raza criolla. Sin embargo, habían hombres de clase baja con algunos caballos que podían describirse como «interesantes». Uno de ellos era un joven de piel tostada, tenía pinta de ser gitano, este llevaba consigo un hermoso corcel azabache. Lo montaba sin silla y el caballo no contaba con herraduras.

El gran botín que se llevaría al afortunado en cazar un zorro era la módica cantidad de quince monedas de oro. Un monto que dejaría una mesa llena de comida por al menos un año a una familia de clase baja pero que solo le interesaba a la clase alta por la medalla que podrían adjuntar a la lista de logros familiares.

—Este será su caballo, joven ama. —Lenora le llevó a Juliette un corcel blanco como la espuma de mar.

—Hola —susurró Juliette mientras acariciaba al corcel.

—Supongo que es la primera vez que monta un caballo, así que...

Juliette frunció el ceño y negó.

—Vengo del campo, sé montar a caballo. —Oliver se demoró cinco semanas en enseñarle a hacerlo, ahora era el momento adecuado de demostrar esas habilidades—. Solo revisa la silla.

Lenora asintió y al instante de mover solo un poco el artefacto este se desarmó.




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