Juliette intentó darle una descripción detallada a Lenora del joven con quien se había topado minutos atrás pero la muchacha no supo darle un nombre o tan siquiera un apellido. Al parecer el escudo del lirio no era muy común en su casta por lo que era difícil determinar la familia de procedencia.
Dejando ese tema de lado, continuaron su camino hacia la dichosa cascada. Juliette tenía la esperanza de que ahí encontraría una cabaña o un pequeño refugio en donde podría estar su madre.
Sabía que ella estaba enferma y descuidada, si no se apresuraba a ayudarla nadie más lo haría y, por ende, ella moriría también en esa segunda vida.
No tenían mucho tiempo para explorar el lugar, el gitano ya había capturado a un zorro y la casería cerraría en tres horas a lo mucho —mientras se les informaba a los participantes y estos regresaban para la clausura—. Si en ese tiempo Juliette no regresaba a casa estaba seguro que su padre sospecharía y eso era lo que menos quería.
Si me descubre, llevará a mamá a otro sitio más alejado.
Un hermoso velo de agua cristalina los recibió, el agua caía con potencia pero elegantemente. Juliette se percató que aun costado de la cascada existía una vereda empinada con la cual era posible llegar a la cima.
—Vayamos por ahí —indicó mientras bajaba de su caballo.
—Si, solo tengamos cuidado de no llegar a tierras del Emperador.
Apenas habían llegado a la cima cuando notaron que alguien se acercaba por el camino contrario a ellos, el que iba de la cima rumbo a los Jardines Imperiales, de inmediato Juliette jaló a Lenora para que ambas terminaran ocultas detrás de los matorrales.
Juliette no tenía la intención de espiar para ver de quien se trataba pero al escuchar lloriqueos y súplicas de una pequeña no dudó ni un instante en mirar.
Observó cómo dos mujeres con vestidos azul celeste arrastraban con dificultad un costal, no tardó en percatarse que en el costal llevaban a alguien.
—¿Qué tan lejos la tenemos que llevar? —preguntó la más joven de las mujeres.
—Ella quiere que la llevemos al mercado negro pero es muy pesada —se quejaba la segunda mujer mientras pateaba el costal, un grito de dolor se expandió con rapidez.
—Arrojémosla por la cascada, nadie encontrará su cadáver.
Juliette frunció el ceño ante tal escena, reconocía los vestidos, eran el uniforme de las niñeras de Myra y de Nicholas: el uniforme de las niñeras Imperiales.
En su anterior vida la Princesa Imperial Isabella Storm había desaparecido el día de su cumpleaños número diez y tras una ardua búsqueda, donde cabe añadir que Madeleine no perdió ni un segundo en decir que era culpa suya por ser un imán de desgracias y que el Emperador desconfiara completamente de ella, nunca fue encontrada.
Para el décimo cumpleaños de la princesa Storm aún faltaban algunos meses por lo que le sorprendía que eso estuviera sucediendo con tanta antelación.
¿Cómo debería reaccionar?
—Joven ama, debemos auxiliarla. —Lenora intentó ponerse de pie, pero Juliette se lo impidió.
—Espera.
—Pero...la van a matar.
—Solo espera —respondió llena de seguridad Juliette.
Las mujeres llegaron a la orilla de la cima y balancearon un par de veces el costal antes de arrojarlo.
—Maldita mocosa, me pateó —gruñó la mayor.
—Regresemos cuanto antes, la Emperatriz ya habrá notado que le falta algo.
En cuanto las mujeres desaparecieron de la vereda, Juliette saltó de los matorrales directo a la cascada, cayendo en picado. Lenora, asombrada por la acción de su ama, corrió cuesta abajo sin saber qué más hacer.
Permaneció en shock por unos segundos cuando Juliette no salió a la superficie, los segundos pasaban y el único acompañante de Lenora era el agudo sonido del agua impactando contra las rocas.
De pronto, Juliette salió llevando consigo el costal, con desesperación lo abrió y se encontró con el angelical rostro de la pequeña Isabella. Con nueve años ya contaba con una belleza magnífica, piel de porcelana, labios frambuesa y sedoso cabello azabache.
Verla le hizo recordar a su pequeña Myra, quien tenía similares características a las de Isabella y un gran parecido con Oliver. A diferencia de Nicholas, que compartía sus dorados cabellos.
Juliette salió de su trance casi al instante, Isabella no despertaba y su piel estaba muy fría, tenía algunos moretones en su rostro producto de la caída.
—¡Maldita sea! ¡No puedes morir! —Juliette comenzó a presionar su pecho con insistencia, una y otra vez pero Isabella no reaccionaba—. Por favor, por favor, por favor...—repetía con insistencia mientras presionaba con más fuerza.
—Joven ama —murmuró Lenora mientras intentaba contener las lágrimas—. Ella...ella ya está muer...
—¡Cállate! Ella no puede, no puede, no puede...
—¡Juliette! —exclamó Lenora llena de furia, Oliver detuvo al instante su fallido intento de reanimar a la princesa—. ¡Si la hubiéramos ayudado cuando pudimos esto...! Esto no estaría pasando.