El regreso de la emperatriz

4. Pluma bailarina [Parte 2]

Ruth corrió a informarle a Misha que el Emperador había hecho acto de presencia, el hombre estaba desconcertado ya que no era común que su alteza asistiera a un evento tan popular como ese.

La música paró cuando los soldados invadieron el jardín y ordenaron que todos los presentes hicieran una fila, Madeleine corrió a las faldas de su madre mientras que Misha fue en busca de su esposa quien se entretenía escuchando a los pequeños jugar a su alrededor.

Carlo, como cabeza de los Grimaldi, esperó al Emperador al frente de todos.

—¡Su majestad! ¡El Emperador Shen Storm! —anunció uno de los guardias, al instante, todos los presentes se arrodillaron ante este. Un hombre que aunque se encontraba en sus cincuentas, imponía mucho respeto y paz para quien lo viera.

Carlo fue el primero en ponerse de pie, le siguió su hijo, su nuera y posteriormente el resto de la casta.

—Es un honor contar con la presencia del Emperador Storm —saludó amistosamente—. Que el buen karma le acompañe.

El Emperador ni se inmutó en contestar el saludo, simplemente ordenó a sus guardias que buscaran por todo el territorio de los Grimaldi.

—Su alteza, ¿qué ocurre? —añadió Misha al ver que la amabilidad de su padre no había servido de nada.

—El tesoro Imperial desapareció —respondió el Emperador haciendo referencia a su hermosa hija.

Todos se mostraron sorprendidos ante tal declaración, era bien sabido que la Emperatriz había tardado en quedar preñada y que la pequeña al nacer se convirtió en la adoración de su padre. Si algo le ocurriese, sería una completa desgracia para todo el Imperio.

—Mis guardias ya han buscado en los territorios del Príncipe Castlemore y en el de los Giacometti.—añadió suavizando su semblante—. Si no aparece aquí...se pondrá una alerta en todo el Imperio.

—Qué desgracia —masculló Ruth.

—Mamá, ¿será que Juliette...? —preguntó Madeleine mientras se aferraba al brazo de su madre.

El Emperador se vio interesado por su comentario así que se acercó a donde ambas se encontraban.

—¿A qué te refieres, pequeña?

—Bueno...su alteza...quizá...

—Habla claro —exigió.

—Juliette es hija del Sr. Misha y ella nació en época de desgracias. Antes de que Juliette llegara aquí nada malo había ocurrido pero ahora...

Carlo le dedicó una mirada llena de resentimiento a Madeleine, le parecía inapropiado que metiera a su nieta en esa clase de asuntos.

—Emperador, no creo que una niña de once años sea la causante de la desaparición de la Princesa —argumentó Alice.

—¿Dónde está Juliette Grimaldi? —Justo cuando el Emperador pronunció su nombre la rubio apareció entre la multitud.

—Emperador, es un completo honor que me llame —saludó Juliette mientras se arrodillaba ante él.

—Puedes levantarte. —Juliette así lo hizo—. ¿Qué le ocurrió a tu rostro?

—Me caí mientras cabalgaba, su alteza —se excusó mientras tocaba la gasa que adornaba una parte de su frente.

—¿Cómo pudo ocurrirte eso? —cuestionó Madeleine sin pena alguna—. Parecía que domabas muy bien al caballo. —Juliette observó a la pelirroja sin expresión alguna—. ¿No será que hiciste algo malo y esa herida es prueba de eso? —finalizó mientras señalaba la herida.

Juliette le regaló a Madeleine una media sonrisa, cuando menos se lo esperó, el Emperador había sujetado su rostro con una de sus enormes manos. Poco a poco aumentaba la presión sobre sus mejillas provocando un potente color carmín en su rostro.

—¿Cuál es la gracia, jovencita? Mi hija, mi única hija, ha desaparecido. No hay gracia alguna.

Juliette se disponía a intentar responder cuando un pequeño bultito se coló entre ellos y se abalanzó sobre ella, causando que terminara en el suelo.

—¡Nene! —exclamó con alegría Isabella.

La pequeña ahora usaba un vestido seco y los moretones de su rostro habían desaparecido, probablemente con la ayuda de una considerable capa de maquillaje.

—¿Nene? —preguntó Juliette confundida.

—¡Su majestad! ¡La Emperatriz Alessia Storm! —Todos los presentes se arrodillaron de nueva cuenta, menos Juliette, quien aún tenía que lidiar con los amorosos abrazos de Isabella—. ¡Su alteza, la Flor Imperial! ¡La Princesa Isabella Storm!

El Emperador observó sorprendido a su querida Isabella, por la sorpresa cayó de rodillas trayendo la atención de su hija.

—¡Papá! —Isabella pasó de estar sobre Juliette a estar sobre el Emperador.

—¿Dónde te habías metido, pequeña? —preguntó Su Alteza mientras acariciaba el cabello de Isabella.

—La princesa se había quedado dormida en el laberinto —aclaró una armoniosa voz, la cual le pertenecía a una hermosa mujer, quien atrajo la vista de todos los presentes.

—Ya veo, tendremos que revisar mejor la próxima vez.

La Emperatriz, cuya belleza era comparable con la de una ninfa, se acercó a donde Juliette se encontraba —aún en el suelo— y le regaló una hermosa sonrisa.




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