El regreso de la emperatriz

5. Escenario invernal [Parte 1]

La cabaña era pequeña, con el espacio suficiente para un catre, un viejo hornillo y una mesa de madera. Sobre dicha mesa había una caja con diversos utensilios, como herramientas, botellas vacías o latas de comida enlatada, pero en esencia todo estaba cubierto por una fina capa de polvo.

Lenora fue la encargada de colocar al moribundo joven sobre el sucio catre, al instante, Juliette buscó en la caja algo que le sirviera para atender al desconocido. Sólo encontró una botella medio llena de alcohol y algunas viejas vendas, también tomó una sucia vasija.

—Necesito agua, tengo que lavar sus heridas antes de curarlo.

—Hay un pozo atrás pero considero que primero debemos dar aviso al doctor —aconsejó Lenora.

—Entonces ve por él. — Juliette le echó un vistazo al joven—. Si lo descuidamos por más tiempo...dudo que sobreviva la noche.

Lenora de inmediato acató la orden de Juliette, mientras tanto, esta se dio a la tarea de limpiar lo mejor posible la ensangrentada piel del joven.

Con cada mancha menos de sangre, Juliette dejaba al descubierto una pálida zona de piel alba, eso sin contar los moretones púrpura que también la adornaban. Pudo deducir que la diferencia de edades entre ambos no era mucha, con suerte el chico tendría unos catorce años. Eso le causaba intriga ya que quería descubrir qué asuntos tan importantes y delicados existían entre él y la desdichada Olivia Giacometti como para que esta decidiera eliminarlo del mapa.

Cuando Lenora regresó con el doctor no fue necesario que Juliette le dijera a este que mantuviera discreción ante tal asunto.

—Jovencita, eres tan parecida a tu abuelo y padre aunque no lo creas. De jóvenes tu, abuelo me pedía ayuda para curar pajarillos y otros animales que se encontraba heridos durante sus paseos. Tu padre, en cambio, me pedía que atendiera sus heridas producto de peleas callejeras que tenía casi cada semana sin que su padre se enterase. Y ahora tú, Juliette Grimaldi, me pides que ayude a una persona diferente desde tu llegada. Así que mantente tranquila, que sé mucho sobre guardar secretos.

El doctor determinó que el joven tenía varias costillas rotas y que alguna de ellas había causado una hemorragia interna por lo que era urgente operarlo pero dada la clandestina situación en la que se encontraban tuvo que improvisar dicho método con lo que estaba a su alcance con el riesgo de causarle una infección.

Juliette y Lenora permanecieron fuera de la cabaña todo ese tiempo ya que Juliette se rehusaba regresar a casa hasta no saber que el joven estaría bien

Justo cuando el crepúsculo llegó, el doctor salió con buenas noticias, la improvisada operación había sido un éxito. En ese momento Juliette solo le dio las gracias al anciano y se fue, sabía que su desaparición le traería problemas con su padre pero estaba dispuesta a enfrentar las consecuencias.

Solo fue capaz de dejar a su caballo en el establo cuando un repentino golpe la hizo caer.

—No creí que tuvieras las suficientes agallas para pararte de nuevo en mi casa —pronunció con severidad Misha—. No puedes desaparecer y después regresar esperando que te den la bienvenida con los brazos abiertos.

No solo él se encontraba ahí, también Ruth, Madeleine y un par de sirvientas. Una de ellas era joven, mantenía la mirada en el suelo mientras que la otra era robusta, de edad media y observaba a Juliette con una sonrisa burlona dibujada en su rostro.

—Y tú —añadió Misha dirigiéndose a Lenora—. Para tu desgracia eres propiedad de esta mocosa, las malas decisiones que ellas tome serán tuyas pero, como me siento bondadoso el día de hoy, te daré la oportunidad de desmentir los rumores que corren por la casa.

Con una señal le indicó a la sirvienta más joven que se acercará más.

—Esta sirvienta asegura que anoche la mismísima Princesa Imperial tuvo el atrevimiento de visitarnos, pero su visita fue encubierta por alguien más del servicio. ¿Sabes la gran falta que es no informarme de dicho acontecimiento? Así que dime, ¿fuiste tu?

—Si, señor. Yo fui quien pidió que no se le informará —respondió Lenora con voz firme y serena.

Juliette no tuvo tiempo para reaccionar, de un momento a otro Lenora ya se encontraba en el suelo, boca abajo, siendo azotada por el látigo de cuero de su padre. Lo que más le inquietaba de esa escena era la serenidad que reflejaba el rostro de su terrible progenitor, no había ni una pizca de emoción alguna.

—¡Padre, para! ¡Lenora no tiene culpa alguna! —suplicó mientras intentaba detenerlo, poco le sirvió ya que la diferencia de fuerza era tremenda y solo le bastó al mayor darle un suave empujón para que regresara al suelo.

—Ruth, encárgate de castigar a la mocosa —finalizó cuando Lenora ya había quedado inconsciente.

Misha acomodó de forma exagerada las mangas de su traje, dio media vuelta y regresó a la casa. Mientras que Juliette fue sujetada por la sirvienta robusta y escoltada hasta su habitación.

—¡No pueden dejar a Lenora así! —objetó—. ¡Necesita que alguien atienda sus heridas!

Ruth ignoró dicho comentario, ni siquiera tuvo la delicadeza de mirarla, se concentró en llegar a la habitación de Juliette. Una vez ahí, ordenó a la sirvienta más joven que se llevara todas las sábanas y cobertores, tanto los de la cama como los que se encontraban guardados en el armario. Dicha orden desconcertó aún más a Juliette, no tenía lógical.




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