El regreso de la emperatriz

5. Escenario invernal [Parte 2]

La luz de una vela bailaba por arriba de su visión, ahogadas voces resonaban de fondo y borrosas sombras se elevaban ante ella. Una suave mano tocó su frente, después una reconfortante calidez envolvió su cuerpo y al final nada, la oscuridad se volvió a apoderar de ella.

Las horas pasaron y la incomodidad que la fiebre provocaba fue desapareciendo, solo así pudo descansar por completo y a primera hora del día siguiente despertó. Lo primero que notó fue una confortable manta de piel de leopardo que cobijaba su cuerpo, lo segundo fue a una chica que entraba en su habitación con algo en sus manos, tuvo que esperar que su visión fuera más nítida para sentarse y observar mejor a la señorita.

—Buenos días, has despertado justo a tiempo. He preparado sopa de pollo, estoy segura que con eso recuperarás tu fuerza.

—Tu...

—Lamento que nos tengamos que volver a ver en estas condiciones.

—Gabrielle Dupont, ¿cierto?

Gabrielle asintió con entusiasmo mientras se acercaba hacia ella, usaba un deslumbrante vestido magenta que hacían juego con las oscuras bolsas debajo de sus brillantes ojos.

—¿Pasaste aquí toda la noche?

Gabrielle no respondió, su sonrisa lo decía todo. Cosa que le sorprendía a la joven Grimaldi, de todas las personas del mundo ella era la que menos se esperaba que fuera a su rescate.

—Pero, ¿por qué?

—Dejemos las preguntas para después, ahora necesitas comer.

De la nada la puerta se abrió estrepitosamente, Madeleine apareció y de un manotazo provocó que la sopa que Gabrielle traía en mano cayera al suelo.

—¡Tiene prohibido comer! —objetó la pelirroja.

Gabrielle no respondió, solo bajó la mirada y cerró los ojos. La expresión de repulsión de Madeleine no se hizo esperar pero, para sorpresa de Juliette, desapareció al instante.

—[Añadir diálogo]

—Todo lo que dices no tiene fundamento.

Juliette esperaba que Gabrielle se defendiera pero ella simplemente se mantenía ajena a esa escena como si estuviera esperando desaparecer mágicamente de allí.

—No tienes por qué molestarte. ¿Acaso no ves que intento protegerte, querido Juliette?

—Vieja bruja —masculló.

Madeleine sonrió y llamó a su servidumbre, le pidió a su sirvienta de mayor fuerza que sostuviera a Gabrielle.

—Es despreciable que quieras aprovecharte de los Grimaldi —argumentó Madeleine mientras se preparaba para darle una bofetada a Gabrielle.

—¡Para! —bramó Juliette.

La mano de Madeleine se movió con una rapidez admirable pero no impactó contra el delicado rostro de la heroína de Juliette, de hecho, fue detenida a mitad del camino por el fuerte brazo de alguien más.

—No te atrevas a tocarla.

Juliette sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al escuchar esa serena y fría voz expandirse por el lugar, la cara de Madeleine solo mostraba sorpresa y descontento mientras que Gabrielle se mostraba más relajada.

—¿Quién eres tú? —preguntó la pelirroja mientras se soltaba del agarre del inesperado visitante—. Has entrado sin invitación, eres un intruso. Así que espera a que el Señor Grimaldi se entere de esto.

—Justamente quiero eso. Que el señor Carlo Grimaldi se entere lo sucedido. —Madeleine se mostró preocupada al instante, el chico tuvo el atrevimiento de invadir su espacio personal y sujetó su mentón atrayéndola hacia él—. Me pregunto qué opinará al enterarse que su única nieta fue encerrado durante varios días mientras estaba enferma. O cuando sepa que se le negó el alimento y la asistencia médica gracias a un absurdo castigo. Dígame, señorita Madeleine, ¿usted qué cree que opine?

Esa escena dejó anonadado a Juliette, el chico que había encontrado en el bosque, el mismo que fue ayudado por ella cuando Olivia ordenó matarlo, lucía como un completo Príncipe Oscuro. Su elegante traje negro, digno de la realeza, solo destacaba más su turmalina cabello peinado cuidadosamente hacia atrás, dejando únicamente como muestra de color sus cobrizos ojos y el peculiar escudo de lirio.

En ese momento no tenía ante él a dos personas discutiendo sino que había un majestuoso cuervo acorralando a una venenosa serpiente gracias a las propias desdichas que esta había provocado.

Y de alguna manera eso le irritaba, se sentía vulnerable a comparación del joven que extrañamente mantenía la calma.

—Váyanse de aquí cuanto antes y si no quieren problemas futuros será mejor que se mantengan al margen de esto —declaró finalmente Madeleine apartándose del amenazador joven.

En cuestión de segundos la pelirroja, junto a su servidumbre, desapareció de la habitación dejando solos a Juliette, a Gabrielle y al joven del cual aún se desconocía su nombre.

—¿Estás bien? —preguntó el joven a Gabrielle.

—Debí tener más cuidado.

—Tsk, si ibas a aparecer...¿por qué no lo hiciste antes? ¡Ella pudo haber dañado a Gabrielle! —exclamó Juliette llena de rabia.




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