Nota: Probablemente haga varios cambios en este capítulo en la siguiente versión de la historia, aviso para que lo tomen en cuenta.
La nieve cubría cada centímetro de ese abandonado laberinto, poco a poco ambos niños desaparecieron tras los enormes muros recubiertos de plantas que lo formaban. Juliette quedó atrás, solo se guiaba por las huellas del azabache para saber a dónde ir.
—¿Has escuchado acerca de esa* guerra? —La voz del mayor resonó a la distancia haciendo que Juliette aumentará su velocidad en un intento de alcanzarlo.
—La guerra entre Alanis y Tarab —respondió segura de su respuesta.
Esa guerra era la única que había enfrentado Alanis en toda su historia como Imperio, en aquella devastadora guerra murieron millones de personas, pero el conflicto no se resolvió gracias a la fuerza bruta.
Según las leyendas, la Princesa Alanis y el Príncipe Tarab se interpusieron entre los ejércitos, ambos proclamaron que si sus patrias atacaban ellos serían los primeros en morir. Tras eso, poco a poco los soldados se fueron retirando hasta que la princesa y el príncipe quedaron solos, después regresaron a la capital de su respectivo Imperio y dieron el siguiente mandato:
«Quien se atreva a cruzar en los próximos años la frontera estará rompiendo los acuerdos de paz, desatando así un nuevo conflicto bélico».
Los Imperios tomaron el nombre de los príncipes que cesaron el conflicto y respetaron su palabra, pero, al morir estos, no supieron si ya era momento de relacionarse con sus vecinos y, con el temor de desatar una nueva guerra, ambas naciones se ignoraron por completo.
—No, ese no.
Juliette frunció el ceño, en toda la historia de Alanis esa era la única guerra que había protagonizado, así que no tenía idea alguna de a qué guerra se refería Dominic.
—Hace casi veinte años hubo un enorme conflicto con dos naciones que están al otro lado del mar. —Se apresuró a decir el mayor.
Juliette imaginó que era un ave y volaba hasta la costa, para después viajar por todo el mar y llegar hasta donde estaban aquellas naciones.
—Una de esas naciones era Saudade «La nación de las muñecas» —continuó Dominic—. O por lo menos yo lo llamo así, ahí viven personas hermosas imitando la fantasiosa belleza de una muñeca. Y todo el lugar está rodeado de flores, diversas y exóticas flores.
De pronto, Juliette ya no se encontraba en medio del laberinto, imaginaba estar en una soleada ciudad donde las muñecas se movían y las flores hablaban.
Quizá era el hecho de que volvía a tener once años y que desbordaba imaginación o, tal vez, era su forma de ir asimilando la información que Dominic le proporcionaba, pero se alegraba de poder imaginar con detalle y de forma exagerada lo que el mayor le narraba.
—La otra era Orenda, una nación que quería apoderarse de la belleza de Saudade.
—¿Y qué tiene que ver Alanis en todo esto? —objetó Juliette.
Una vez que dijo eso chocó contra él, Dominic se había detenido de la nada a mitad del laberinto, Juliette estaba a punto de decirle algo descortés, pero se detuvo al ver lo que este estaba mirando.
«Añoramos un futuro que no podemos obtener».
Esa frase se encontraba pintada en uno de los muros del laberinto, Dominic explicó que sólo se podía ver durante invierno ya que el resto del año la vegetación la cubría.
—Deberías preguntarle a la Sra. Alice sobre eso —finalizó después de varios minutos.
Juliette se acercó hasta aquel bestial muro y repasó con los dedos cada una de las letras que le adornaban, la caligrafía era hermosa y delicada, dedujo al instante que eso había sido obra de alguna doncella, pero seguía sin poder entender la finalidad.
Dominic lo había dicho, el pasado no les pertenecía así que las creencias de las personas de aquellos tiempos tampoco, si quería añorar un fantasioso futuro podría hacerlo, si quería cambiar los sucesos futuros también, no había nada que se lo impidiese. O, ¿sí?
⚜
Había algo llamativo en aquella niña rubia, algo enigmático en sus ojos, como si fuera un acertijo para el cual Oliver hubiera nacido para resolver. Desde su mirada de soldado hasta la asustadiza forma en la que huyó de su presencia, eso lo hizo sentir como un cazador en medio del bosque y la vio a ella como la representación de un ciervo.
Tenía más de trece años en un duro entrenamiento para convertirse en caballero real y ese día fue la primera vez que se sintió con un aura asesina, como si su simple presencia representara una amenaza para el resto.
Esa sensación le daba repelús, él no quería ser un caballero que cumpliera sangrientas enmiendas, él quería ser un héroe como su padre y salvar a su casta aunque eso le costase la vida.
Pero la actitud de aquella niña le decía lo contrario, le gritaba en silencio su verdadera naturaleza.
Asesino.*
Un nudo se formó en su corazón, no entendía porque se sentía así, como un cruel tirano con la capacidad de hacer perecer con la mirada, la melancolía se apoderó rápidamente de su inocente rostro y una horda de lágrimas comenzó a desplazarse por sus mejillas.