El regreso de la emperatriz

7. El Príncipe de hielo.

Había sido una noche dura en todos los aspectos posibles, una tormenta de nieve, el secuestro de Alice y Juliette por los gitanos, los niveles de pobreza incrementando, su padre enfermando...

Misha sentía que la presión sobre él iba incrementando a zancadas, su única motivación era Alice, su bella Alice, la única mujer que amaba.

Por ello, cuando el gallo cantó y tres golpes secos resonaron en la entrada principal de la mansión, no dudó ni un segundo en él mismo abrir la puerta. Su vista se inundó con la imagen de Alice siendo socorrida por Juliette, por un segundo no sintió el tan normal repelús que le inundaba cada que veía a la niña.

Rodeó a su mujer con los brazos y la cargó mientras llamaba a gritos a la servidumbre, Alice se estaba congelando y era de suma importancia aumentar su temperatura corporal cuanto antes.

—No te preocupes por mí —susurró la mujer mientras era dejada en uno de los sofás de la sala—. Juliette...—Alice estiró su mano en busca del contacto de la pequeña.

Tal acción hizo que Misha recordará la presencia de Juliette, al girarse se encontró con que ella también temblaba por el frío invernal, enormes ojeras adornaban la parte inferior de sus ojos y su cabello se encontraba un poco desordenado.

En ese momento Misha, por alguna extraña razón, pudo ver un poco de Alice en ella.

—Juliette —repitió Alice pero esta vez en voz alta. Juliette caminó hasta ella y sujetó su mano, no dijo palabra alguna, simplemente se quedó a su lado.

Amelie entró a la sala unos segundos después con mantas, colocó una primero sobre los hombros de Juliette y el resto sobre Alice. Antes de irse posó su mano por unos segundos sobre la cabeza de la pequeña, mostrándose más aliviada por su regreso. Ese tipo de gestos secretos por parte de su tía le alegraban, era el amor familiar que necesitaba sentir.

—¿Cómo fue que escaparon? —preguntó Misha atrayendo la atención de Juliette. Al girarse se percató que la servidumbre ya había encendido la chimenea y que Alice había conciliado el sueño.

No sabía qué, pero había algo que lo hizo distraerse, no era un pensamiento pero si una sensación, algo extraño.

—No escapamos, los gitanos nos dejaron ir. Incluso nos mostraron el camino de regreso... —Juliette cesó sus palabras al ver la expresión en la cara de su padre, era una llena de desaprobación.

Juliette soltó la mano de Alice, sin querer se había mostrado blanda, hablar de los gitanos de esa manera tan suave no le traería ningún beneficio. La sensación regresó y al fin pudo compararla con algo, se sentía como si acabara de despertar, no sabía a ciencia cierta si se sentía así por su charla con la vieja bruja o por el simple hecho de que, por unas horas, se sintió libre.

Los gitanos y sus costumbres la hacían sentir libre, no se comparaba en nada su vida con la de ellos. Estar con ellos la hacía... feliz. La clase de felicidad que sólo había experimentado al estar con sus pequeños, la clase de felicidad que es arrebatada.

—¿Dejarlos ir de noche? ¿Durante una tormenta de nieve? ¡Esos salvajes!

Juliette quería objetar, quería decirle a su padre que Alice había insistido en regresar durante la noche, quería excusarse, pero defenderse de esa forma lo hacían recordar lo tan miserable que fue en su anterior vida.

Era un nudo de emociones y torbellinos, no quería dar una respuesta errada así que simplemente guardó silencio, pero mantuvo la mirada fija en su padre.

Misha caminó hacia ella, Juliette ya sabía con qué intención, golpearla. Su padre no sabía nada más, parecía que los golpes eran su única solución. Juliette no estaba de humor así que cuando la mano de su padre se alzó, la detuvo a centímetros de que tocara su rostro.

—¿He sido culpable de ello? —preguntó entre dientes. Misha mostró sorpresa por unos segundos y después se alejó abruptamente de ella.

—Mi padre... Tu abuelo no se encuentra bien, la noticia de su secuestro lo afectó demasiado, ve a visitarlo.

Juliette asintió y salió de la habitación.

Misha no quitó la mirada de ella mientras salía, de nueva cuenta, por un segundo, vio a Alice reflejada en su rostro.

«¿He sido culpable de ello?».

La pregunta resonó en su mente como un ruido sordo, cerró los puños y golpeó la pared. Un poco más, sólo tenía que esperar un poco más y se olvidaría de Juliette para siempre.

Juliette permanecía sentada a un costado de la cama de su abuelo, observándolo en silencio, recordando el día en que este había fallecido y lo vacía que se había sentido tras su partida

La respiración de su abuelo era sutil, apenas perceptible, el más notable rasgo de vida era la calidez de su piel, lucía preocupado. Aún en sueños se preocupaba por su familia.

—Hoy conocí a los gitanos...—se animó a hablar—. Mientras estuve allí pude ver lo tan unidos que son, todos forman una gran familia... Abuelo, ¿soy merecedora de formar parte de esta familia?

La mano de su abuelo se extendió hasta su mejilla, Juliette no lloraba así que no había lágrimas que limpiar pero el gesto le reconfortó.




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