El regreso de la emperatriz

9. No llores [Parte 2]

Realmente odiaba esas reglas invisibles, ¿acaso había una que te obligaba a desayunar con las dos arpías que te han hecho daño por años?

Al parecer sí.

Cuando Juliette bajó al comedor pensó que sólo se encontraría con su abuelo, quizá con Alice y su padre ya que cuando había una discusión entre ellos solían desayunar juntos, pero jamás imaginó encontrarse con Ruth y Madeleine.

Ruth lucía como siempre, incluso más indiferente de lo usual ya que ni se dignó a mirarla cuando ella y Lenora entraron. Madeleine, por su parte, lucía ojos rojizos y bolsas negras debajo de sus ojos, ni siquiera se había tomado la molestia de arreglarse adecuadamente, simplemente había bajado con su camisón y luciendo su despeinada cabellera roja.

Juliette saludó a todos los presentes como de costumbre, restándole importancia al suceso de la noche anterior, los únicos en responderle fueron Alice y su abuelo, también Amelie considerando que ella estaba sirviendo jugo de naranja y sólo tuvo oportunidad de sonreírle.

Lenora fue la encargada de servirles el desayuno, mientras la comida era puesta en los platos, Misha se puso de pie con la intención de dar un anuncio.

—Desde hoy desayunaremos, comeremos y cenaremos juntos, como la familia que somos.

Juliette contuvo las ganas de reír, era un total acto hipócrita nombrar eso como familia, simplemente eran personas obligadas a convivir, nada más.

Todos asintieron sin objeción alguna, aunque Misha luciera calmado podía estallar una nueva discusión en cualquier momento, era mejor irse con cuidado.

—¿Puedo preguntar cuál fue el castigo para Madeleine? —musitó Juliette en dirección a su padre, este la observó con el ceño fruncido, pero no dijo nada.

Madeleine rompió en llanto otra vez.

—Dudo que tu vago intelecto te dé para comprenderlo...—bramó Ruth molesta, pero manteniéndose al margen de gritar— ... a Madeleine se le arrebató la oportunidad de estudiar en el extranjero junto a los príncipes de las Castas, una oportunidad así no surge cada mes.

Juliette observó a Madeleine por unos segundos, después posó la mirada en su plato y sonrío.

Ella tiene que sentir lo que yo sufrí en su momento.*

—¿Supongo que el dinero para la colegiatura, el hospedaje y demás gastos lo daría mi padre?

Ruth asintió.

Alice tomó con fuerza la mano de Juliette y por lo bajo le dijo:

—No cometas una locura.

Juliette negó, alzó la vista y miró a su abuelo sonriendo dulcemente.

—Abuelo, ¿podrías financiar los estudios de Madeleine en el extranjero?

Lenora soltó la vasija de fruta que sostenía al escuchar ese comentario, su abuelo casi se atragantó con su té, mientras que su padre, Madeleine y Ruth la observaron estupefactos.

—Pequeña, tú puedes hacer disposición del lugar de Madeleine en la academia. Visto que Misha no piensa darte una adecuada instrucción yo puedo...

Juliette negó manteniendo su angelical sonrisa.

—Querido abuelo, usted mejor que nadie sabe que ni siquiera leo apropiadamente. Ir al extranjero, en compañía de sus altezas reales conlleva una gran responsabilidad. Me sentiría mal si por mi escasa educación los dejase en mal.

Alice negó repetidas veces dando seña de que estaba en contra de su comentario.

—Juliette, para eso precisamente irías. Para recibir una formidable educación, errar es parte de aprender.

Madeleine observó a su madre suplicante, en verdad ansiaba ir a estudiar fuera del Imperio. Ruth negó ante la mirada de su hija y se limitó a observar en silencio.

—Estoy segura que Madeleine tiene una buena razón para ir, ¿cierto? —preguntó Juliette observando directamente a los ojos de la pelirroja.

Ella asintió y espontáneamente corrió a arrodillarse frente a Carlo.

—Se lo ruego, le juro que sacaré las mejores notas de mi clase, le traeré honor y buen karma a la familia. Sólo... sólo tiene que darme su bendición.

Carlo la observó por unos segundos para después observar a Juliette, su nieta era una tonta al pedir eso para Madeleine, pero si era lo que deseaba seguramente la vida se lo compensaría con felicidad.

—Bien, bien... Te dejaré ir. —La joven dejó escapar un grito de felicidad y se abalanzó a los brazos de Carlo—. Pero, dime, ¿qué es lo que te causa tanta ilusión? ¿Por qué quieres ir precisamente al extranjero a estudiar? La profesora que te da clase es una de las mejores.

Madeleine rompió el abrazó y observó apenada a Carlo, después tomó asiento en una de las sillas vacías de su costado y sonrió.

—Mi motivación no es algo, es alguien.

Juliette tenía una ligera idea de lo que vendría, pero no apartó la vista de ella, quería recordar su rostro lleno de ilusión y amor.

—Ya veo, ¿se trata de un joven caballero?

La Bradford asintió repetidas veces mostrando una hermosa sonrisa.




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