Cassandra
Cerré la puerta de un portazo, sintiendo cómo la indignación me subía por la garganta. No fue para llamar la atención, sino porque necesitaba descargar toda esa rabia que me estaba devorando viva.La oficina, al final del pasillo, era un rincón olvidado donde el polvo había ganado la guerra hacía años. Nadie entraba ahí, lo cual la convertía en el escondite perfecto para lo que necesitaba: un lugar donde maldecir en paz.
Me dejé caer en una de las sillas cubiertas por sábanas blancas. El silencio me envolvió, y por un momento me quedé quieta, intentando calmarme. Después de unos minutos, abrí las ventanas. El aire fresco entró con olor a campo… y recuerdos que me golpearon como una bofetada.
Aquí había cenado, estudiado y pasado interminables veranos sintiéndome prisionera, obligada a convivir con personas que me recordaban todos los días que yo era “la hija de la otra”. El día que me fui de esta casa había jurado no volver… pero aquí estaba, otra vez con el mismo apellido colgando como una cadena alrededor de mi cuello.
Saqué el celular buscando una señal de esperanza —un mensaje, una entrevista, cualquier cosa—, pero no había nada. Solo facturas vencidas y publicidad inútil.
—Perfecto, Cassandra… atrapada otra vez en este infierno —murmuré con esa risa seca que uso cuando no quiero llorar.
Antes de perderme más en mis pensamientos, fui a ver a mis hijos. Estaban en la cama, riendo con la tablet en las manos.
—Quédense aquí un rato, ¿sí? —les besé las mejillas—. Voy a estar al final del pasillo limpiando, si quieren algo solo vayan allí dejaré la puerta abierta.
—¿Podemos comer de las golosinas, mami? —preguntó Dilan.
—Claro, pero si quieren algo más, me avisan y lo preparo.
Volví a la oficina y empecé a limpiar. Sacudí muebles, barrí, quité telarañas. No sé por qué, pero sentía que quería recuperar este lugar. Tal vez porque era el único rincón de la casa donde alguna vez me sentí en paz.Una hora después, ya estaba casi todo en orden. Me acerqué a la ventana para limpiar el vidrio… y lo vi.
Allí, en la piscina, un hombre musculoso estaba peligrosamente cerca de mi “querida” hermana. Rita se inclinaba hacia él, su mano en su pecho desnudo, riendo como si acabara de ganar la lotería. Sus ojos se alzaron y se encontraron con los míos. Maldije y cerré las cortinas de golpe, pero cuando giré hacia la puerta, ya era tarde.
—No te atrevas a confundir las cosas o a inventar rumores —escupió Rita, apareciendo en el pasillo—. Solo estaba charlando con un amigo…
Solté una risa lenta y peligrosa.
—Rita, lo que hagas con tu matrimonio me importa menos que el clima. Pero no me amenaces. Ya no soy la estúpida que manipulabas para que todos me marginaran. Y si tú no tienes vergüenza para respetar tu casa, no me vengas a hablar de moral.
La empujé a un lado y entré en mi habitación. Mis hijos seguían riendo como si nada, y me recordé que ellos eran la única razón por la que estaba aquí. Me tumbé con ellos y, sin darme cuenta, nos quedamos dormidos.
Cuando despertamos, era más de las tres. Preparé algo de comer, agradeciendo no haberme cruzado con nadie. Sabía que debía buscar trabajo pronto, pero en este pueblo las opiniones volaban… y ninguna a mi favor.
Por la noche, me arrastraron al comedor. La mesa estaba impecable, la comida humeante… pero el ambiente helado. Mi padre intentaba hacer como si fuéramos una familia normal.
—Estuve pensando que podrías ayudar un poco en la fábrica —dijo, sirviéndose vino—. Incluso encargarte de algunas tareas administrativas.
—¡¿Qué?! —saltó Rita—. Papá, ella no tiene derecho a trabajar en la empresa de mamá. ¡Es la hija de esa mujer que nos destruyó!
—¡La empresa la levanté yo! —gruñó él golpeando el brazo de su silla de ruedas—. Tu madre nunca movió un dedo. Y tú, Rita, apenas puedes manejar la tienda del pueblo, así que no opines—Rita apretó la mandíbula con rabia antes de sentarse una vez en su lugar.
—Esta es mi casa, mi herencia. Ella es una aparecida que viene a chuparnos el dinero.
—Tu llevas toda la vida haciendo eso —respondió él con dureza—. Quiero usar el poco tiempo que me queda para enmendar errores con mi otra hija—miró a Dalton— tu chico me has demostrado ser bastante capaz—dio un ligero apretón al hombro de su yerno— A pesar de que las cosas con Cassandra fueron… complicadas, confío en que no se repetirá y sé que tú la ayudarás a adaptarse bien.
Dalton me miró como si preferiría tragar vidrio antes que aceptar, aquello me pareció irónico porque yo debería ser quien pusiera aquella expresión.
—No quiero trabajar con él —corté, fríamente—. Tampoco en tu fábrica. Sé ganarme la vida sola, no quiero anda de esta familia.
—No creo que pudieras hacerlo el todo bien si terminaste aquí, ahora mismo no tienes opciones —replicó mi padre—. Y quiero pasar tiempo con mis nietos. En lo que los papeles para comenzar en el colegio donde estudiaron tú y tu hermana estén listos.
—No—Negué de inmediato ante aquellas palabras— mis hijos estudiarán fuera de este pueblo, hay un colegio público en la ciudad junto a esta.
—Un colegio público no les dará buena educación, y son dos horas hasta la otra ciudad —dijo—. No puedo moverme para verlos.
Rodé los ojos. Tenía dinero suficiente para tomar un tren si quisiera. Pero no dije nada porque sabía que tenía razón y mis hijos merecían lo mejor. Así que solo asentí antes de hablar con resignación.
—Está bien —confirmé—. Voy a ceder otra vez, como siempre que sigues manipulando todo a tu antojo.
—Te lo dije: perro viejo, malas mañas —sonrió—. Ahora, dime, ¿quién es el padre de mis nietos?, me da mucha curiosidad saber como fue que terminé teniendo dos…
Editado: 18.08.2025