El reino de las bestias

2. Las puertas

—Es muy temprano aún —gruñe una voz tras de mí. Me giro y me encuentro con Liano, mi mejor amigo, apenas despierto. Solo logra abrir un ojo por completo y lleva su cabello abundante y rizado recogido en un moño penoso—. ¿Estás preparada, Tori?

—Parece que más que tú —replico, señalando su peinado—, ¿por qué dices que es temprano si siempre han preparado la zona antes? ¿No te parece extraño? Ya deberían llevar horas preparando nuestra entrada.

Chasquea la lengua.

—Tienes razón —responde, refregándose los ojos. Mira a su al rededor como si la respuesta fuese a aparecer entre la gente.

—¿Acaso dormiste algo?

Liano suelta una carcajada fuerte que hace que la gente de alrededor nos quede mirando. Hoy no es día de risas. Estira sus brazos para ayudarme a bajar de la roca como si fuese una niña pequeña, pero yo sola de un salto lo logro.

—Es que yo soy muy genial y no necesito ayuda. —Se burla, imitando mi voz. Lo empujo con el brazo—. Dormí mucho, ese es el problema —susurra. Al lado de él me veo como su hermana pequeña aunque solo tiene tres años más.

—Que suerte… yo apenas lo hice.

—Supongo que vienes con todas las energías para cazar y ser la mejor —dice, con seriedad fingida y no puedo evitar soltar una risita, aunque rápidamente la reprimo.

—Shhhh —lo reprendo. Lo cojo del brazo para avanzar hacia las duchas—. No sé que haría sin ti.

—No te verías tan pequeña. —Se encoge de hombros.

Bufo y ruedo los ojos.

—Me refiero a la supervivencia. —Somos del mismo equipo, y compartimos la ansiedad por la libertad, así que funcionamos muy bien luego de pasar la puerta de la red—. ¿Qué zona crees que abrirán?

Tengo mi brazo envolviendo el de él, así que siento cómo sus músculos se tensan bajo mis dedos. Subo la mirada y veo que tiene la expresión endurecida, de quien trata ocultar todo tipo de emoción. Me distraigo con el llanto de un niño pequeño que corre frente a nosotros, y de reojo veo que Liano se rasca la parte de atrás de la cabeza. Me oculta algo.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde que mi pregunta quedó flotando en el aire, sin embargo, me permito por unos minutos ser ignorante, porque lo que estoy pensando no puede ser. Cierro los ojos y me dejo llevar por sus pies. La imagen de mis padres y Bryan aparece frente a mí. Abro los ojos y le doy otro empujoncito a Liano. Ya quiero saber.

—La siete —susurra. Asiento con la cabeza, sin sorprenderme tanto, como si dentro de mí lo hubiese sabido todo el tiempo a pesar de que en mis veintiún años nunca se haya abierto esa puerta. Trago saliva, las probabilidades de morir han aumentando drásticamente.

Sospecho que mi papá debe haber oído lo mismo y por eso está tan preocupado por mí, por eso tuvo que despedirse otra vez y se veía tan perturbado.

Cree que moriré y no puede hacer nada. Absolutamente nada.

Siento que mi garganta se cierra y no encuentro las palabras, no sé qué decir. No sé que siento. ¿Tengo miedo? Sé que soy fuerte y que Liano también lo es. Aunque digan que nunca nadie ha vuelto de la zona siete, creo que nosotros podemos. O quizás solo me estoy convenciendo.

—Podemos hacerlo —murmuro, recordando cómo nos ha ido en las supervivencias. Nos ha ido bien y ninguno de nosotros ha sufrido heridas graves. Y lo más importante, volvemos con la sensación irremplazable de libertad.

No tenemos permitido ir más allá de la muralla si no es en supervivencias. Allí nadie nos observa, nadie nos reprime, nadie nos grita. Solo tenemos que cumplir con nuestro rol dentro del equipo y volver con los requerimientos de la misión. Si no lo logramos, entonces el equipo es enviado de nuevo al siguiente lunes. Y a pesar de que me gusta ir, dos semanas seguidas es demasiado para estar allá afuera.

Así que sí, más allá de la muralla hay grandes peligros, como las bestias, pero también está la libertad. Y la verdad, prefiero sentir esos días de libertad a estar toda mi vida en una ciudad que vigila todos nuestros pasos. Neferit es nuestro hogar, pero también nuestra cárcel porque es una ciudad hecha de reglas inquebrantables. No puedes hacer ni ser lo que quieras; tienes que dedicarte a lo mismo que tus padres: yo podría ser panadera como mi madre o trabajar la madera como papá. ¿Quieres hacer otra cosa? Está prohibido. Lo llamativo también están prohibido: peinados, ropas, colores, y todo lo que destaque a una persona por sobre las otras. Por eso, Neferit es principalmente gris o color tierra. Los únicos que se diferencian son los líderes y gobernadores porque llevan siempre trajes amarillos, azules o púrpuras.

—Podemos hacerlo Tori, y si no… si no, habremos sido libres, y eso es algo que muchos de esta ciudad nunca sentirán. —Asiento y le cierro un ojo—. Aunque hubiese preferido incluso la zona desértica —agrega en tono de broma.

Sonrío apenas. Noto que las manos me tiemblan pero lo atribuyo al frío. No tengo miedo. No puedo tener miedo.

Bordeando uno de los laterales del campo de entrenamientos, hay un conjunto de duchas contiguas, dispuestas una junto a la otra. Cada una cuenta con una puerta de paja que brinda cierta privacidad, pero deja los pies visibles al exterior. Frente a las duchas se extiende un largo banco donde tanto hombres y mujeres esperan su turno. Llegamos a las duchas y hay al menos diez jóvenes antes que nosotros. Josefa, mi mejor amiga, llega justo para unirse a la espera. Su cabellera roja la lleva amarrada en dos trenzas perfectas a los lados de su cabeza y sus pecas características inundan su cara. Está impecable, incluso antes de bañarse.

—¿Te puedo peinar? —pregunta Fefa, cogiendo mi cabello sin dejarme opción de responder. La miro de reojo, pero ella me niega con la cabeza de forma casi imperceptible. Nunca la he dejado peinarme.

—¿Me harás esas trencitas que llevas tú?

—Sí. Por fin tocaré tu cabello de chocolate. —De su bolsillo saca ligas y comienza a peinarme. Las manos le tiemblan—. ¿Has escuchado sobre la zona que abrirán hoy? —susurra junto a mi oído. Sus palabras están cargadas de miedo, y tengo ganas de abrazarla. Por eso me está peinando, para hablarme lo más cerca que pueda. Liano sin escuchar, sabe de qué hablamos.




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