Solo Vincent se mueve con determinación, mientras el resto de nosotros permanecemos paralizados, con los pies como clavados al suelo. Sé que debo moverme, pero mis piernas se niegan a obedecer. Siento como si estuviera observando la escena desde afuera, desconectada de la realidad, especialmente cuando los guardias se acercan y nos agarran bruscamente de los brazos. A lo lejos, escucho un grito desgarrador y los insultos de alguien más. Evito mirar, no quiero ver cómo castigan a algunos por el hecho de que nosotros estemos aquí. Nos llevan con firmeza, y en ese instante, me doy cuenta de que no quiero ser recordada como una cobarde si no regreso. No es la imagen que deseo dejar. Porque así como voy ahora es quizás la última imagen que tendrá mi padre y Bryan de mí.
—Puedo sola —gruño entre dientes, liberándome con un movimiento brusco de las manos que me sujetan. Mi voz suena gélida y los hombres retroceden, sin intentar detenerme de nuevo. Tomo una respiración profunda con los ojos cerrados y tomo una decisión: daré todo de mí para sobrevivir. Yo no moriré en esta puta zona 7.
Robert, está con lágrimas surcando su rostro, que se pierden en el cuello de su traje. Me invade la pena al verlo aquí por la culpa de sus padres. Robert tiene un futuro brillante y prometedor como médico. Una profesión que muchos chicos desearían, sobre todo para poder zafarse de las exploraciones. Se entierra nervioso la uña de su dedo indice en el pulgar, una y otra vez. Apuesto a que nunca ha enfrentado a una bestia en su vida, y la idea debe ser aterradora para alguien que nunca ha sido entrenado para matar. Está asustado, y yo lo entiendo, porque también lo estoy. No sé qué nos espera al otro lado de esa maldita puerta y es la incertidumbre lo que me tiene con los nervios de punta. Coloco mi mano en su hombro y él hace un esfuerzo por recuperar la compostura, tan débil que incluso tropieza consigo mismo.
Alana, Hazel y Sadie van junto a mí en marcha hacia nuestro destino. Nuestras miradas se entrelazan en silencio mientras avanzamos, compartiendo un aura de temor pero también de confianza. Las cuatro somos cazadoras destacadas, nuestros nombres suenan repetidamente en los resultados de las cacerías como las más admiradas y respetadas en lo que respecta a las chicas.
Sin embargo, algo parece perturbar a Braum, que sigue junto a la puerta, aunque pareciera que cada segundo se aleja unos centímetros de ella. Su expresión no refleja convencimiento en absoluto. La incertidumbre pinta su rostro, y pareciera que ni él mismo comprende qué está pasando. Nuestros ojos se encuentran brevemente, pero él desvía la mirada rápido. Braum, jefe de los grupos de exploradores, nos ha asignado entrenamientos de largas jornadas, y solo nos ha dado sus felicitaciones un par de veces. Es un tipo duro de pocas expresiones, nada comparado a lo que vemos ahora en su cara.
Luego de unos minutos, llegamos a la puerta acorazada de acero. Tiene tres palancas, y hay un hombre sujetando cada una. Braum con movimientos torpes, introduce una llave en la cerradura y la gira con un crujido despreciable, mientras los guardias se esfuerzan por levantar la pesada puerta. No puedo quitar la vista de esa puerta tan diminuta como monstruosa, como si llevara grabado el aviso de no abrir nunca. El viento ruge a nuestro alrededor, el frío se cuela entre mis dedos, los nervios me erizan la piel e incluso siento el barro bajo mis botas. Todo se intensifica. Los guardias especulan sobre la zona, extasiados de presenciar un evento único como este; las ruedas del bus que se alista para llevar al director y jefes lejos de aquí, resuena en mis oídos y mi corazón late con tanta fuerza que temo que estalle dentro de mi pecho.
En ese instante, una mariposa de alas rojas cruza frente a mis ojos, y tras ella, veo la puerta abierta hacia ese otro mundo. Es tan distante de nosotros, pero al mismo tiempo tan palpable, tan cercano... porque siempre ha estado allí, esperando.
—¿Están listos? —pregunta Braum. Echa un vistazo rápido a nuestras mochilas en nuestros hombros, y asiente en todo momento, como si se estuviese convenciendo de que esto es algo que se tiene que hacer y que no hay vuelta atrás. Se acerca más a nosotros y susurra—: Son las mejores cazadoras, nos harán falta y lamento que se tengan que ir así. No se separen y confíen en ustedes —dice, de forma inesperada y causando una conmoción. Siento que se me hiela el cuerpo. Lo que acaba de decir está totalmente fuera de las normas, nos ha dicho prácticamente que estamos destinadas a morir por lo que sea que haya detrás de la puerta.
Pero si ese es nuestro destino, entonces lucharé con todas mis fuerzas por cambiarlo.
—Es momento de entrar, señor. La puerta lleva abierta dos minutos y los hombres…—Cierra la boca al mirarme. Estoy segura que iba a decir que los demás tienen miedo. Braum sigue asintiendo.
—Ah, se me olvidó comentarles. Vincent es el líder del equipo.
Me lo esperaba.
Desde donde estoy de pie, a unos pasos de atravesar la puerta, veo un bosque de árboles coníferos al otro lado. Es más frondoso y denso que el de la zona cuatro. Pero eso es bueno, porque ya tengo experiencia en bosque. No es algo nuevo para mí. Sé desplazarme entre los árboles e identificar las huellas y marcas sobre la tierra.
Quien entra primero es Vincent, y antes se despide de su ayudante. Se ve relajado, quizás demasiado relajado. Braum lo observa con cierta desconfianza, mientras yo lo sigo de cerca, las chicas van pegadas a mí y último viene Robert. Al atravesar el umbral, inhalo profundamente; el aire está impregnado de un aroma desconocido que me hace arder la nariz y la garganta.
—¿Qué es ese olor? —pregunto.
—Huele a magia —replica Alana. Me giro y la quedo mirando.
—¿A qué te refieres?
—Lo leí en un libro. Que la magia en abundancia se siente como si olieras pimienta. —Se encoge de hombros—. Es un libro que encontré en la zona 3.