El Reino De Las Llamas Prohibidas

Capítulo 6 – El peso del secreto

El amanecer pintaba de rojo los muros de Arvendel. Eira estaba en el patio, afilando su espada, cuando Lyanna se acercó. No traía consigo su habitual sonrisa ni el aire ligero que siempre la acompañaba. Sus ojos tenían la dureza de alguien que había tomado una decisión.

—Tenemos que hablar —dijo en voz baja.

Eira alzó la mirada, sorprendida por el tono.

—¿Qué ocurre?

Lyanna no esperó respuesta y la tomó del brazo, arrastrándola hacia los establos vacíos. Allí, el olor a heno y a hierro oxidado los envolvía en un silencio incómodo.

—Te vi, Eira —soltó al fin, con un hilo de voz que no admitía dudas.

El corazón de la muchacha se detuvo un instante.

—¿Qué… qué dices?

Lyanna apretó los puños.

—No lo niegues. Lo vi con mis propios ojos. Ese hombre… ese sombraelfo.

Eira retrocedió un paso, como si aquellas palabras fueran un golpe.

—Lyanna, no…

—¿Cómo pudiste? —la interrumpió su amiga, con la voz quebrada—. ¿Sabes lo que harían si alguien más lo descubre? ¡Tu padre, los soldados… te ejecutarían sin dudarlo!

Eira tragó saliva, intentando calmarse.

—No lo entiendes… él no es como los demás.

Lyanna la miró con incredulidad.

—¡Sigue siendo un sombraelfo!

Eira sostuvo la mirada de su amiga, con una valentía nacida del mismo amor que la había condenado.

—Es Kael. Y con él, por primera vez, no soy la hija del general ni una soldado más. Soy yo.

El silencio que siguió fue abrumador. Lyanna temblaba, incapaz de decidir si gritar o llorar.

—Te quiero como a una hermana, Eira —dijo al fin, con voz rota—. Por eso te lo digo: aléjate de él antes de que sea demasiado tarde.

Los ojos de Eira se humedecieron.

—No puedo.

Lyanna la miró como si esa respuesta la hubiera desgarrado.

—Entonces juras arrastrarme contigo en tu caída…

Esa noche, al encontrarse con Kael, Eira no pudo contener las lágrimas.

—Ella lo sabe… Lyanna lo sabe todo.

Kael la abrazó fuerte, acunándola contra su pecho.

—¿Hablará?

—No lo sé —susurró Eira—. Dice que me quiere, pero también teme por mí.

Kael cerró los ojos.

—Entonces no tenemos mucho tiempo. Cada día que pasa, el peligro crece.

Eira lo miró con desesperación.

—¿Qué vamos a hacer?

Él tomó su rostro entre las manos y respondió con la firmeza de un juramento:

—Escapar.

La palabra cayó como un trueno en el corazón de Eira.




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