El campamento olía a hierbas medicinales y sangre seca. La luna iluminaba las tiendas improvisadas donde los heridos gemían entre vendas y agua caliente.
Eira se sentó en silencio mientras Lyanna limpiaba la herida de su costado. El líquido ardía como fuego, pero Eira no se quejó. Tenía la mirada perdida en el suelo, como si la batalla aún resonaba en su cabeza.
—Estuviste a punto de morir —murmuró Lyanna, con la voz quebrada.
—No sería la primera vez que pongo mi vida en riesgo por este reino —respondió Eira, intentando sonar firme, aunque sus labios temblaban.
Lyanna la miró fijamente, dejando la venda a medio atar.
—No hablo de eso. Hablo de que, si hubieras muerto, él jamás lo habría sabido.
Eira levantó los ojos, sorprendida.
—¿Él…?
—Kael —susurró Lyanna, con amargura contenida—. No puedes negarlo. Tus pensamientos estaban con él, no aquí, no conmigo, ni con tu padre, ni con tu gente.
El silencio se volvió espeso. La venda quedó apretada en torno al cuerpo de Eira, como un recordatorio de las cadenas invisibles que la ataban a dos mundos.
—No es tan simple, Lyanna —dijo Eira al fin—. Lo amo, pero también amo lo que soy. Si elijo uno… perderé el otro para siempre.
Lyanna apartó la mirada, tragando saliva con fuerza.
—Entonces quizás lo que debes preguntarte no es a quién amas más, sino quién está dispuesto a perderte sin luchar.
Esa misma noche, Eira se escabulló del campamento, avanzando entre árboles hasta llegar a las ruinas del torreón. Allí lo encontró: Kael, empapado por la lluvia, con los ojos enrojecidos de vigilar cada sombra.
Cuando la vio, dio un paso hacia ella, pero se detuvo al notar el vendaje en su costado.
—Llegas tarde.
La voz de Kael no era dura, sino rota.
Eira bajó la cabeza.
—No pude. Nos atacaron… tuve que luchar.
Kael cerró los puños, y su voz se quebró en un reproche lleno de dolor.
—¿Y si hubieras muerto? ¿Y si jamás volvías? ¿Sabes lo que fue esperarte, con el corazón latiendo como un tambor, pensando que quizás ya no estabas en este mundo?
Eira corrió hacia él, abrazándolo con fuerza pese al dolor de su herida.
—Lo siento, Kael… lo intenté. No me rendí, sigo aquí, contigo.
Él la sostuvo contra su pecho, cerrando los ojos. El olor a humo y sangre de la batalla se mezclaba con la lluvia que los empapaba.
—No puedo perderte, Eira. Si fallamos otra vez… temo que el mundo mismo nos arrebate lo que sentimos.
Ella lo miró, con lágrimas en los ojos.
—Entonces no fallaremos. Aunque nos cueste todo, encontraremos el momento.
Y allí, en medio de la tormenta, se besaron con la desesperación de quienes saben que el tiempo corre en su contra.