El Reino De Las Llamas Prohibidas

Capítulo 11 – Sospechas

La mañana siguiente, el campamento olía a hierro y ceniza. El sol apenas despuntaba entre las nubes, iluminando un paisaje de cadáveres recogidos y hogueras apagadas.

Eira caminaba lentamente hacia la muralla, su costado aún resentido bajo la venda. Intentaba disimular el cansancio, pero sabía que sus pasos eran más pesados de lo habitual.

La voz de su padre la detuvo.

—Eira.

El general la observaba desde la entrada del pabellón de mando. Su armadura estaba manchada de barro, pero sus ojos brillaban con la misma dureza de siempre.

—Quiero hablar contigo.

Dentro, el ambiente era tenso. Mapas extendidos sobre la mesa, plumas empapadas en tinta, y oficiales que entraban y salían con mensajes urgentes. El padre de Eira esperó a quedarse a solas con ella antes de hablar.

—Has peleado con valentía, pero tu mente no estaba en la batalla. —Sus palabras fueron cuchillas afiladas—. Te vi dudar, te vi distraída… y no eres así.

Eira sintió un nudo en la garganta. Bajó la mirada.

—Estoy cansada, padre. Eso es todo.

El general se acercó, inclinándose sobre ella como si pudiera leerle los pensamientos en los ojos.

—No me mientas, Eira. Te conozco mejor que nadie. Hay algo que ocultas.

El silencio pesó como una sentencia.

Lyanna entró en ese momento, interrumpiendo la tensión.

—General, los exploradores regresaron. Necesitan instrucciones.

El hombre asintió, pero antes de salir clavó una mirada dura en su hija.

—No olvides quién eres, Eira. No olvides a quién perteneces.

Cuando se marchó, el aire quedó denso. Lyanna cerró la puerta con rapidez y se giró hacia Eira.

—Él sospecha. Y si descubre la verdad, no será sólo Kael quien muera.

Eira se llevó una mano al rostro, respirando hondo.

—No tenemos más tiempo. La próxima oportunidad… debemos huir, aunque el mundo entero se derrumbe.

Lyanna la miró con una mezcla de miedo y resignación.

—Entonces será pronto. O nunca.

Esa noche, cuando Eira volvió a reunirse con Kael en las ruinas, le contó lo sucedido. Kael escuchó en silencio, y al final tomó su mano con fuerza.

—Tu padre es un soldado, Eira. Si sospecha, no dudará en levantar la espada contra mí… o contra ti.

Eira lo miró a los ojos, con fuego en la voz.

—Que lo intente. Ya no voy a perderte.




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