El bosque se volvió un laberinto interminable. Durante horas, Eira y Kael corrieron entre la maleza, guiados solo por la luna y el instinto de sobrevivir. Pero, de pronto, el silencio se hizo demasiado pesado.
Kael detuvo el paso.
—Es demasiado quieto… —murmuró, alzando la espada.
Antes de que Eira pudiera responder, un silbido cortó el aire. Una flecha se clavó en el tronco, rozando su hombro.
—¡Emboscada! —gritó Kael.
De las sombras surgieron soldados, más de una docena, armados y con antorchas que iluminaban sus rostros tensos. Rodeaban la cueva, cerrando cualquier vía de escape.
—Ríndanse, princesa —dijo uno de los hombres, con voz grave—. Tu padre os quiere con vida… aunque no puedo prometerte que lleguen a él enteros.
Eira apretó los dientes y desenvainó su espada.
—Nunca volveré a ser su prisionera.
Kael se adelantó, su postura firme, como un muro entre ella y los soldados.
—Tendrán que atravesarme primero.
El choque fue brutal. Acero contra acero, gritos y chispas iluminando la oscuridad. Kael se movía como una sombra veloz, derribando a dos soldados con la fuerza de su brazo. Pero eran demasiados.
Eira luchaba a su lado, sus golpes torpes aún marcados por el cansancio, pero la furia de su corazón la mantenía en pie. Una lanza rozó su pierna, otra espada cortó un mechón de su cabello.
Un soldado la embistió, derribándola contra el suelo. Eira cayó de espaldas, la espada volando de sus manos. El hombre alzó la suya, dispuesto a acabar con ella.
—¡No! —rugió Kael, lanzándose sobre él y atravesándolo con su hoja.
La sangre oscureció la tierra. Kael respiraba con dificultad, cubierto de sudor y heridas, pero todavía de pie.
—¡Alto! —una voz retumbó entre los árboles.
Los soldados se apartaron de inmediato, formando un corredor. Y allí, avanzando con la armadura brillante bajo la luna, apareció el general, padre de Eira.
Su mirada era hielo puro. Su voz, un juicio inapelable.
—Hija mía… finalmente te encuentro.
Eira se incorporó con esfuerzo, la sangre helada en sus venas.
Kael dio un paso al frente, interponiéndose entre ambos.
La batalla más peligrosa aún no había comenzado.