El bosque estaba en silencio, roto sólo por los jadeos de Kael y los sollozos agotados de Eira. La tierra aún humeaba en algunos puntos, los árboles cercanos estaban partidos o chamuscados, y en el aire flotaba el olor a metal y magia quemada.
El general permanecía a unos pasos, inmóvil, con la espada todavía alzada. Su mirada, dura como el acero, no se apartaba de su hija.
Uno de los capitanes de su ejército, con la armadura destrozada y el rostro cubierto de hollín, se acercó apresuradamente.
—Señor… no podemos seguir. Los hombres están heridos, aterrados. Si insistimos, caeremos todos aquí.
El general apretó los dientes. No soportaba la idea de retirarse, pero la verdad era clara: su hija no era ya sólo una princesa rebelde… era un arma viviente.
Clavó la espada en el suelo y habló con voz gélida:
—Muy bien. Hoy no los mataré.
Sus ojos se clavaron en Eira, que seguía en brazos de Kael, demasiado débil para sostenerse sola.
—Pero escucha bien, hija. Ese poder que llevas dentro no pertenece a ti, ni a tu libertad, ni a tu amor prohibido. Pertenece a este reino. Y lo reclamaré, aunque deba quemar el mundo entero para lograrlo.
Eira lo miró con lágrimas en los ojos, pero no respondió.
No tenía fuerzas, y cualquier palabra sería tragada por el dolor de lo vivido.
Kael, en cambio, apretó la empuñadura de su espada, aunque apenas podía levantarse.
—Tendrás que pasar sobre mi cadáver antes de tocarla.
El general lo observó con un destello de desprecio, pero también con una sombra de respeto.
—Entonces entierra tus días, extranjero. Porque volveré con un ejército. Y cuando lo haga, ni tu amor ni tu coraje podrán detenerme.
Alzó la mano, y los pocos soldados que quedaban en pie obedecieron de inmediato. En silencio, el ejército se retiró hacia la espesura del bosque, desapareciendo entre las sombras, dejando tras de sí un aire cargado de amenaza.
Eira, apenas consciente, apoyó la frente en el pecho de Kael.
—Él volverá… y será peor.
Kael acarició su cabello, con la mirada fija en el horizonte.
—Entonces, cuando llegue ese día, no estaremos solos. Encontraremos aliados. Encontraremos la manera de enfrentarlo.
Pero en el fondo, ambos sabían que la guerra apenas acababa de comenzar.