El Reino De Las Llamas Prohibidas

Capítulo 24 – El santuario de las sombras

La huida fue silenciosa. Kael cargaba a Eira entre sus brazos, avanzando entre la maleza y las piedras, guiado solo por la luz pálida de la luna. Cada paso le pesaba como plomo, pero la determinación en sus ojos lo mantenía en pie.

Eira, aún débil, susurraba apenas:

—¿A dónde vamos…?

Kael alzó la vista hacia el horizonte montañoso.

—A un lugar que solo conozco por historias de mi clan. Un santuario olvidado, tallado en las entrañas de la roca. Si las leyendas son ciertas, ahí encontraremos respuestas… o al menos tiempo.

Tras horas de marcha, llegaron a una entrada oculta tras una cascada helada. El agua caía con fuerza, ocultando un arco de piedra cubierto de musgo. Kael apartó unas ramas y reveló inscripciones antiguas, runas que brillaban tenuemente al contacto con la luz de la luna.

Eira las miró con los ojos muy abiertos.

—Puedo leerlas… —murmuró, sorprendida.

Kael frunció el ceño.

—¿Leerlas? Es una lengua muerta desde hace siglos.

Ella apoyó la mano en las runas, y las palabras parecieron encenderse bajo su piel.

—No lo aprendí en ningún sitio… es como si siempre hubiera estado en mí.

Con un crujido profundo, la puerta de piedra se abrió lentamente, revelando un pasillo oscuro que descendía hacia las profundidades de la montaña.

El santuario era vasto, con muros cubiertos de símbolos y estatuas de figuras antiguas, mitad humanas, mitad aladas. En el centro había un altar de cristal negro, y sobre él, un mural tallado que mostraba a una mujer con el mismo resplandor en los ojos que Eira.

Kael la observó en silencio.

—Se parece a ti.

Eira se acercó temblando, tocando la superficie fría del mural.

—Es… es la portadora original. La primera en llevar esta magia prohibida.

De repente, su mente fue invadida por visiones fugaces: ejércitos ardiendo bajo una misma luz, reinos destruidos, y esa mujer alzando sus manos hacia el cielo mientras el mundo se partía en dos.

Eira retrocedió con un grito ahogado.

—Kael… este poder… ha destruido antes. Y si no lo controlo, me destruirá también a mí.

Kael la sostuvo por los hombros, mirándola con firmeza.

—Entonces aprenderemos a controlarlo. Juntos. No importa si este poder fue una maldición en el pasado… contigo puede ser diferente.

Eira lo miró, con lágrimas brillando bajo la luz azulada del santuario. Y por primera vez desde que despertó su magia, sintió que había esperanza.

Pero en las sombras del santuario, algo más despertaba. Una figura encapuchada, oculta tras las columnas, los observaba en silencio.

Y con una voz rasposa, murmuró:

—La portadora ha vuelto. El destino comienza de nuevo.




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