El eco de la voz retumbó en las paredes del santuario, helando la sangre de Eira. Ella se giró de inmediato, buscando entre las columnas.
De las sombras emergió una figura encapuchada, envuelta en túnicas oscuras que parecían deshilacharse con cada paso. La luz azulada del altar reveló un rostro surcado por cicatrices y unos ojos extrañamente brillantes, como brasas consumidas por el tiempo.
Kael se interpuso de inmediato entre él y Eira, alzando la espada pese a sus heridas.
—¿Quién eres? ¡Habla, o no daré un paso atrás!
La figura levantó las manos lentamente, como mostrando que no portaba armas.
—Soy lo que queda de los guardianes de este lugar. Los últimos en recordar la verdad de la portadora y del fuego que arde en su sangre.
Eira dio un paso adelante, con la respiración temblorosa.
—¿Sabías que vendría?
El encapuchado inclinó la cabeza.
—No a ti, sino a cualquiera que llevara la chispa. Cada siglo, el poder busca un nuevo recipiente. Tú eres la elegida de esta era.
Kael frunció el ceño, con la espada aún firme.
—¿Y qué quieres de ella?
El extraño sonrió, una mueca cansada que no transmitía paz.
—Lo mismo que ustedes: que sobreviva. Pero a diferencia tuya, joven guerrero, yo sé lo que este poder puede hacer. He visto lo que desata cuando se descontrola.
Se acercó al altar y posó la mano sobre el cristal negro. La superficie respondió con un pulso de energía, como si lo reconociera.
—Si no aprendes a dominarlo pronto, el general no será tu mayor enemigo. Será tu propia magia la que devore todo lo que amas.
Eira lo observó con miedo y esperanza mezclados.
—¿Puedes enseñarme?
El encapuchado la miró fijamente.
—Puedo mostrarte el camino… pero no será sin costo. Cada lección te llevará más cerca del límite entre lo humano y lo divino. Y no todos los que lo intentaron antes sobrevivieron.
Kael apretó los dientes.
—No confíes en él tan rápido, Eira. Suena más a verdugo que a maestro.
El guardián soltó una carcajada áspera.
—La desconfianza te mantendrá vivo, muchacho. Pero tarde o temprano deberás elegir: dejar que ella se consuma sola… o aceptar la guía de alguien que ya cargó con ese poder.
La tensión llenó el aire. Eira bajó la vista, sus manos aún temblando tras las visiones del mural. Ella sabía que Kael tenía razón al desconfiar, pero también comprendía que si no hacía algo pronto, el poder terminaría destruyéndola.
Finalmente levantó la mirada hacia el guardián.
—Enséñame.
Kael la miró sorprendido, pero el brillo decidido en los ojos de Eira lo desarmó.
El encapuchado asintió lentamente, como si hubiera esperado esa respuesta toda su vida.
—Entonces, portadora… el verdadero aprendizaje comienza ahora.
En la penumbra del santuario, el destino de ambos se entrelazaba aún más con fuerzas que ni imaginaban.