El Reino De Las Llamas Prohibidas

Capítulo 26 – Ecos del pasado

El guardián los condujo hasta una cámara lateral del santuario, iluminada por antorchas que parecían arder sin consumir la madera. Las paredes estaban cubiertas de frescos antiguos: escenas de batallas, ciudades envueltas en llamas, y figuras con ojos brillantes semejantes a los de Eira.

Se sentaron en torno al altar menor que ocupaba el centro. El silencio era espeso, roto solo por el goteo constante del agua filtrándose por la roca.

Kael fue el primero en hablar, con tono desafiante:

—Empieza a hablar. ¿Qué es este poder que arde en ella? ¿Por qué lo busca el general con tanta obsesión?

El guardián acarició una de las runas del altar, y esta emitió un resplandor tenue.

—Hace siglos, mucho antes de que existieran tus reinos y tus guerras, hubo un pacto. Los humanos clamaban por poder, y los dioses de las sombras respondieron. Les ofrecieron un fuego inmortal, capaz de doblegar ejércitos enteros. Pero ese don tenía un precio: corrompía al portador hasta consumir su humanidad.

Eira escuchaba con el corazón en la garganta.

—¿Entonces… cada portador estaba condenado?

El guardián asintió lentamente.

—Todos, salvo uno. La primera portadora… ella intentó usar ese poder no para dominar, sino para proteger. Fue la única que logró mantenerlo a raya, aunque a costa de su vida.

Señaló el mural donde aparecía la mujer alada, la misma que Eira había visto antes.

—Eres su eco. Su herencia. Y por eso el reino te teme: porque saben que un solo error tuyo podría repetir la catástrofe que casi borró al mundo.

Kael apretó los puños, con rabia contenida.

—¿Y qué hay del general? ¿Por qué quiere el poder en manos del reino?

El guardián rió amargamente.

—Porque los hombres no cambian. Siempre han querido un arma que pueda doblegar a todos los demás. El general cree que puede encadenar la llama prohibida, usarla como si fuera una espada en sus manos. Pero lo único que logrará será liberar la destrucción.

Eira bajó la mirada, sintiendo el peso de cada palabra.

—Entonces… ¿qué debo hacer?

El guardián la miró fijamente, con una mezcla de compasión y dureza.

—Debes aprender a controlarlo. Aceptar la oscuridad sin dejar que te devore. Ser dueña de tu fuego, no su esclava.

Kael tomó la mano de Eira con firmeza.

—No estarás sola. No permitiré que caigas como los otros.

El guardián inclinó la cabeza, observando la unión de ambos.

—Ese es tu mayor riesgo y tu mayor fuerza, portadora. El amor. Es lo único que puede mantenerte anclada a tu humanidad… o lo que puede precipitar tu caída.

Sus palabras quedaron flotando en el aire, pesadas como una sentencia.

Eira lo miró con determinación, aunque en su interior ardía un miedo nuevo.

—Entonces que empiecen las pruebas. Si este fuego está destinado a destruirme, lucharé contra ese destino.

El guardián sonrió apenas, un gesto sombrío.

—Muy bien. Prepárate, portadora. La primera prueba comienza con la próxima aurora.




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