El guardián los llevó hasta una cámara más profunda del santuario. Allí, el aire era tan denso que cada respiración pesaba como si tragaran humo. El altar del centro estaba cubierto por cadenas de obsidiana, y alrededor brillaban runas rojas que palpitaban como un corazón.
—Esta es la segunda prueba —dijo el guardián con voz solemne—. No enfrentarás solo tus miedos, portadora. Esta vez, el fuego pondrá a prueba lo que más valoras.
Eira tragó saliva, nerviosa. Kael, en cambio, dio un paso al frente.
—Si intentas lastimarla, te atravesaré sin pensarlo.
El guardián lo observó con una calma inquietante.
—No soy yo quien la pondrá a prueba. Será el propio fuego.
Alzó ambas manos, y las runas se encendieron con un resplandor cegador. El suelo tembló. Las cadenas del altar se agitaron como si estuvieran vivas, y de pronto, una ráfaga de energía azul salió disparada… directo hacia Kael.
Eira gritó.
—¡Kael!
Él fue lanzado contra la pared, inmovilizado por las cadenas de obsidiana que ahora lo rodeaban como serpientes. Trató de liberarse, pero mientras más se movía, más lo apretaban, hundiéndose en su piel como si intentaran beber su fuerza vital.
Los ojos del guardián brillaban mientras hablaba:
—Tu fuego ha sido ligado a su vida. Si lo descontrolas, lo consumirás. Si dudas, él morirá.
Eira sintió que el mundo se quebraba bajo sus pies.
—¡No, no pueden hacerme esto!
—El poder no obedece tus deseos —replicó el guardián con frialdad—. O aprendes a controlarlo ahora, o lo verás arder ante ti.
Eira cayó de rodillas, lágrimas en los ojos, mientras veía a Kael retorcerse.
—¡Eira! —dijo él con voz entrecortada—. ¡No me mires, concéntrate en lo tuyo! ¡No permitas que esto te venza!
Pero sus gritos de dolor la desgarraban. El fuego en su interior comenzó a agitarse como un huracán, respondiendo a su miedo y su rabia. Sus manos se encendieron en llamas azuladas, demasiado inestables.
El guardián dio un paso adelante, implacable.
—Recuerda: la emoción alimenta la llama. Si lo amas, aprenderás a dominarte… o tu amor será lo que lo destruya.
Eira cerró los ojos, respirando con dificultad. El fuego rugía, queriendo escapar. Podía sentir cómo su rabia lo hacía crecer más, más y más… hasta que casi la cegó. Pero entonces recordó las palabras de Kael, su mirada protectora, sus manos firmes en las suyas.
—No voy a perderte —susurró.
Con un grito que mezclaba furia y amor, dirigió el fuego hacia sus propias manos, moldeándolo en lugar de dejarlo estallar. Poco a poco, la llama dejó de ser caótica y tomó forma: un círculo brillante que creció y se expandió, envolviendo las cadenas de obsidiana que apresaban a Kael.
El metal ardió con un sonido agudo y se deshizo en polvo. Kael cayó al suelo, jadeando, pero libre.
Eira corrió hacia él, tomándolo en brazos.
—¿Estás bien?
Kael sonrió débilmente, aún temblando.
—Sí… porque tú lo lograste.
El guardián observaba en silencio, con los brazos cruzados. Finalmente habló, con un tono entre aprobación y advertencia:
—El fuego respondió a tu corazón. Has demostrado que tu vínculo puede ser tu ancla… pero cuidado. El mismo lazo que hoy te salvó, mañana podría ser la cadena que te arrastre a la perdición.
Eira alzó la mirada, desafiante pese al agotamiento.
—No me importa. Prefiero caer con él, antes que caminar sola.
El guardián sonrió con un gesto sombrío.
—Entonces veremos si eres capaz de sostener esas palabras en la próxima prueba.