El Reino De Las Llamas Prohibidas

Capítulo 30 – El precio del fuego

Las criaturas emergían de la nada: bestias de ceniza con ojos rojos, guerreros hechos de humo ardiente, serpientes llameantes que se retorcían sobre el suelo quebrado. Cada rugido llenaba la cámara como si fueran mil ejércitos marchando a la vez.

Kael blandió su espada, sus movimientos rápidos y certeros. Cada sombra que alcanzaba se deshacía en humo, pero por cada una destruida, dos más aparecían.

—¡No tienen fin! —gritó, jadeando.

Eira sintió que su fuego rugía dentro de ella, respondiendo a la amenaza. Sus manos ardieron con llamas azuladas, y lanzó una oleada de calor que barrió a decenas de criaturas, reduciéndolas a polvo brillante. Pero el esfuerzo la hizo tambalearse.

El guardián observaba la escena desde lo alto, con los brazos extendidos, como un sacerdote en un altar.

—¿Lo ves, portadora? Cada latido de tu fuego engendra más destrucción. ¡Eres un abismo que nunca se saciará!

Eira alzó la mirada, respirando con furia.

—¡No! ¡Mi fuego no es destrucción… es vida!

El guardián sonrió sombríamente.

—Demuestra que puedes sostener esas palabras.

Kael luchaba a su lado, su espada reflejando las llamas de Eira. En un momento, una de las serpientes de fuego lo rodeó y lo lanzó contra el suelo. Eira gritó, extendiendo su fuego como un látigo que cortó la criatura en dos, liberándolo.

Kael tosió, poniéndose en pie con dificultad.

—¿Ves? —dijo entre jadeos—. ¡Tu fuego no destruye, nos protege!

Las palabras encendieron algo en Eira. Cerró los ojos y dejó que el fuego fluyera, no como un río desbordado, sino como una melodía controlada. La llama se extendió alrededor de ellos formando un círculo protector, un muro azul que repelía a las sombras.

El guardián frunció el ceño.

—Interesante… logras moldearlo. Pero aún no eres más que una niña jugando con brasas.

De pronto, descendió del aire. Su cuerpo se envolvió en una armadura de obsidiana ardiente, y en su mano apareció una lanza forjada con el mismo fuego azul de Eira.

—Si quieres demostrarme que eres digna, tendrás que sobrevivir… a mí.

El choque fue brutal. Kael apenas alcanzó a bloquear el primer golpe de la lanza con su espada, la cual se cubrió de grietas por la fuerza del impacto. Eira lanzó una llamarada, pero el guardián la absorbió con su arma, devolviéndola multiplicada contra ellos.

El suelo tembló, y ambos fueron lanzados hacia atrás.

Eira se levantó con dificultad, el corazón latiendo con rabia.

—¡Basta! Dijiste que esto era una prueba… ¡pero lo que quieres es apoderarte de mi fuego!

El guardián la miró con ojos llameantes.

—El fuego no es un regalo, portadora. Es una maldición. Y yo soy su verdadero dueño.

Kael se colocó frente a Eira, aún tambaleante pero firme.

—Tendrás que matarme antes de tocarla.

El guardián sonrió, alzando su lanza.

—Con gusto.

Las llamas azules se alzaron como una tormenta, y la cámara entera se convirtió en un campo de batalla donde amor, traición y poder chocaban con violencia.




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