El guardián se abalanzó sobre ellos con una fuerza que rompía el aire. Su lanza atravesó el muro de fuego protector como si fuera humo, y Kael apenas tuvo tiempo de empujar a Eira a un lado antes de recibir el impacto en su propio hombro. La sangre brotó al instante, tiñendo el suelo.
—¡Kael! —gritó Eira, lanzándose hacia él.
El guardián no dio respiro. Con un giro de su arma, desató una oleada de fuego azul que los envolvió a ambos. Eira abrazó a Kael, intentando protegerlo con su cuerpo, sintiendo cómo el calor la consumía.
En ese instante, algo se quebró dentro de ella.
Imágenes pasaron por su mente: la risa de Kael bajo la lluvia, el sacrificio de su madre en el pasado, las voces de los inocentes que había jurado proteger, la esperanza que había empezado a nacer entre ambos pueblos. Todo eso ardía en su corazón.
Y entendió.
El fuego no era destrucción. El fuego era vida que se defendía, calor que resistía la oscuridad, fuerza que protegía lo amado. No debía contenerlo ni entregarlo. Debía aceptarlo.
Eira se puso en pie lentamente, con Kael sostenido en sus brazos. Sus ojos brillaban como dos estrellas, y de su cuerpo comenzó a emanar una llama distinta: no azul, sino un dorado resplandeciente mezclado con destellos carmesí.
El guardián retrocedió un paso, sorprendido.
—¿Qué… qué has hecho?
Eira levantó una mano, y la energía fluyó como un río controlado. Su fuego ya no temblaba, no la desgarraba: danzaba en perfecta armonía con su voluntad.
—He recordado quién soy. No soy tu recipiente, ni tu enemiga. Soy la portadora… y esta llama es mía.
El guardián rugió, lanzando su lanza con furia. Pero la arma se desintegró al tocar las llamas doradas. El impacto generó una onda expansiva que hizo temblar toda la cámara.
Kael, herido pero consciente, la miraba con asombro.
—Eira… eres… increíble.
Ella sonrió suavemente.
—No. Somos nosotros. Tú me recordaste que nunca estaba sola.
El guardián, arrodillado y con grietas abriéndose en su armadura de obsidiana, levantó la vista con rabia y miedo.
—Esto no debía ocurrir. Tu fuego… ¡tu fuego no debía despertar así!
Eira extendió ambas manos, y un círculo de fuego dorado se formó alrededor de ellos, consumiendo a las sombras que aún quedaban. La cámara se llenó de luz, y por primera vez el guardián pareció flaquear.
—Entonces —susurró Eira, con voz firme— será tu turno de temer lo que nunca podrás controlar.
Y con un último estallido, la llama eterna se desató, envolviendo al guardián en un mar de fuego puro.