El Reino De Las Llamas Prohibidas

Capítulo 32 – El rostro en las cenizas

El fuego dorado rugía en torno al guardián, consumiendo la armadura de obsidiana que lo recubría. Las grietas se expandían por su cuerpo como si fuera una estatua a punto de quebrarse. Su rugido de furia resonó por la cámara, pero ya no tenía la misma fuerza de antes: sonaba más humano… y más desesperado.

Eira mantenía las manos alzadas, su llama eterna brillando como un sol que no podía ser contenido.

—¡Se acabó! —gritó con firmeza—. Tu juicio termina aquí.

La figura del guardián se desplomó de rodillas. La lanza ardiente que había blandido se redujo a cenizas. Y entonces, cuando la armadura finalmente cedió, el rostro oculto apareció.

Kael, herido, entreabrió los ojos con incredulidad.

—No puede ser…

El guardián ya no era solo una criatura de fuego. Era un hombre. Su piel estaba marcada por brasas que parecían cicatrices vivientes, y en sus ojos aún ardían brasas azuladas, idénticas a las que alguna vez dominaban a Eira.

—Soy… lo que tú serás… —murmuró con voz quebrada—. Una portadora que fue consumida.

Eira lo miró horrorizada.

—¿Una portadora?

El hombre asintió débilmente.

—Hace siglos… yo también llevé la llama. Pero nadie me guió. Nadie me sostuvo. El fuego me devoró hasta que solo quedó este cascarón…

Las palabras resonaron en la cámara como un eco de advertencia.

Kael apretó los dientes, levantándose a duras penas.

—Entonces todo esto… ¿tus pruebas… eran para destruirla, o para que siguiera tu mismo destino?

El guardián lo miró con amargura.

—No lo entiendes. El fuego no puede ser controlado… tarde o temprano, ella también será consumida.

Eira se irguió, la llama dorada rodeándola como una corona.

—No. Porque yo no estoy sola.

El guardián rugió de dolor cuando las llamas doradas lo envolvieron por completo. Su figura se deshizo como polvo brillante… pero antes de desvanecerse, una sombra oscura se desprendió de su cuerpo, escapando hacia las grietas de la montaña.

—Esto no termina aquí… —su voz resonó como un trueno en la distancia—. Yo regresaré… y cuando lo haga, tu fuego arderá conmigo.

Y desapareció.

El silencio llenó la cámara. Las sombras invocadas habían desaparecido, y solo quedaban las brasas doradas flotando en el aire como luciérnagas.

Eira cayó de rodillas, agotada. Kael se apresuró a tomarla entre sus brazos, aunque él mismo sangraba.

—Lo lograste —susurró con una sonrisa cansada—. Venciste.

Eira apoyó la frente en su pecho, temblando.

—No, Kael… apenas sobrevivimos. Él volverá.

Él acarició suavemente su cabello.

—Entonces cuando regrese, lo enfrentaremos juntos.




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