El Reino De Las Llamas Prohibidas

Capítulo 38 – Bajo las brasas del silencio

El bosque había vuelto a la calma, pero el aire aún olía a humo y a hierro. Eira y Kael encontraron refugio en una cueva estrecha, apenas iluminada por la débil luz de la luna que se filtraba entre las grietas de la roca.

Eira se dejó caer contra la pared, exhausta. Sus manos aún temblaban, y pequeñas brasas escapaban de sus dedos como si su cuerpo no supiera cómo dejar de arder.

—Cada vez siento que la llama me arrastra más… —susurró con un hilo de voz.

Kael se sentó a su lado, apoyando la espada contra la piedra.

—No. —La palabra salió firme, sin titubeos—. Tú la controlaste, Eira. No al revés.

Ella lo miró, con los ojos aún húmedos por la batalla.

—Dices eso porque confías demasiado en mí. ¿Y si un día despierto y ya no soy yo, sino solo fuego y destrucción?

Kael se inclinó hacia ella, obligándola a sostener su mirada.

—Entonces yo lucharé para traerte de vuelta. Aunque tenga que quemarme contigo.

El silencio se volvió denso, cargado de algo que no era miedo ni desesperación, sino una ternura peligrosa.

Eira apartó la mirada, mordiéndose el labio.

—Si alguien del consejo nos viera así… —hizo una pausa, el calor en sus mejillas más fuerte que el del fuego en sus manos—. No solo nos perseguirían por la llama eterna. Nos perseguirían por esto.

Kael sonrió con amargura.

—Ya nos persiguen, Eira. Al menos que lo hagan por algo que valga la pena.

Ella soltó una risa entrecortada, pero pronto sus ojos brillaron con lágrimas contenidas.

—Siempre soñé con tener alguien que me viera más allá del fuego… alguien que no me mirara como un arma. Y ahora lo tengo. Pero es prohibido, peligroso, imposible.

Kael rozó su mejilla con la mano, suave, como si temiera romperla.

—Entonces lo imposible será nuestro camino. Nadie decide por nosotros. Ni el consejo, ni los jinetes, ni la llama eterna.

Eira cerró los ojos al sentir el roce de su piel, inclinándose hacia él. Sus labios se encontraron en un beso lento, frágil y ardiente a la vez, como el choque de dos brasas que se niegan a apagarse.

Cuando se separaron, Kael apoyó su frente contra la de ella.

—Eira… si algún día tu fuego y mi espada tienen que elegir, prometo que te elegiré siempre a ti.

Ella lo abrazó con fuerza, temblando.

—Y yo a ti, Kael. Aunque el mundo nos odie por ello.

Fuera de la cueva, el viento susurraba entre los árboles, como si guardara el secreto de aquel amor que nunca debió existir, pero que ahora ardía más fuerte que nunca.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.