El Reino De Las Llamas Prohibidas

Capítulo 41 – Fuego contra fuego

El rugido del dragón rojo retumbó en los huesos de Eira y Kael. La bestia abrió sus fauces, y un torrente de llamas descendió como un río ardiente.

Kael empujó a Eira al suelo, cubriéndola con su cuerpo mientras el fuego arrasaba los árboles alrededor, convirtiéndolos en antorchas vivientes. El calor era insoportable, incluso para ella.

—¡No podemos huir para siempre! —gritó Kael, levantándose con la espada en alto.

Eira lo miró, con el corazón latiendo como un tambor.

—Entonces peleemos.

La luz dorada estalló en sus manos. Con un gesto, Eira lanzó un muro de fuego brillante que chocó contra la llamarada del dragón rojo. Dos mares de fuego, uno carmesí y otro dorado, se encontraron en el aire, crepitando con un rugido ensordecedor.

El jinete del dragón rojo soltó una carcajada oscura.

—¡Así que la portadora despierta! Veamos cuánto puede resistir tu fuego contra el de los antiguos.

El dragón negro descendió en picada, sus garras buscando aplastarlos. Kael corrió hacia adelante, esquivando el impacto, y con un salto desesperado logró clavar su espada en el ala de la criatura. El rugido fue tan poderoso que el suelo tembló.

Pero Kael apenas se sostenía, la fuerza del viento queriéndolo arrancar.

Eira, desesperada, extendió sus llamas hacia él. Su fuego se convirtió en una cuerda brillante que lo envolvió y lo devolvió al suelo antes de que la bestia lo derribara desde las alturas.

Kael cayó de rodillas, jadeando, pero vivo.

—Gracias…

Ella lo sostuvo con firmeza, los ojos ardiendo.

—Nadie más te arrebatará de mí.

El dragón dorado descendió lentamente, como un juez silencioso. Su jinete levantó la lanza, apuntando directo al corazón de Eira.

—Ríndete. Esa llama no te pertenece.

Eira levantó la barbilla, su fuego dorado creciendo a su alrededor hasta envolverla como una corona ardiente.

—Entonces ven y arráncala.

El aire se desgarró con el choque: la lanza descendió, y el fuego de Eira la envolvió, derritiendo parte del metal sagrado. El jinete retrocedió sorprendido: nadie había resistido jamás ese golpe.

Kael aprovechó el desconcierto, lanzándose contra él. Las espadas chocaron, el acero retumbando como un trueno. Cada movimiento de Kael era desesperado pero preciso, luchando no solo por sobrevivir, sino por protegerla.

Mientras tanto, Eira alzó las manos hacia el cielo, y la llama eterna respondió. Una llamarada inmensa se disparó hacia las nubes, iluminando la noche como si fuera de día.

Los dragones rugieron al unísono, confundidos, algunos retrocediendo ante aquel fuego que no era común.

Eira lo sintió de nuevo: esa voz interior, suave pero firme.

“Ellos me temen. Usa mi fuego. Yo soy parte de ti.”

Ella cerró los ojos y gritó, desatando una explosión que barrió el claro entero.

Cuando el polvo se asentó, los jinetes y dragones ya no estaban. Habían alzado vuelo, retirándose, no vencidos del todo, pero tampoco vencedores.

Kael abrazó a Eira, que temblaba de cansancio.

—Los hiciste huir.

Ella negó con la cabeza, con un hilo de voz.

—No huyeron… solo esperan.

Al mirar el cielo, distinguió sus sombras aún girando sobre las nubes, observándolos. Esperando el momento en que su fuego se consumiera.

Y en el fondo de su pecho, Eira lo sabía: esa batalla era solo el inicio.




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