El Reino De Las Llamas Prohibidas

Capítulo 42 – El guardián en las sombras

El silencio tras la explosión era casi irreal. El aire aún ardía con brasas flotando, y el cielo continuaba iluminado por el resplandor de la llama eterna que Eira había invocado.

Kael sostenía a la joven, ayudándola a mantenerse en pie. Sus cuerpos estaban cubiertos de hollín y sudor, pero seguían vivos.

—Debemos movernos antes de que vuelvan —dijo él, aunque su voz mostraba un cansancio profundo.

Eira asintió, aunque sus piernas apenas respondían.

Entonces, un crujido entre los árboles los puso en guardia. Kael levantó la espada, mientras Eira alzaba la mano aún encendida de fuego dorado.

—Tranquilos —una voz grave y pausada emergió de las sombras—. No soy enemigo.

De entre la espesura apareció un hombre alto, de cabello blanco enmarañado y ropas desgastadas, como si llevara siglos vagando. Sus ojos, de un dorado intenso, brillaban como brasas en la oscuridad.

Kael dio un paso adelante, tenso.

—¿Quién eres?

El hombre sonrió apenas, aunque había tristeza en su rostro.

—Un guardián caído. Fui uno de los primeros en jurar lealtad a la llama eterna… antes de que los reyes y los dragones la convirtieran en un arma.

Eira lo observó con asombro. Su fuego interior vibraba, como reconociendo su presencia.

—¿Cómo… cómo sabes de mí?

El guardián se inclinó suavemente ante ella.

—Porque esa llama que arde en ti no es casualidad. Tú eres la portadora anunciada. Aquella que debía despertar cuando el equilibrio del mundo estuviera al borde de la ruina.

Kael frunció el ceño, desconfiado.

—¿Y por qué deberíamos creerte?

El hombre levantó la manga de su brazo, revelando una marca incandescente idéntica a la que brillaba en el pecho de Eira cuando usaba su poder.

—Porque yo también fui elegido una vez. Pero fallé. Y juré que, si alguna vez aparecía la verdadera heredera, la protegería hasta el final.

Eira retrocedió un paso, abrumada por sus palabras.

—¿Heredera? ¿De qué?

El guardián la miró con solemnidad.

—Del fuego que no pertenece a un reino ni a un trono, sino al mundo mismo. El mismo fuego que ahora los dragones buscan someter.

En ese instante, un rugido lejano retumbó en los cielos. Los jinetes aún sobrevolaban, esperando.

El guardián miró hacia arriba y luego a la pareja.

—No hay tiempo. Debemos partir al santuario escondido. Allí aprenderás lo que significa ser portadora… y cómo enfrentar lo que se avecina.

Kael intercambió una mirada con Eira. En sus ojos había miedo, pero también decisión.

—Si este santuario existe… iremos.

El guardián asintió, con un brillo extraño en su mirada.

—Entonces el destino ya ha comenzado a cumplirse.

Mientras caminaban bajo la guía del misterioso hombre, Eira sintió que, por primera vez, no estaban solos en su lucha.

Pero en el fondo de su alma, una pregunta la atormentaba:

¿Era realmente la heredera de ese fuego… o solo otra pieza de un juego más grande?




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