El Reino De Las Llamas Prohibidas

Capítulo 49 – Ecos del Reino Velado

El suelo cristalino se desvaneció bajo sus pies, y Eira y Kael descendieron suavemente, como si la luz misma los sostuviera. Cuando tocaron tierra, ya no estaban en la sala del trono, sino en un vasto valle iluminado por ríos de fuego azul que serpenteaban entre montañas flotantes.

Eira miró a su alrededor con los ojos brillando de asombro.

—Este lugar… es como un sueño.

Kael, aunque también impresionado, mantenía la mano en la empuñadura de su espada.

—O como una trampa.

El valle estaba habitado. No por humanos, sino por seres que parecían nacidos de los elementos mismos.

Un grupo de criaturas pequeñas, del tamaño de un niño, correteaba entre las flores luminosas. Sus cuerpos parecían estar hechos de agua líquida, y cada vez que reían, pequeñas gotas caían al suelo y se transformaban en nuevos brotes.

Más allá, enormes bestias de piedra caminaban lentamente, como montañas vivientes. Sus pasos hacían vibrar la tierra, pero su andar era tranquilo, casi solemne.

Y en el cielo, aves de alas traslúcidas dejaban estelas de luz dorada a su paso, como si pintaran el aire con pinceladas de fuego.

Eira se llevó una mano al corazón.

—Kael… nunca imaginé que algo así existiera.

Kael asintió, aunque su ceño seguía fruncido.

—Es hermoso, sí… pero fíjate. —Señaló discretamente—. Todos nos observan.

No tardaron en confirmarlo. De entre la multitud de criaturas, emergió una figura humanoide de rasgos delicados, con la piel plateada y el cabello como un manto de estrellas. Sus ojos eran dos orbes de un azul profundo, llenos de calma y sabiduría.

—Bienvenidos al Reino Velado —dijo con una voz suave que parecía arrullar el aire—. Soy Thalyss, guardiana de los umbrales.

Eira inclinó la cabeza, respetuosa.

—Gracias por recibirnos. No vinimos aquí por voluntad propia, pero… estamos agradecidos de estar vivos.

Thalyss sonrió, aunque en sus ojos brillaba un dejo de melancolía.

—Nadie entra aquí por voluntad propia, portadora de la llama. El Reino Velado escoge a quienes lo pisan.

Kael la miró con recelo.

—¿Y para qué nos ha escogido?

Thalyss no respondió de inmediato. Alzó la vista hacia las montañas flotantes, como si consultara con fuerzas invisibles.

—Para recordarles que el poder nunca llega sin precio.

Mientras caminaban junto a ella, descubrieron más maravillas. Un lago donde el agua reflejaba no el presente, sino recuerdos del pasado. Árboles cuyos frutos eran cristales que al tocarlos dejaban escuchar voces antiguas. Y puentes suspendidos de pura energía que los llevaban de una isla flotante a otra.

Eira se detuvo junto al lago, mirando su reflejo. No se veía a sí misma, sino a una niña con cabello oscuro y ojos asustados, rodeada de fuego descontrolado. Reconoció la escena: la primera vez que sus llamas habían destruido su aldea.

Eira retrocedió, con lágrimas en los ojos.

—¿Por qué… me muestra esto?

Thalyss la observó con serenidad.

—Porque aquí nada puede ocultarse. Ni el dolor, ni la culpa, ni el amor. Todo lo que son quedará expuesto.

Kael se acercó y tomó la mano de Eira, apartándola del lago.

—Entonces que nos miren. No tenemos nada que esconder.

Thalyss sonrió levemente, como si esas palabras hubieran sido una respuesta que esperaba escuchar.

Finalmente, llegaron a un círculo de piedras luminosas en el centro del valle. Allí, varios seres del Reino Velado aguardaban: algunos de aspecto majestuoso, otros salvajes, todos irradiando un poder imposible de describir.

Thalyss extendió la mano hacia ellos.

—Aquí comienza su estancia. Antes de decidir si pueden permanecer en estas tierras… o si deben ser rechazados, deberán pasar por las pruebas del Reino.

Eira alzó el rostro, decidida.

—¿Qué tipo de pruebas?

Thalyss la miró con intensidad.

—Las que no se libran con la espada ni con el fuego. Sino con el alma.

El valle entero pareció contener el aliento, como si incluso las montañas esperaran su respuesta.

Kael apretó la mano de Eira y susurró:

—Lo superaremos. Juntos.

Eira asintió, aunque en el fondo de su pecho una pregunta ardía con fuerza:

¿Y si el Reino Velado decidía que su amor era la verdadera amenaza?




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