El Reino De Las Llamas Prohibidas

Capítulo 52 – El Camino de las Tres Pruebas

El silencio pesaba tras el final de la primera prueba. El círculo de piedras todavía ardía con un resplandor tenue, como si guardara el eco de lo ocurrido. Kael sostenía a Eira entre sus brazos, y ella aún respiraba con dificultad, pero sus ojos brillaban con una nueva claridad.

Thalyss se adelantó, sus pasos no dejaban huella sobre la hierba. Su voz, grave y melódica, llenó el aire como un cántico antiguo.

—Han superado la primera prueba, la de la Verdad Interior. Pocos lo logran, pues no hay enemigo más cruel que uno mismo.

Kael levantó la cabeza, sus ojos oscuros fijos en la guardiana.

—¿Y ahora qué?

Thalyss extendió los brazos, y de la tierra brotaron tres pilares de cristal translúcido. Cada uno vibraba con una luz distinta: el primero era azul, como el agua; el segundo dorado, como el sol; y el tercero, negro como el vacío.

—El Reino Velado exige tres pruebas para conceder su paso. La primera es individual, pues cada alma debe aceptar su propia verdad. La segunda… —sus ojos se clavaron en ambos, penetrantes— no se supera en soledad. Será la prueba de su vínculo, donde el amor y la lealtad serán pesados en la balanza.

Eira frunció el ceño, aún temblorosa.

—¿Qué significa eso?

—Significa —replicó Thalyss con un leve destello en la mirada— que el Reino los pondrá en un camino donde solo podrán avanzar si el uno confía en el otro sin reservas. Dudar será su condena.

Kael tomó la mano de Eira con firmeza, como si quisiera demostrar que nada los rompería.

—Pasaremos esa prueba juntos.

Una mueca casi imperceptible curvó los labios de Thalyss.

—Veremos.

Con un gesto de su mano, el pilar dorado comenzó a arder en una llamarada luminosa, y un portal se abrió en el aire. Más allá, se adivinaba un bosque interminable, cubierto de brumas doradas y sombras que se movían como si respiraran.

—Entren —ordenó la guardiana—. El Reino ya ha comenzado a probarlos.

Eira y Kael cruzaron el portal, y de inmediato la atmósfera cambió. El bosque no era normal: cada árbol parecía susurrar sus nombres, cada sombra imitaba sus pasos. La bruma los envolvía hasta casi separarlos, y aunque caminaban lado a lado, había momentos en que sentían al otro demasiado lejos.

—Esto no me gusta —murmuró Kael, apretando la empuñadura de su espada.

—Es una ilusión —dijo Eira, aunque su propia voz temblaba—. Solo intenta separarnos.

De pronto, escucharon un grito. Era la voz de Kael… viniendo desde lo profundo del bosque.

Eira se volvió hacia él, pero Kael estaba justo a su lado. Su corazón dio un vuelco.

—Eso… era mi voz —susurró él, helado.

Eira apretó su mano con fuerza.

—No te sueltes. Pase lo que pase, no nos separamos.

Pero el bosque parecía empeñado en probarlos. El eco de voces familiares comenzó a resonar entre los árboles: el padre de Eira, llamándola con ternura; los camaradas caídos de Kael, rogándole que volviera.

Cada palabra era un anzuelo, cada grito un intento de arrancarlos el uno del otro.

La prueba del vínculo había comenzado.




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