El Reino De Las Llamas Prohibidas

Capítulo 55 – El Eco del Sacrificio

El sendero de piedra se extendía ante ellos como un río de luz. A cada paso, el bosque quedaba atrás, y el aire adquiría una densidad extraña, cargada de ecos. No había árboles ni bruma, solo un vasto vacío iluminado por un cielo dorado que parecía arder.

Al final del camino, un altar de cristal los esperaba. Y sobre él, dos espadas cruzadas brillaban como fuego líquido.

Thalyss apareció junto al altar, más solemne que nunca.

—Han llegado a la última prueba. —Su voz resonaba como un eco infinito—. Aquí no se mide el miedo ni la duda. Aquí se mide el destino.

Kael y Eira intercambiaron una mirada tensa.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó Kael.

Thalyss extendió una mano hacia las espadas.

—Dos caminos se alzan ante ustedes. Uno implica el sacrificio de uno para que el otro viva. El otro, elegir un destino común, aunque ese destino enfrente a sus mundos y los condene a ambos.

Eira sintió un escalofrío recorrerle la piel.

—¿Quieres que uno de nosotros muera?

—No yo —replicó Thalyss con frialdad—. El Reino Velado. No aceptará un vínculo a medias.

El altar vibró. Frente a Kael apareció la imagen de su reino, arrasado por llamas. Frente a Eira, el suyo, cubierto de cenizas. Las dos visiones eran brutales: si elegían estar juntos, el equilibrio entre los reinos se rompería, y ambos mundos pagarían el precio.

Kael apretó los dientes.

—Esto es una trampa.

Eira lo miró, temblando.

—¿Y si no lo es? ¿Y si de verdad debemos elegir entre salvar nuestros pueblos o salvarnos a nosotros?

Kael tomó su rostro entre sus manos, obligándola a mirarlo.

—Eira… incluso si el mundo nos odia, yo elijo contigo. Siempre contigo.

Las lágrimas ardieron en sus ojos. Ella también quería decir lo mismo, pero el eco del deber la atravesaba como un puñal. ¿Podía condenar a todos por un amor prohibido?

Thalyss observaba en silencio, sin intervenir, sus ojos brillando como estrellas en juicio.

El altar retumbó de nuevo, y las espadas se encendieron, como si exigieran una decisión inmediata. Una para la muerte. La otra para la unión absoluta, sin retorno.

El Reino Velado los ponía contra el filo más cruel:

Amor, pero a costa de la guerra y la ruina.

Sacrificio, para preservar la paz y destruirse a sí mismos.

Eira respiró con fuerza, el corazón destrozándose en su pecho. Sabía que debía decidir. Y sabía que, cualquiera fuera la elección, nada volvería a ser igual.

Kael tomó una espada. Eira, la otra.

La luz del altar envolvió sus cuerpos mientras ambos levantaban el filo hacia el cielo, y el Reino aguardó, expectante, el eco de su sacrificio… o de su desafío al destino.




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