El Reino De Los Hechiceros

Capítulo II

Después del encuentro que mi padre tuvo con la señora chaman me llevo a casa a descansar, dure unos meses estudiando en casa por los mismos temores de mi padre, obligándome a ocultarme del resto del mundo para no destacar entre la multitud. También se me instruyo muchas cosas del Reino Oculto por mi padre Gideon y mi guardián y amigo Ónix, quienes tratan de mantenerme al tanto del peligro de lo que hay afuera, ya que como yo... soy especial, mi padre, madre y hermano no, son normales.

10 años antes del incidente...

—¿Quién es Suho? —pregunto mirando al hurón blanco que comía sardinas, este para en seco con una sardina en mano.

—el problema aquí no es quien es, sino ¿Quién te informo de él? —responde dejando su plato de lado para subirse en mi mesa de estudio— ¿Quién te dijo ese nombre? —titubeo mirando hacia la ventana ¿Habré dicho algo malo? Trago grueso negando, no quiero ser reprendida por escuchar cosas que no debo. —habla —agrega serio convirtiéndose en un gato blanco.

—escuche a mi padre por teléfono decir su nombre.

—¿Qué más?

—dijo que pasara lo que pasara, tenían que avisarle si el iba a estar cerca, dijo que él es muy observador —este ladea la cabeza entendiendo— ¿Quién es Suho?

—¿Cuántos años tienes ahora? Acuérdame.

—ocho.

—¿Qué sabes de afuera?

—que hay monstruos y personas que ven y pelean contra esos monstruos, también que debo cuidarme de los dos para proteger a mis padres y a Soren.

—claro, ellos se llaman hechiceros y son muy sensibles, pero este Suho es uno de ellos y es uno muy sensible, el puede darse cuenta de ti e informarle al consejo del Reino Oculto —abro los ojos grandes y como respuesta inmediata mi piel se eriza.

—¿Es muy malo? —este asiente.

—si el Reino Oculto sabe de tu existencia, te llevarán lejos y tus padres y tu hermano sufrirán las consecuencias del motivo de tu escondite ¿Entiendes? —muerdo mis labios negando.

—no quiero Ónix, no quiero que me lleven —tiemblo al pensar ser alejada, afuera es peligroso, pero tengo que vivir con ello, no quiero que le hagan daño a mi familia.

—tranquila, no pasara nada si tu no te encuentras con el —asiento.

—¿Cómo es el?

—¿seguro quieres saber? —asiento lento—es un asiático —alzo una ceja.

—¿Y cómo voy a saber que asiático es? Hay muchos ¿Tendré que evitar a todo asiático que haya? Hay muchos Ónix —este me mira serio, pasando su cola esponjosa por mi cara.

—¡Espabila! Winter, déjame terminar niña —chasquea la lengua para seguir viéndome serio— no vas a tener que evitar a todos los asiáticos que te encuentres, Suho es muy alto.

—¿Cuánto?

—un metro ochenta y… tantos —asiento, es muy alto, papá mide uno ochenta y cinco—este tiene el cabello platinado.

—¿Platinado? —pregunto confundida.

—es gris claro Winnie —termina de dar un suspiro—y siempre lleva gafas de sol.

—¿Por qué?

--porque sus ojos son especiales —acerco mi cara a Onix interesada—los rumores dicen que son como dos diamantes blancos y por su composición, tiene que cuidar sus retinas de la luz solar.

Sin previo aviso la puerta de la habitación es abierta dejando ver a mi padre, este pasa caminando lentamente y nosotros solo lo observábamos callados atentos a la expectativa de sus movimientos, este nos observa con una mirada seria, acomoda sus lentes antes de querer tomar a Ónix con una sola mano en un movimiento rápido, este antes de ser atrapado había saltado convirtiéndose en un ratón blanco escondiéndose en mi cabello, por mi parte tenia los ojos abiertos como platos por tal acción.

—Ónix, sal —habla suave con una sonrisa amable.

—no, me quieres hacer daño —este parpadea enfocando sus ojos negros en mí.

—¿Le quieres hacer daño a Ónix? —este se reincorpora sentándose en frente de mi mesa.

—no cariño, solo quería tener una charla amistosa con el —sonríe soltando su cabello que cae en sus hombros, para amarrar solo una parte, dándole una imagen rebelde y majestuosa, mi papi es guapo—hay cosas que no se pueden decir todavía.

—¿hablas de Suho? —asiente tomando mis colores de la mesa para colocarlos en mi cartuchera.

—tu tranquila, tu padre te protegerá de todo, sabrás todo a su tiempo.

—a su tiempo —remeda Ónix en mi cabello— ¿Ocultas algo? ¿Por qué no puede saber de los Hechiceros? Es importante que tenga conocimientos de los distintos tipos de ellos y sus nombres, apariencia, poder y rango, no toda la vida estarás con ella ¿Qué harás cuando se encuentre con uno cara a cara? ¿Cuándo valla a la escuela? Seguirás vigilándola ¿No sería sospechoso? ¿Qué pasa con Atlas? Gideon —este se levanta con notable molestia y mete su mano en mi cabello.

Atlas, ya había escuchado ese nombre por parte de la chaman.

—auch!

—puedo morder más duro —avisa el Kimera quien al parecer le había clavado el diente en la mano a mi padre, este lo toma y siento como lucha en lo que el lo saca de mi cabello.

—ahora volvemos hermosa, tendremos una charla un poco fuerte —me informa antes de salir con el ratón en mano fuera de mi habitación y dejarme confundida ante esto.

A partir de este punto mi padre tuvo una conversación seria con Ónix, quien en los siguientes días se negaba a salir de su jaula ambientada para un Huron pero me instaba a escuchar historias del Reino Oculto a través de esta, sobre hechiceros, monstros y maldiciones, aquí también fue el punto de partida para empezar a andar pegado a mi como lapa ya que mi madre sugería que tuviera una vida normal como cualquier niña de ocho años, pero quien la culpaba, ella era ignorante a lo que me estaba pasando y mi padre decidía mantenerla en la ignorancia para protegernos, tanto en el colegio, como en el baño, incluso cuando dormía, Ónix no se separaba de mí, un tiempo fue desesperante pero luego me acostumbre a esto. Mi padre, empezó a ausentarse de casa por trabajo y eso tenia a Ónix con sus alertas por lo alto, dejándome sola con mi madre Regina ya que mi hermano mayor Soren pasaba su tiempo becado en escuelas de intercambio o internados en el extranjero cosa que lo mantenía ocupado y nos enorgullecía al ser tan inteligente, mi madre si sabia de las marcas en mi cuerpo, pero ella creía que de alguna manera me había caído una maldición y sentía que mientras los tuviera nada malo iba a pasarme.




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