El reino del granjero

Capítulo 1: La tierra, el sueño y el eco de la guerra

Las colinas del valle de Aenor brillaban bajo la luz dorada del amanecer. Una brisa templada acariciaba los trigales maduros, haciendo que las espigas se mecieran como un mar de oro. En medio de ese paraíso terrenal, se hallaba una extensa propiedad agrícola conocida como Granja Arthel, heredada por un joven de espíritu incansable: Eldric Halven.

Eldric, de cabello castaño claro y ojos verde bosque, empuñaba su azada con firmeza. Vestía una camisa de lino beige y pantalones oscuros manchados por el trabajo diario. Tenía apenas 19 años, pero ya cargaba sobre sus hombros el legado de su padre, fallecido un invierno atrás. Desde entonces, había mantenido viva la granja... pero su corazón pedía más.

—Otro día, otra cosecha —dijo Eldric, deteniéndose y secándose el sudor con el dorso de la mano—. Pero... ¿qué sentido tiene cosechar si nadie viene a comprar? Este lugar tiene tierra de sobra... ¿Por qué no levantar una aldea aquí mismo?

A su lado, una joven de piel morena y cabello negro trenzado, con un pañuelo rojo atado a la cabeza, lo miró con los brazos cruzados. Era Maelis Dovar, su amiga de la infancia y aprendiz de herrera.

—¿Una aldea? —frunció el ceño—. Eldric, eso no es como plantar nabos. Necesitas arquitectos, madera, piedra, ¡y gente!

—Lo sé. Pero... ¿y si empiezo solo? —respondió él con una sonrisa confiada—. Esta tierra puede ser un nuevo hogar. No quiero solo vivir aquí. Quiero construir algo duradero. Algo que proteja. La guerra está por llegar a estas tierras, Maelis... quiero que la gente tenga un refugio antes de que sea tarde.

Un cuervo graznó sobre el tejado del granero. Un mal presagio. En las montañas del este, las llamas de una torre ardiendo marcaban el inicio del conflicto entre los Reinos de Velmora y Tharion. Nadie en Aenor estaba aún preparado para la tormenta que se avecinaba.

Maelis bajó la mirada. Luego asintió.

—Si vas a empezar algo así, no lo harás solo. Puedo forjar herramientas, clavos, herrajes. Pero necesitarás más manos.

—Entonces buscaré voluntarios —afirmó Eldric—. Construiré la primera casa mañana. Y cuando haya dos, buscaré a los demás.

Mientras caminaban hacia la casa principal, vieron llegar a un carruaje de madera tirado por dos caballos. Del asiento delantero descendió un hombre de complexión robusta, barba negra y uniforme de explorador. Era Garrun Kel, uno de los exploradores de frontera.

—¡Eldric! ¡Maelis! —exclamó Garrun con voz grave—. El paso de montaña fue atacado. Los soldados de Tharion ya han cruzado el límite oriental.

Eldric apretó los puños. Su mirada se perdió en el horizonte.

—Entonces es como pensé. Ya no estamos seguros. Necesito empezar hoy mismo.

Garrun lo miró con curiosidad.

—¿Empezar qué?

—Una ciudad.

El silencio duró unos segundos.

—Estás loco —dijo Garrun, aunque esbozó una sonrisa—. Pero si alguien puede hacerlo, eres tú. Con esa terquedad que heredaste de tu padre.

Esa noche, bajo la luz de las estrellas, Eldric se sentó en el centro de su campo más grande, una antorcha encendida a su lado. Con una cuerda y una estaca, marcó un círculo sobre la tierra. El espacio de la primera casa. La semilla de su ciudad.

Y mientras martillaba la primera estaca en la tierra, las primeras llamas de guerra ya devoraban aldeas al este.



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En el texto hay: reinos, acccion, medieval

Editado: 06.05.2025

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