*THYRA*
Mientras nos dirigíamos de regreso a la casa, los soldados permanecían cerca de mí, su desconfianza hacia Caden palpable. Sus miradas, duras y filosas como dagas, seguían cada uno de sus movimientos. Algunos incluso apretaban las empuñaduras de sus armas, como si esperaran —o quizás desearan— una excusa para volver a intervenir. Caden, por supuesto, se limitaba a caminar con las manos en los bolsillos y una expresión divertida, completamente ajeno —o fingiendo estarlo— al enojo que había despertado.
"¿Siempre tan encantador con tus anfitriones?" le dije en voz baja mientras subíamos los escalones hacia la entrada principal.
"Al menos no me aburren", respondió él, esbozando una sonrisa satisfecha.
Antes de que pudiera contestar, un ruido familiar irrumpió en la escena: dos pares de pisadas apresuradas resonaron en el patio cubierto de nieve. Alcé la vista justo a tiempo para ver a Eryk y Askel correr hacia mí. Sus rostros estaban encendidos, probablemente por el frío y la preocupación.
"¡Thyra!" gritó Eryk, con el ceño fruncido. "¿Qué demonios acaba de pasar? ¡Hubo una explosión de maná!"
"¡Pensamos que la casa se estaba viniendo abajo!" añadió Askel, ligeramente más calmado, pero con la misma preocupación en sus ojos.
Ambos se detuvieron frente a mí, con la respiración entrecortada. Pero al notar la presencia de Caden a mi lado, su semblante cambió.
"Oh…" murmuró Eryk, su tono ahora teñido de fastidio mientras cruzaba los brazos.
"Ya veo qué sucedió", remató Askel, entrecerrando los ojos con desdén.
Antes de que pudiera decir algo, los dos se acercaron y, con un movimiento casi sincronizado, me envolvieron en un abrazo protector. Era cálido, torpe y lleno de cariño fraternal.
"Estamos aquí para defenderte de los idiotas", susurró Eryk, con un tono suficientemente alto para que Caden lo oyera.
"Sí, especialmente de este tipo", añadió Askel, dirigiéndole a Caden una mirada fulminante.
"¡Vaya, sí que me quieren!" ironizó Caden, llevándose una mano al corazón como si estuviera herido. "Siempre es un placer verlos, chicos".
Peor mis hermanos lo ignoraron, apretándome un poco más antes de finalmente soltarme. Justo cuando me enderezaba y me disponía a aclarar todo el malentendido, otra voz irrumpió en el aire.
"¡Thyra!"
Giré la cabeza y vi a una joven que bajaba apresuradamente de uno de los carruajes recién llegados. Su voz sonaba brillante y llena de entusiasmo, y el cabello castaño oscuro le caía en ondas naturales sobre los hombros mientras se acercaba con rapidez. Era Myla.
"¡No puede ser!" dije con sorpresa genuina mientras una sonrisa tiraba de mis labios.
Myla prácticamente saltó sobre mí para abrazarme con fuerza, casi haciéndome tambalear. Su calidez era contagiosa, y no pude evitar devolverle el abrazo con igual intensidad. Era una de las pocas personas que lograban traerme una sensación de paz inmediata. No la veía desde hacía un año, y la nostalgia fue como un nudo en el pecho.
"¡Mírate!" exclamó, apartándose para observarme de pies a cabeza. Sus ojos azules seguían siendo tan vivos como siempre. "Al parecer sigues entrenando duro. La explosión que escuchamos en el carruaje casi nos hace saltar del asiento".
Reí ligeramente, aunque no pude evitar fijarme en el vendaje ligero que llevaba en su mano derecha. Fruncí el ceño y señalé con un gesto.
"¿Sigues entrenando con el arco y la espada?"
"Por supuesto", respondió con orgullo, levantando ligeramente la mano vendada. "Aunque a veces exagero un poco. Tú sabes cómo soy".
Myla entonces giró la cabeza hacia Caden, quien, para variar, seguía sonriendo como si todo esto fuera una broma personal.
"Déjame adivinar", dijo ella, clavándole una mirada acusadora. "¿Otra de tus entradas teatrales, Caden?"
"No puedo evitarlo si la gente reacciona tan bien", respondió él con una ligera inclinación, como si se estuviera disculpando de forma sarcástica.
"No todos apreciamos los sobresaltos", comentó Myla con tono seco, pero una sonrisa ladeada se asomaba en su rostro.
Observé el intercambio entre ellos con una mezcla de diversión y resignación. Ambos tenían personalidades fuertes y opuestas, pero de alguna manera lograban entenderse a su manera. Sus discusiones siempre habían sido parte de la dinámica entre los tres, y verlos interactuar otra vez era como volver a tiempos más simples.
Sin embargo, no pude evitar un ligero escalofrío al recordar la manera en que Caden había atacado, incluso si lo había hecho sin intención de herirme. Mis manos inconscientemente se tensaron, y llevé una al costado izquierdo, donde aún sentía un leve hormigueo del maná que había liberado.
Al cruzar las grandes puertas de la casa, un murmullo de conversaciones animadas y el suave crepitar del fuego en las chimeneas nos dieron la bienvenida. La sala principal era espaciosa, adornada con elegancia pero sin excesos: tapices de tonos cálidos colgaban de las paredes, los muebles de madera oscura y fina estaban dispuestos con armonía, y un enorme ventanal ofrecía una vista directa al jardín nevado.
Mis pasos se detuvieron al notar a quienes nos esperaban. Reunidos en el salón, sentados cómodamente, estaban los padres de Myla, Lord y Lady Varenn, acompañados por los dos pequeños gemelos de la familia, una niña y un niño, ambos de no más de ocho años. Los pequeños, con la energía característica de su edad, se retorcían inquietos en sus asientos mientras sus padres intentaban, sin mucho éxito, que permanecieran quietos.
"Ah, finalmente aparecieron", dijo Lord Varenn con una sonrisa cálida mientras se ponía de pie para recibirnos. Era un hombre robusto, de barba bien cuidada y mirada amable, que contrastaba con su esposa, Lady Varenn, cuya expresión serena y distinguida irradiaba un aire de autoridad natural.
A su lado, sentados con porte impecable, estaban los padres de Caden, Lord Almaric y Lady Serella, y junto a ellos, el hermano mayor de Caden, Darien. Lord Almaric era un hombre de figura imponente y voz grave, con un aire disciplinado que no dejaba lugar a dudas sobre su carácter estricto. Su esposa, Lady Serella, en cambio, poseía una presencia más tranquila y refinada, aunque sus ojos sagaces parecían captarlo todo a su alrededor.