*THYRA*
Corría a toda velocidad, impulsada por el mana que recorría mi cuerpo. Cada paso que daba sobre la nieve era un estruendo, y la energía a mi alrededor parecía vibrar con cada movimiento. Mi mente estaba centrada en un solo objetivo: regresar a la base.
Cuando llegué a las cercanías, lo vi. Las bestias de bajo rango se lanzaban contra las defensas con una ferocidad casi suicida, pero los soldados resistían, eliminando una tras otra con determinación. A pesar de la situación, me impresionaba su resistencia. Sus flechas, lanzas y hechizos volaban por el aire, impactando a los enemigos con precisión. Sin embargo, sabía que esto no sería suficiente si el ataque continuaba.
"¡Estamos aquí! ¡No bajen la guardia!" grité mientras cargaba directo hacia la primera bestia que encontré en mi camino.
Mis hombres, los soldados de Auren y los exploradores que nos acompañaron, se dispersaron rápidamente para unirse a las líneas defensivas, apoyando a los agotados guerreros del puesto. Pero yo no me detuve.
Con mi espada en mano y el mana latiendo en mi interior, me lancé contra las bestias. Una de ellas, un enorme lobo negro con ojos rojos, saltó hacia mí. Giré sobre mi eje y con un movimiento fluido le corté el cuello. La sangre salpicó la nieve mientras su cuerpo caía inerte.
Otro se lanzó por mi flanco, pero ya lo había sentido antes de que siquiera se moviera. Un hechizo de viento concentrado salió disparado de mi mano, destrozando su torso en el acto. No podía permitirme frenar.
Mi velocidad era tal que, a cada paso, dejaba una estela verde detrás de mí. Los soldados que estaban en las murallas volteaban al verme pasar, algunos incluso gritaban mi nombre como un grito de aliento. Pero yo no les prestaba atención.
"¡Thyra, cubre el este! ¡Están intentando rodearnos!" escuché la voz de Eran a la distancia, liderando un grupo hacia el oeste.
Asentí con la cabeza, aunque sabía que no podría verme. Mi prioridad era despejar las áreas más comprometidas. Me dirigí hacia el este, donde una criatura con forma de oso gigantesco embestía contra la barrera de madera.
"¡No en mi base!" murmuré mientras saltaba hacia él, envolviendo mi espada con mana puro.
El corte que realicé fue limpio y definitivo, partiendo a la criatura en dos. Su rugido quedó atrapado en su garganta mientras su cuerpo se desplomaba, haciendo temblar la tierra. Aproveché el momento para extender mi mana a mi alrededor y localizar a más enemigos.
Había muchos, más de los que deberían haber en un ataque menor como este. Algo no estaba bien.
"¡Arqueros, enfoquen su fuego en el grupo del norte!" ordené mientras canalizaba un hechizo en mis manos.
El mana se acumuló en mi palma, creando una esfera brillante que rápidamente transformé en una lluvia de cuchillas de energía. Las lancé hacia un grupo de bestias que intentaban romper una de las barricadas, atravesando sus cuerpos como si fueran de papel.
A pesar de nuestra ventaja momentánea, sabía que esto no era una coincidencia. Estas bestias no estaban actuando solas; alguien o algo las estaba guiando. Esto no era un simple ataque.
"¡Thyra! ¡Cuidado!"
La advertencia llegó justo a tiempo. Giré sobre mis talones y alcé mi espada, bloqueando las garras de una criatura que había logrado acercarse sigilosamente. La fuerza del impacto me hizo retroceder un par de pasos, pero no le di tiempo para otro ataque.
Una ráfaga de fuego salió de mi mano libre, incinerando a la bestia al instante. Su cuerpo cayó al suelo convertido en cenizas.
El campo de batalla era un caos absoluto. Los soldados gritaban órdenes, las explosiones resonaban en el aire, y los rugidos de las bestias no cesaban. Pero lo peor era la sensación en mi pecho.
"Esto no es todo. Aún no hemos visto lo peor", susurré para mí misma mientras corría hacia otra sección de la base, donde las defensas parecían flaquear.
Las criaturas continuaban llegando, pero yo no iba a permitir que sobrepasaran las barreras. No mientras estuviera aquí.
Me lancé contra un grupo de enemigos que intentaban derribar a los soldados en la muralla. Mi espada cortó el aire con precisión letal, mientras mis hechizos desintegraban a aquellos que intentaban atacarme desde lejos. El suelo a mi alrededor comenzaba a teñirse de rojo.
Sabía que estaba usando demasiado mana, pero no podía detenerme. Si caíamos aquí, no habría nadie para advertir al reino de lo que estaba ocurriendo en el norte.
"¡Sigan luchando! ¡No bajen las armas!" grité, mi voz resonando por encima del ruido de la batalla.
El estruendo fue ensordecedor, un rugido tan profundo que parecía provenir de las entrañas de la tierra misma. Me detuve por un instante, mi espada aún goteando sangre negra de las bestias que había eliminado segundos atrás. Sentí cómo la vibración atravesaba el suelo y subía por mis piernas. No podía ser...
El temblor se intensificó, las murallas de madera del puesto crujieron como si fueran a ceder en cualquier momento, y varios soldados perdieron el equilibrio, cayendo al suelo. Los gritos de alerta comenzaron a resonar en el aire.
"¡¿Qué está pasando?!"
Pero no necesitaba preguntar. Sabía perfectamente lo que estaba ocurriendo. Hace tres años, había sentido este mismo temblor, este mismo pánico indescriptible en el aire. Las imágenes de aquella noche regresaron con brutal claridad: el cielo iluminado por las llamas, los gritos de los caídos, la sensación de impotencia mientras enfrentábamos algo que no debería existir.
"¡No puede ser otra vez!", murmuré, apretando los dientes mientras apretaba la empuñadura de mi espada.
La tierra comenzó a abrirse en un socavón enorme, como si un abismo quisiera tragarse todo a su alrededor. Los árboles cercanos fueron arrancados de raíz, y las bestias que se encontraban en el área fueron arrastradas hacia las profundidades, sus rugidos desapareciendo en el caos.