*CADEN*
El aire helado mordía mis pulmones mientras Darien y yo avanzábamos entre la nieve. El silencio era pesado, roto únicamente por el crujido de nuestras botas al hundirse en el suelo congelado. Los reportes indicaban que en esta área había un acantilado y rastros de lucha, pero el camino era traicionero, con nieve acumulada ocultando irregularidades en el terreno.
Cuando finalmente llegamos al borde del precipicio, el paisaje se abrió ante nosotros, y la vista me dejó un nudo en el estómago. Las marcas de lucha eran menos evidentes aquí, pero las manchas de sangre contaban otra historia. La nieve intentaba borrar la evidencia, pero las marcas estaban ahí, delgadas y deslavadas por el tiempo.
Me agaché, tocando una de las manchas congeladas pero las más claras. "Sangre humana," murmuré, sintiendo la fría humedad de la nieve bajo mis dedos. Era fresca, pero no reciente.
"Y aquí," señaló Darien, de pie unos pasos más allá. Sus ojos estaban fijos en una mancha oscura y más espesa. Sangre negra, espesa y viscosa como aceite, rodeaba lo que parecían ser marcas de arrastre en el suelo. "El dragón estuvo aquí también. No hay duda."
Antes de que pudiera responder, escuché el ruido de pasos acercándose detrás de nosotros. Volteé y vi a Myla, seguida por los soldados y los Lords. Su rostro estaba sombrío, y entendí que ella también sentía lo que nosotros: este lugar emanaba una inquietud que era difícil ignorar.
Lord Auren lideraba al grupo, su capa ondeando tras él mientras avanzaba hacia el borde del acantilado. Cuando llegó, se detuvo en seco, sus ojos clavados en un punto específico. Seguimos su mirada, y vi lo que había captado su atención: una sección del suelo destrozada, con profundas grietas y rocas rotas.
"Este es el lugar," dijo, su voz grave. "Aquí fue donde el dragón cayó… junto con Thyra."
Sus palabras fueron un golpe seco. Me acerqué más al borde, asomándome con cuidado. El acantilado era imponente, y abajo sólo se veía un campo de rocas afiladas y largas, como una trampa mortal esculpida por la naturaleza. La vista hizo que mi estómago se retorciera.
"No hay forma de que alguien pueda sobrevivir a una caída así," dijo Darien, con voz baja. Sus palabras me hicieron girar hacia él con un destello de enojo.
"No lo sabes," le espeté, quizás con más fuerza de la necesaria.
Darien no respondió, pero su expresión me dejó claro que no estaba convencido. Miré hacia abajo de nuevo, intentando no perder la esperanza, pero incluso yo sabía que el escenario era desalentador.
Los soldados comenzaron a preparar el equipo para el descenso, pero los Lords no esperaron. Lord Auren, Lord Almaric y Lord Varenn caminaron hasta el borde y, sin dudarlo, se dejaron caer. Saltaron al vacío con una confianza y habilidad que sólo alguien de su nivel podía tener. Sus capas se alzaron como sombras fugaces antes de desaparecer entre la niebla y la roca.
Myla me lanzó una mirada rápida antes de acercarse al borde. "¿Listo para esto?" preguntó, con una mezcla de determinación y desafío en la voz.
Asentí, aunque mi corazón latía con fuerza. "Siempre."
Mientras nos asegurábamos con el equipo y comenzábamos el descenso, la adrenalina se mezclaba con la preocupación. La oscuridad del acantilado parecía engullirnos, y cada metro que bajábamos sentía el peso de la incertidumbre crecer.
Cuando finalmente tocamos fondo, el frío era más intenso, y las sombras proyectadas por las rocas afiladas daban al lugar una atmósfera opresiva. El suelo estaba cubierto de sangre negra, oscura y densa como alquitrán, y las enormes rocas afiladas estaban teñidas de ese mismo líquido.
La escena era grotesca, pero lo que realmente me llamó la atención fue el enorme cadáver del dragón empalado en las rocas. Sin su cabeza ni sus alas, el cuerpo de la bestia parecía un cascarón vacío. Varias garras y escamas habían sido arrancadas, probablemente por los soldados Auren, que se llevaron los trofeos para demostrar la victoria de Thyra sobre esta abominación.
El hedor a sangre negra y podrida llenaba el aire, mezclándose con el frío glacial que mordía la piel. Incluso muerto, el dragón conservaba una presencia ominosa, como si su sombra se negase a desaparecer.
Lord Auren se acercó al cadáver lentamente, su capa arrastrándose por la nieve manchada de sangre. Había algo en su andar que me puso en alerta: una rigidez en sus movimientos, una tensión contenida que parecía a punto de explotar. Nadie dijo nada, ni siquiera los otros Lords, que observaban con el ceño fruncido pero sin intervenir.
Cuando llegó frente al cadáver, desenvainó su espada. El sonido del metal al salir de la vaina resonó en el silencio de la caverna, haciendo que todos nos tensáramos instintivamente. La hoja relucía bajo la tenue luz, y el aire pareció volverse más pesado, como si algo invisible nos aplastara.
Entonces, ocurrió.
Un aura opresiva emergió de Lord Auren, envolviéndolo como una tormenta oscura y furiosa. Era tan intensa que sentí cómo mi respiración se cortaba, mis manos temblaban, y mis piernas parecían a punto de ceder. Darien, que estaba a mi lado, apretó los dientes, sus nudillos blancos al aferrarse a la empuñadura de su espada, pero incluso él no pudo ocultar el miedo en sus ojos.
Myla retrocedió un paso, y los soldados comenzaron a murmurar entre ellos, visiblemente inquietos. Algunos incluso dejaron caer sus armas, incapaces de soportar la presión que emanaba de Lord Auren. Era como si el mismo aire se hubiera llenado de un veneno invisible, paralizante.
Pero los otros Lords permanecieron firmes, observando en silencio, sus rostros inmutables. No había miedo en ellos, solo una comprensión tácita de lo que estaba ocurriendo.
Lord Auren levantó su espada con ambas manos, apuntando hacia el cuerpo del dragón. Su voz resonó en el lugar, baja pero cargada de una furia contenida que me hizo estremecer.