*AEDRIC*
El sonido del fuego chisporroteando y los ecos de voces dando órdenes fueron lo primero que escuché al abrir los ojos. Los lamentos de dolor se entrelazaban con el bullicio de una actividad frenética, y el calor del sol empezaba a atravesar una rendija en la entrada de la carpa, lastimando mis ojos. La luz, aunque tenue, me cegó por un momento, y me vi obligado a entrecerrar los ojos mientras intentaba ajustarme a la realidad que me rodeaba.
Intenté moverme, pero el dolor en mi cuerpo fue insoportable. Cada vez que trataba de levantarme, una punzada de agonía recorría mi costado y mi cabeza. Un grito bajo, apenas un susurro de dolor, salió de mis labios sin querer. Sentía cada músculo, cada hueso, como si se hubiera roto bajo el impacto de los golpes que había recibido en la batalla.
Con esfuerzo, me levanté de la cama improvisada, sintiendo un mareo momentáneo al poner mis pies en el suelo. La herida en mi costado seguía ardiendo, pero no podía quedarme allí, tenía que salir, saber qué había sucedido. Empujé la tela de la carpa a un lado y salí al exterior.
Lo que vi me sorprendió. El campamento estaba en movimiento, pero no como antes. Aventureros de rango medio y rango alto estaban ocupados, moviéndose de un lado a otro mientras recogían los cuerpos de las bestias caídas. Las carretas grandes se llenaban con los cadáveres, y los guerreros y cazadores los transportaban hacia el gremio. Había una sensación de alivio en el aire, pero también una presencia de cansancio y desesperación que no desaparecía por completo. Las heridas de muchos eran visibles, y el sonido de los gritos de los heridos aún resonaba en el ambiente.
Mientras observaba a mi alrededor, mi mente no pudo evitar regresar a la noche anterior. La batalla, los minotauros, la figura que había aparecido de la nada... Esa presencia, el poder incontenible que había sentido, y cómo todo había terminado en un parpadeo. Los detalles seguían nublados en mi mente, pero una cosa era clara: aquella figura, la mujer, era alguien más allá de lo que había visto en mi vida.
Me quedé en silencio un momento, observando todo el caos organizado que ocurría frente a mí, mientras intentaba recordar cómo había llegado a este punto. Mi cuerpo, aunque todavía dolorido, se irguió con una determinación creciente. No iba a quedarme allí solo para curarme. Algo dentro de mí necesitaba entender lo que había sucedido, necesitaba saber más sobre esa mujer y sobre su poder.
Respiré hondo, apretando los dientes ante el dolor, y me forcé a caminar, sin saber aún qué hacer, pero con la certeza de que no podía quedarme quieto.
Cuando trataba de dar un paso hacia la entrada de la carpa, sintiendo el dolor punzante en cada movimiento, una sensación extraña recorrió mi hombro. No era una sensación común, sino una que me heló la sangre por un momento. Mi instinto reaccionó con rapidez y me giré bruscamente, mi cuerpo aún tambaleante por las heridas y el dolor, pero la necesidad de entender lo que ocurría superó todo.
Ahí estaba ella.
La mujer que había visto la noche anterior. La figura imponente que había arrasado con las bestias y que había dejado su huella en cada rincón del campo de batalla. Sin embargo, algo era diferente. Su aura, aunque poderosa, no era la misma que la de anoche. No estaba rodeada por esa sensación de presión inhumana, de peligro palpable. Su presencia era aún imponente, pero más suave, menos temible.
Ella me observaba con unos ojos azules brillantes que casi parecían reflejar el cielo en su pureza. Su rostro era pálido, pero saludable, con un rubor natural que le daba una apariencia más humana que la imagen que había retenido en mi mente. Su cabello oscuro caía en ondas suaves alrededor de su rostro, y su cuerpo, aunque definido, emanaba una elegancia tranquila, distinta a la feroz fuerza que había demostrado en la batalla.
Me miraba con una calma que contrastaba con el caos que había rodeado la lucha, pero lo más impactante de todo fue la voz que salió de sus labios. Era dulce, tranquila, pero contenía un poder palpable, algo que no podía ignorar, algo que me hizo estremecer ligeramente a pesar de sus suaves palabras.
"¿Estás bien?", preguntó con una calma que no correspondía con la intensidad de la situación. Sus ojos caían sobre mi costado, donde las vendas estaban claramente empapadas en sangre, señalando las heridas que, al parecer, se habían reabierto debido a mi esfuerzo por moverme.
Mi respiración se aceleró un poco al darme cuenta de que las heridas no se habían cerrado completamente, a pesar de los cuidados que había recibido. Me sentía un poco avergonzado, pero también agradecido de que ella estuviera allí, incluso si era confuso por qué se acercaba a mí.
"No, no lo estoy", respondí, mi voz más rasposa de lo que esperaba. "No pensé que aún tendría que lidiar con esto. Gracias por... lo de anoche", agregué, mirando a la mujer con un sentimiento de gratitud algo forzado, sabiendo que no era capaz de entender completamente lo que había sucedido ni por qué ella había estado allí.
La mujer no dijo nada de inmediato, solo observó las heridas y luego, sin previo aviso, se acercó un paso más. Podía sentir su presencia, como una ola que empujaba contra mí, y la sensación de temor volvió a recorrerme. Sin embargo, esta vez, era una mezcla extraña de respeto y fascinación. No estaba segura de cómo reaccionar, pero sentí que había algo más en ella, algo que no podía entender.
"Deberías descansar", dijo suavemente, mientras sus ojos brillaban con una intensidad que me hizo dudar de si mi cuerpo realmente estaría a salvo después de todo lo que había sufrido.
Ella me miró un instante más, con esos ojos azules que parecían leer cada rincón de mi ser. Su voz, suave pero llena de autoridad, cortó el aire con una calma desconcertante.
"Es mejor que te atiendas antes de que la herida se infecte", dijo, dándome una breve mirada a mis costados y a las vendas manchadas de sangre. Luego, con una gracia impresionante, comenzó a alejarse, su caminar lleno de la misma elegancia que había notado en ella antes. Era como si cada paso fuera parte de una danza intrincada, tan controlada y serena que no podía evitar admirar la fuerza oculta en cada uno de sus movimientos. Había algo en su postura, algo en su porte que me decía que no era una noble común, no era la típica mujer que usaba su título para jugar con el poder político o las riquezas. No, esta mujer emanaba un poder mucho más profundo, mucho más peligroso. Era de esas personas cuya fuerza no venía de su linaje, sino de su propia voluntad, de la pureza de su esencia.