Los días en el búnker transcurrieron con una tranquilidad inusual, pero todos eran conscientes de que no perduraría. Los cazadores sabían que en su mundo la serenidad era solo un breve respiro entre las tormentas, y esa tempestad llegó una tarde cuando Sam, Dean y Kicker recibieron informes sobre un demonio causando estragos en una pequeña ciudad al norte de Kansas. Este demonio no se limitaba a la violencia convencional; estaba rompiendo acuerdos, exigiendo pagos antes de lo pactado y dejando un rastro de cadáveres a su paso. Se trataba de un comportamiento inusual, algo que ni siquiera Crowley, con toda su malicia, aprobaría.
Las normas que regían los pactos demoníacos, aunque torcidas y maliciosas, eran claras y eran la base del equilibrio en el Infierno. Crowley, siendo el astuto líder que era, no rompería esas reglas sin una buena razón. Esto significaba que alguien más estaba detrás de este caos, y los Winchester y Kicker sabían que no podían ignorarlo.
Calipso, fiel a su palabra, contactó a Crowley en cuanto tuvo conocimiento de la misión. Utilizó el pergamino que él le había proporcionado, sintiendo cómo una oscura energía invadía la habitación al activarlo. El Rey del Infierno surgió en la penumbra, una figura sombría con aspecto humano, su presencia casi tangible.
— ¿Ya me echabas de menos después de tantos días de silencio, querida? —bromeó Crowley, aunque su tono mostraba un interés genuino. Conocía lo suficiente a Calipso para saber que ella no lo contactaría sin motivo alguno.
Calipso detalló la situación: un demonio descontrolado que rompía pactos prematuramente. Crowley frunció el ceño, notoriamente molesto.
— Un demonio que no respeta los tratos es como un banquero que quiebra su propio banco —dijo Crowley, su voz más grave—. Esto no es algo que tolero en mi administración.
Tras una breve pausa en la que pareció reflexionar sobre sus alternativas, Crowley prosiguió.
— Descubre quién está detrás de todo esto. Si es un demonio renegado, asegúrate de que sus días estén contados. Y si descubres que hay algo más en juego… no dudes en informarme.
Calipso asintió, sabiendo que la situación era más compleja de lo que parecía. Una vez finalizada la comunicación, se preparó para encontrarse con los Winchester y Kicker.
El viaje hasta la pequeña ciudad fue relativamente corto. Al llegar, la escena era sombría. Casas abandonadas, ventanas rotas, y un silencio inquietante que envolvía las calles. Los pocos habitantes que quedaban hablaban en susurros, describiendo cómo un hombre había llegado al pueblo, ofreciendo lo que parecían ser tratos milagrosos, solo para luego demandar el cumplimiento de esos pactos mucho antes de lo acordado.
La primera parada de los cazadores fue en la casa de una mujer mayor, la familia había pedido un pacto para salvar a su nieto enfermo. Su padre aceptado un trato: su vida a cambio de la del niño, pero con la promesa de tener al menos diez años más para disfrutar con él. Sin embargo, después de solo unos meses, el demonio había vuelto para cobrar su deuda.
— Dijo que las condiciones habían cambiado —dijo la mujer entre sollozos—. Que no tenía tiempo para esperar. Intenté suplicarle, pero… —no pudo continuar, el dolor y la desesperación en sus ojos hablaban por sí solos.
Sam, siempre el más empático, trató de consolarla mientras Dean y Kicker intercambiaban miradas preocupadas. Un demonio que cambiaba los términos de los tratos no era algo que pudieran pasar por alto.
— Necesitamos encontrarlo —dijo Dean con firmeza—. Y rápido, antes de que cobre más vidas.
Kicker asintió. —Si está rompiendo las reglas de Crowley, es probable que no esté solo. Tal vez hay otros renegados, o incluso un plan más grande en juego.
El grupo se dispersó por el pueblo, siguiendo las pistas que los aldeanos les ofrecían. Mientras tanto, Calipso utilizaba su intuición y habilidades demoníacas heredadas para rastrear la oscura presencia del demonio. Sus habilidades le permitían sentir la energía de otros demonios a su alrededor, y esta vez, sentía algo inusualmente fuerte.
Los rastros los llevaron a una antigua iglesia en las afueras del pueblo. El lugar estaba en ruinas, las paredes cubiertas de moho y el aire denso con el olor a humedad y algo más oscuro. Al entrar, encontraron al demonio, una figura alta y delgada con ojos ennegrecidos, de pie frente al altar destrozado.
— ¡Vaya, vaya! Los renombrados Winchester y su reducido grupo de cazadores de demonios —exclamó con una sonrisa retorcida—. ¿Han venido a detenerme? Lamentablemente, han llegado tarde.
Calipso sintió una corriente de energía fluyendo a través del demonio, una fuerza diferente a la de los demonios comunes. Era como si algo lo hubiera fortalecido, ya fuera una entidad o un objeto que le otorgaba la capacidad de transgredir las normas sin temor a las consecuencias.
— ¿Qué estás haciendo? —preguntó Sam, con la esperanza de sacar alguna información antes de que todo se descontrolara.
El demonio soltó una carcajada, su voz como un eco por las paredes de la iglesia.
— Simplemente estoy aprovechando la libertad que me ha sido concedida. Ya no estoy sujeto a las reglas de Crowley ni de ningún otro señor del Infierno. Ahora, soy libre de pactar a mi antojo... y de cobrarlos cuando lo desee.