⊱⋅ CAPÍTULO CON CONTENIDO +16 ⋅⊰
Calipso había tenido una transformación notable. Ya no era la niña que una vez había conocido; ahora se levantaba como una mujer en la plenitud de su madurez como vicenaria. De estatura alta y con una complexión atlética, su cabello, un poco más oscuro y más largo, caía en ondas suaves sobre sus hombros. En su mano sostenía un libro que, con un ligero movimiento, hizo desaparecer. A pesar de haberse convertido en la Muerte, mantenía su aspecto humano, una elección que hablaba de su deseo de conservar un vínculo con su vida anterior.
— Entonces, siempre has sido tú. Pensé que sería Kicker, pero nunca imaginé que serías tú, Crowley —comentó Calipso, sonriendo mientras se metía las manos en los bolsillos de su ropa veraniega, un atuendo ligero que delataba su juventud.
Crowley la observó con interés, reconociendo la transformación que había sufrido. La mujer que tenía frente a él irradiaba poder, y a pesar de su transformación, mantenía un vínculo con su humanidad. Sus ojos, ahora brillantes con un conocimiento antiguo, conservaban una chispa de la astucia que él había llegado a admirar en su infancia.
— Ah, sí. Kicker tenía su papel, por supuesto, pero algunos destinos requieren un toque más... sofisticado —respondió Crowley, su tono suave pero cargado de significado—. Aunque debo admitir que verte en esta forma es un giro inesperado, incluso para mí. Pero supongo que siempre supiste que había algo más en juego.
Calipso, o más bien la Muerte, sonrió con una mezcla de nostalgia y resignación. Sus manos, aún en los bolsillos, reflejaban una tranquilidad que contrastaba con la inmensidad de su nuevo ser. Crowley la observó detenidamente, reconociendo en ella a la niña que una vez había conocido, pero también percibía algo mucho más vasto y poderoso. Sabía que ya no era la cazadora que había hecho tratos con demonios; ahora era la personificación del fin, una fuerza que incluso él no podía controlar del todo.
— Así que aquí estamos, mi querida Calipso, o debería decir, Muerte —continuó Crowley, inclinando la cabeza en señal de respeto—. ¿Qué es lo que piensas hacer ahora que has vuelto? El mundo atraviesa una etapa interesante, y me intriga qué ideas tienes en mente.
La pregunta quedó suspendida en el aire, mientras Crowley esperaba su respuesta, consciente de que lo que ella decidiera podría hacer temblar los cimientos del universo. La chica que había manipulado situaciones y ocultado secretos ahora poseía un poder que trascendía la vida y la muerte, y él, el Rey del Infierno, estaba más intrigado que nunca por ver qué haría con él.
— Todo está volviendo a la normalidad —dijo Calipso, su voz serena—. No puedo actuar mientras los otros Jinetes estén activos. Sería romper el acuerdo de alguna manera.
Con un elegante movimiento, salió del círculo de invocación y se dirigió hacia la cama del hotel donde se encontraban, sentándose en el borde con una calma desconcertante.
— Veo que conseguiste el libro. ¿Podrías prestármelo un momento? —preguntó, su mirada fija en Crowley.
Crowley observó con cautela mientras Calipso cruzaba el umbral del círculo de invocación sin esfuerzo, como si las barreras del ritual fueran meras ilusiones. Su mención del antiguo acuerdo que la había mantenido inactiva mientras los otros Jinetes estaban en juego le confirmó lo que había sospechado: su transformación había estado en marcha durante todo este tiempo, pero las reglas cósmicas la habían mantenido limitada.
Cuando ella se sentó, su actitud despreocupada contrastaba con la intensidad de la situación. Su poder no necesitaba imponerse; simplemente era. Crowley, que rara vez se encontraba superado en términos de poder, reconocía ahora la nueva jerarquía entre ellos. Sin embargo, su rostro no mostró más que una leve sonrisa, la misma máscara de serenidad y control que siempre llevaba. Con un movimiento, sacó el libro de los Jinetes del Apocalipsis.
— Claro, querida —dijo, entregándole el libro con una elegancia que sugería cortesía y un intento de mantener las cosas en términos amistosos—. No todos los días se tiene la oportunidad de que la Muerte misma pida prestado un libro.
Había curiosidad en su voz, pero también una clara intención de ver qué haría Calipso con él. Aunque Crowley había llegado a su propio entendimiento sobre los secretos que el libro contenía, sabía que en manos de la Muerte ese conocimiento podría adquirir un nuevo significado, uno que quizás ni él podría prever.
Se quedó en silencio, observando cómo Calipso tomaba el libro, consciente de que cada uno de sus movimientos y cada palabra que dijera podrían revelar más sobre sus planes. Si algo sabía Crowley, era que los planes de la Muerte nunca eran simples.
Cuando Calipso abrió el libro, Crowley observó con una mezcla de intriga y cautela cuando las páginas del libro comenzaron a moverse por sí solas, como si obedecieran a una voluntad más allá de la suya. Cuando se detuvieron y la luz tenue brilló, supo que estaban a punto de descubrir algo crucial. El poder que emanaba del libro mientras Calipso revelaba el texto oculto le dio una sensación de expectación, un raro sentimiento para alguien tan acostumbrado a tener el control.
— Lo que ya me imaginaba... —suspiró, dándole el libro a Crowley para que lo leyera.— Curioso nombre humano, Crowley —comentó Calipso, una sonrisa en sus labios.
Cuando ella le devolvió el libro con un suspiro, Crowley lo tomó y leyó el texto que había aparecido. Sus ojos recorrieron las palabras mientras la verdad se revelaba ante él: cada reencarnación de la Muerte tenía una debilidad, y en el caso de Calipso Knight, esa debilidad era nada menos que Fergus Roderick MacLeod, el nombre que había abandonado siglos atrás al convertirse en Crowley.