Las semanas transcurrieron con un ritmo constante y metódico en el santuario de la muerte. Calipso dedicaba cada día a enseñarle a Kicker su nueva responsabilidad, guiándolo con paciencia en cada alma que llegaba. Aunque Kicker había sido un cazador formidable, adaptarse a su nuevo papel como parca suponía un desafío distinto, pero lo abordó con la misma firmeza que había mostrado en vida. La conexión entre ambos era más fuerte que nunca, una alianza forjada en la vida y ahora en la muerte.
Una tarde, mientras Calipso repasaba los registros en su despacho, con Kicker a su lado, levantó la mirada y, interrumpiendo el silencio, planteó una cuestión que le había estado rondando su mente:
— Hablando en términos hipotéticos, ¿crees que podrías mostrarle a Sam y Dean el trabajo que hacemos?
Kicker se detuvo un momento, meditando la pregunta. Comprendía las implicaciones. Mostrarle a los hermanos Winchester su nueva existencia no era solo un tema de confianza; era una revelación que alteraría la dinámica de todo cuanto conocían. Finalmente, dejó los registros sobre la mesa y, con los brazos cruzados, miró a Calipso con la intensidad que siempre lo caracterizó.
—No sería fácil, y no solo por la naturaleza de lo que hacemos —respondió con seriedad— Sam y Dean han atravesado mucho, han presenciado más de lo que nadie debería. Vernos a nosotros, especialmente a ti, Calipso... No sé cómo lo tomarían. Pero si el momento lo requiere, si es esencial para lo que se avecina, sí. Estoy dispuesto a hacerlo.
Calipso asintió, sabiendo que Kicker tenía razón. Los Winchester no eran ajenos al dolor ni a la pérdida, pero esta revelación sería distinta. Transformaría su percepción del equilibrio entre la vida y la muerte, de lo que significaba realmente su lucha.
—El momento se acerca, Kicker. Ellos están buscando al jinete restante —dijo, su voz tranquila pero cargada de anticipación—. No podemos seguir ocultándonos para siempre. En algún momento, tendrán que enterarse, tendrán que entender por qué todo ha sucedido de la manera que lo ha hecho.
Kicker inhaló profundamente, volviendo a asentir. Era un cazador hasta la médula, y ahora, como parca, continuaba siendo un guardián, alguien destinado a tomar decisiones difíciles por el bien mayor.
—Cuando llegue el momento adecuado, estaremos preparados —dijo, con una determinación en su voz reflejando en su tono la resignación ante el nuevo rumbo que les aguardaba—. Y cuando ellos sepan la verdad, entenderán que esto es más grande que cualquiera de nosotros.
El día del esperado encuentro se precipitó de forma inesperadamente rápida. Los hermanos Winchester, en compañía de Crowley, habían rastreado cada indicio, perseguido cada pista, hasta hallarse en un antiguo cementerio, un lugar cargado de energía sobrenatural y un aura de quietud inquietante. La luna, alta y pálida en el cielo, iluminaba las lápidas con una luz plateada, proyectando sombras largas y siniestras que parecían cobrar vida propia.
Sam y Dean caminaban al frente, sus rostros duros y decididos, mientras Crowley, con su habitual porte de confianza, los seguía unos pasos detrás. Habían llegado al corazón de la cacería, el lugar donde esperaban encontrar al último jinete, el que hasta ahora había eludido su captura.
Pero lo que encontraron fue algo mucho más impactante.
En medio de la densa bruma del cementerio, surgió una figura envuelta en una vibrante capa roja, adornada con detalles oscuros que creaban un elegante contraste. Aunque la capucha le ocultaba parcialmente el rostro, su imponente presencia era innegable. Era la Muerte, pero no como ellos la recordaban. Esta nueva encarnación de la Muerte tenía la estatura y la elegancia de una joven adulta, pero su poder era innegable, palpable en el aire que los rodeaba.
Sam y Dean se detuvieron en seco, sus manos moviéndose instintivamente hacia sus armas, aunque sabían que poco servirían contra un ser de tal magnitud. Crowley, por su parte, alzó una ceja, con una mezcla de sorpresa y reconocimiento.
La figura, Calipso, la nueva Muerte, bajó lentamente la capucha, revelando su rostro.
Los hermanos Winchester quedaron petrificados, incapaces de asimilar lo que contemplaban.
— ¿Esperaban encontrarse con otra persona durante la caza? —dijo Calipso, sonriendo mientras mantenía una distancia prudente—. Os sugiero no utilizar las armas; saben que no me agrada ser blanco de disparos.
Dean bajó lentamente la pistola, todavía sin poder apartar la vista de Calipso. El asombro y la confusión se reflejaban claramente en su rostro. A su lado, Sam mostraba igual estupefacción, aunque procuraba conservar la compostura, entablando una breve mirada con su hermano.
Crowley, que había estado observando la escena con una expresión cuidadosamente neutral, dejó escapar un suave suspiro, más de resignación que de sorpresa. Sabía que este momento llegaría, aunque incluso él no esperaba que fuera así.
— Bueno, parece que tenemos mucho que discutir, ¿no es así, caballeros? —dijo Crowley, su tono ligero, pero con una nota subyacente de seriedad—. No es común toparse con la Muerte y descubrir que tiene... bueno, una cara conocida.
Sam finalmente dio un paso adelante, sus ojos fijos en Calipso mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas.
— ¿Calipso? ¿Cómo...?