Los pecados de nuestras manos

Capítulo 5 Ep. 1 - "Ego. Shock."

El recuerdo lo sacudió hasta la médula.

Todavía eran felices.

Había pasado dos meses desde que se habían mudado juntos. Era la una de la mañana y regresaban a casa después de ver una película en el corazón de la ciudad. Estaba totalmente entregado a Maga. Era una persona nueva, los horrores le habían dado tregua y se sentía más completo que nunca.

Aion. —Ella sonrió y buscó su mirada—. Algo suena raro cuando digo tu nombre. Muchas vocales juntas, no sé, pero no es como Aiden, o Noir, o Aldair…

Se detuvieron en la esquina mientras esperaban que el semáforo cambiara a verde. Ella hablaba y Aion se concentraba en el aire helado que inhalaba y que dejaba salir. El vapor de su aliento se elevó hasta el cielo y fue arrastrado por una brisa fría, lejos de ellos.

»… Si tuviera una consonante entre la A y la I, como Arion…. No, ese no me gusta… pero podría llamarte Ari.

Él pensaba en el nombre de la ciudad: «Wintercold», que significaba «Frío de Invierno», a pesar de que edificios, cemento, vehículos y todo el caos artificial allí mantenían una temperatura constante, incluso para un invierno desarrollándose en toda su plenitud.

»… Pero si las cambias de lugar no hay forma de crear un anagrama mejor que ese porque ¡eso es lo loco! Tienes tres vocales para una sola consonante. No puedes hacer mucho con eso. Pero si borras una sola, entonces puedes formar Ian, Noa, Ino… ¿no es loco?… Amor, ¿no es loco?

Él finalmente miró a Maga.

—Sabes, a mí tampoco me gusta.

—No es que me desagrade tu nombre —siguió ella cuando él le prestó atención—, pero creo que solo… Sr. Samaras suena mejor.

Él hizo una mueca de disgusto y cruzaron la calle.

—Creo que suena demasiado serio, ¿no te parece? Muy formal, y viejo, y aburrido…

Maga empezó a reír, contagiándole esa energía que la hacía lucir viva y que le hacía olvidar lo mal que estaba ella. Deseaba con todo su ser que Maga estuviera tan feliz como lo estaba en ese momento, pero la esperanza se esfumaba como su aliento en el aire. No podía ser así. Su enfermedad no se lo permitía, Maga nunca mejoraría y los dos sabían bien eso. Pero la realidad no borró la sonrisa que los dos tenían en la cara.

—Bien, puedo llamarte Sama —mencionó ella pensativa.

—¿Sama? ¿Como esos monjes japoneses? Eso es incluso peor que…

—¡Sam! —lo interrumpió ella y sus ojos se iluminaron con alegría.

Él echó la cabeza hacia atrás en una risa fácil que le sentaba muy bien a su espíritu. Esa era la Magia de Maga. Le hizo sentir que todavía tenía un alma que lo calentaba, y que su madre no le había vendido a Dios —o al Diablo— cuando había nacido.

—¿Te gustaría llamarme Sam?

—¿Y a ti? —preguntó Maga, igual de entusiasmada.

Él se detuvo en medio de la acera y consideró la idea. Pensaba que los nombres tenían poder. Y, a decir verdad, le gustaba su nuevo alias.

Era otra persona cuando estaba con Maga. No era Aion, el hijo de Lilith que tenía un horrible trabajo que hacer y que le provocaba pesadillas. No necesitaba ser ese que actuaba con cautela, era peligroso y tenía ojos en la espalda. Él podía ser Sam, solo un chico enamorado.

—Me encanta —dijo al fin, y besó dulcemente sus labios.

Maga le correspondió al beso, su aliento tibio rozó su nariz cuando alzó sus ojos cálidos para mirarlo.

—¿Y bien, Sam? —le susurró al oído con una sonrisita cómplice—. ¿Me llevas a casa?

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—Sabes demasiado —dijo con desconfianza en sus ojos.

Tiró a Gris del brazo y la llevó a la fuerza hasta una esquina sucia llena de cajas y barriles vacíos. El hedor que desprendía ese callejón apartado entre las calles Galbraith & Wells descompuso su estómago, y fue lo primero que notó luego de que él la empujara bruscamente contra la pared junto al contenedor de basura.

»¿Quién eres? —reclamó Aion con mayor exigencia—. ¿Qué más sabes de mí?

Los ojos de Gris se empañaron, su corazón latía con fuerza mientras su cuerpo temblaba sin parar.

—Ya te dije quién soy, Sam…, es lo único que sé.

—¡No me mientas! —Aion la zamarreó y la afirmó violentamente contra el muro de cemento otra vez—. ¡No me mientas, extranjera! Hay una sola persona que me llama así. Y no sé nada de ella desde hace años. Te lo repito: ¿qué sabes de mí?

Gris gimió del dolor repentino que nació de la herida en su brazo donde él presionaba, y sus pensamientos la llevaron de regreso a su encuentro con el Sniper, y en la forma en la que le había hablado allá… sin ninguna pizca de piedad por ella, y ahora lo podía ver bien. No había duda de quién tenía frente a ella.

Este era el Sniper, y este era Aion Samaras también.

—Entonces es cierto —susurró con horror y angustia.

«Eric no se equivocó».

—¿De qué hablas? ¿Qué es cierto? ¡Dime! —exigió él fuera de sí. Su rostro empalidecía a una velocidad desconcertante. El Sniper tomó a Gris por el cuello, y le advirtió—: ¡Te juro por Dios que si no hablas te voy a…!




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