Los pecados de nuestras manos

Capítulo 13 Ep. 3 - "Las distintas formas de sentir dolor"

Gabriel lo sabe. Debió haberse enterado. Una amarga sensación le arranca el aliento y sabe nauseabunda en su boca seca. Su corazón cae hasta sus pies mientras su mirada fija permanece en la puerta de doble hoja que los mantiene separados.

—Sam… —exhala su tío con lasitud, pero él está rígido, con los ojos abiertos de par en par, igual que un animal encandilado por los reflectores de un vehículo que viene a toda velocidad—. Tenemos que hablar, tú y yo —dice Gabriel esta vez más templado.

Aion avanza unos pasos, preparando su voz de modo que el otro hombre no note su propio pánico, ya violentando los latidos de su corazón.

—¿Qué pasa? —pregunta con cautela, recibiendo como respuesta un breve silencio suspendido en el aire, seguido de un jadeo exasperado.

—Aion, si no abres esta condenada puerta, ¡te juro que la voy a arrancar con mis propias manos!

Su mirada se dirige a la puerta del baño cerrada, antes de abrir levemente una de las hojas para enfrentar a Gabriel. Hay cansancio en su rostro cuando Aion lo ve, sus hombros caídos y la cabeza inclinada hacia un lado, como sin ganas de estar allí. Se ve más como un padre obligado a castigar a su hijo por haber cometido alguna maldad en el colegio. No es una mueca de desaprobación, pero sin duda hay resignación en ella.

»Bueno, ¿puedo pasar? —Gabriel parpadea arqueando las cejas mientras cambia el peso de un pie a otro.

—¡S-Sí, señor!…, claro, pase…, digo- sí, p-pa-papá…, hum…, tío, pasa —balbucea Aion haciéndose a un lado para dejarlo entrar.

Gabriel suspira exasperado y da dos zancadas hacia dentro. Escanea superficialmente el cuarto cosa de unos segundos —una costumbre de las personas controladoras, piensa Aion— y terminado el trámite, deja colgar sus brazos a ambos lados con ese lenguaje corporal abandonado otra vez.

Aion aguarda con paciencia mientras ve a Gabriel llevarse una mano a la cara para borrar su mohín de fastidio.

—Tengo que admitir que nunca dejas de sorprenderme —murmura el hombre con calma.

—No sé de qué…

—¡No… te atrevas! —le advierte Gabriel apuntándolo con el dedo—. Sabes por qué estoy aquí.

Aion precisa de toda la fuerza de su voluntad para no dirigir la vista hacia la puerta del baño. Gabriel no puede enterarse de que Gris está justo allí. Lo mejor es permanecer donde está y escuchar lo que sabe que le dirá.

»¿Por qué lo haces, Sam? ¿No puedes simplemente seguir con tu vida? Solo estás alargando esto y ya me estoy cansando… —Gabriel extiende sus brazos, y los deja caer a cada lado con sus palmas abiertas en una señal de resignación. La severidad en su rostro suavizándose—. Ya me estoy cansando de esto.

El más joven de los Samaras guarda silencio, el nerviosismo inyectándose en sus venas en volúmenes industriales como para atreverse a contestar cualquier cosa. Le tiemblan los labios.

Su cerebro inconsciente le envía un débil mensaje, casi imperceptible, de que su cuerpo está empezando a tomar fiebre; pero su lado consciente, demasiado perturbado por el pensamiento de que tiene a Gris a tres pasos entre Gabriel y ella, esquiva el aviso y este se esfuma como el vapor.

»¿Dante te lo dijo? ¿Fue él? —indaga Gabriel cejijunto, pero luego parece hacérsele evidente que concebir eso es absurdo—. No. Él no haría eso. Tú escuchaste, ¿verdad?

—Déjala en paz.

—No puedo, sabes que no. Ella ahora sabe muchas cosas sobre nosotros. Y Eric, y toda la policía la están buscando —le explica—. Y cuando la encuentren podría decir algo, ¿entiendes?, si Gris es descuidada, la atraparán y la interrogarán hasta que lo cuente todo. Y si no lo hace, ¿a quién crees que enviarán para sacarle todo lo que sabe?

—Si yo…, si yo la convenciera de guardar nuestro secreto, o al menos… de no involucrarte a ti, podríamos…, no sé, es decir…, nadie sabe que tú eres… Nadie lo sabrá —dice Aion—. Estoy dispuesto a soportar lo que sea, la prisión…, o lo que sea. Yo solo.

Ahora cruzado de brazos, Gabriel lo oye vacilar con paciencia y mucha atención. Lo observa por severos segundos, en completo silencio, sin ni siquiera hacer el esfuerzo de considerar lo que él está exponiéndole.

—Si me pagaras por cada vez que me has tratado de convencer de que ella está de nuestro lado, ya sería millonario —dice el hombre, y luego deja salir una carcajada que no es para nada coherente con la irritación con la que sale de su entraña. Una risa irónica que le hace entender a Aion lo ridícula que es su oferta, pero al reparar en que la expresión de Aion no cambia ni un poco, Gabriel añade—: Espera, ¿hablas en serio?

—Estoy tratando de encontrar un punto intermedio que nos perjudique lo más mínimo a los tres —intenta Aion con resignación, consciente de que Gabriel nunca va a aceptar su propuesta. La sorna en la mueca del hombre es reemplazada por una solemne indignación.

—¿Ya olvidaste por qué te fui a buscar?

—Preferiría no hablar del tema —dice Aion apartando la vista, pues Gris está escuchando y él no podrá hacer nada para evitar que Gabriel lo humille ante ella, incluso si no tiene ni idea.

—Estabas herido, triste y sombrío porque te rechazó, te despreció, te mintió y fue desagradecida —expone su tío con resentimiento, señalando cada punto con los dedos de la mano—, te embaucó, te ridiculizó… —Aion aprieta sus manos. Su nuez de Adán moviéndose al tragar. El patetismo forma una piedra en su faringe. Es vergonzoso que Gabriel le diga todo eso, y es vergonzoso que Gris escuche cada palabra y que ambos sepan lo vulnerable que él es—. Te gritó en la cara que eras un pedazo de mugre a pesar de que arriesgaste tu vida por ella. Podría seguir nombrándote las razones y me faltarían manos para contar, acéptalo ya de una vez.




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