El resonar de las Canicas

II - Lamentos alcoholizados

Abrí los ojos inspirando fuerte y sentándome de golpe. Seguía temblando, mi corazón latía descontrolado. La tv seguía encendida, no tenía idea de hora, pero seguro era tarde, las canicas lo decían.

Calmé mi respiración, me levanté hacia el baño. Noté la puerta de mis padres abierta, sentí un escalofrío recorrerme ante el déjà vu. La cerré con miedo de mirar. Respiré aliviada al notar que seguían dormidos.

Desvelada y con esa pesadilla aun presente, decidí ir al ordenador. Jugaba Witchaven, cuando el sonido de las canicas se hizo muy evidente. Nerviosa, apagué el ordenador y fui por algo a la cocina.

Tomaba un jugo y noté de reojo una sombra moverse por el corredor entre mi alcoba y la de mis hermanos. Pensé que era alguno regresando del baño.

Lavando el vaso, la noté nuevamente pasar, esta vez hacia a mi cuarto, decidí averiguar por qué uno de mis hermanos estaba allí. Al llegar, encontré la recamara vacía; asumí que lo imaginé debido a los nervios por la pesadilla, sumado al incesante resonar de las canicas.

Vi la televisión hasta empezar a bostezar. Decidí apagarlo y dormir, sin embargo, algo me lo impidió. Por mi ventana se visualizaban luces bicolores. Sentí un dolor en mi pecho; tragué hondo al comenzar a erguirme, temía encontrar la escena de mi sueño. Inspiré aire estando a punto de abrirla. Mi corazón se tornó un tambor plagado de redobles haciendo eco en mis oídos.

Mis ojos se desorbitaron al ver la escena y sentí palidecer. La temperatura descendió al notar todo exactamente igual. Cerré sonoramente la ventana del susto e incluso el sonido de los cristales estrellándose, fue exacto al de mi sueño.

Sentí curiosidad, pero conociendo lo ocurrido temí ir. Mi pulso acelerado palpitaba en mi garganta. Las centelleantes luces llamaban y el resonar de las canicas me obligó a salir. Entre trémula y confusa fui a la puerta, sintiendo el mundo girar, cuando vi la recamara de mis padres abierta.

Sabía que dentro estaría mi padre solo, sin embargo, me atreví a mirar. De nuevo noté la ausencia de mi madre. Mi piel se erizó y quise volver, pero el incesante resonar incrementaba. Intenté cubrir mis oídos, pero seguía escuchando más fuerte. Sin más opción, salí.

Acercándome a la planta baja, el miedo crecía. Intenté regresar arriba sin éxito, pues mi cuerpo solo me permitía seguir bajando hacia mi destino.

Estando abajo, quise ir al estacionamiento trasero, donde seguía la muchedumbre. De nuevo no pude, llegué a la puerta, pero fue imposible abrirla y de nuevo fui llevada al frente.

Mi corazón se aceleró y lágrimas bañaron mis pestañas ante el recuerdo de la criatura que esperaba en el patio central. A mi izquierda, alrededor del árbol pude ver a los niños danzando, tragué hondo y sentí mi frente empaparse al recordar su destino. Pero esta vez mis piernas siguieron al otro lado, suspiré aliviada.

Entonces la vi, caminando sin sentido por la calle y sin saber la razón sentí tanto miedo como al escuchar a esos niños entonando la macabra melodía. La sola presencia de mi madre tambaleándose hasta casi caer, era una imagen más que suficiente para asustarme.

Corrí hacia ella, pero el jardín delantero no tenía fin. De nuevo estaba hiperventilando, mi corazón redoblando y mis fuerzas me dejaban.

Al lograr llegar me tomó un momento recuperar el aliento. Mi madre llevaba una botella de licor, estaba ebria, aunque nunca consume alcohol. Su rostro lucía perturbado, las bolsas debajo de sus ojos muy acentuadas como quien hace mucho no duerme, sus ojos pequeños y su cara estaba marcada por cicatrices traslucidas.

Intenté sin éxito quitarle la botella, pero ella lo impedía y daba un nuevo sorbo entre lamentos.

—¡Aay! ¡Aaay! —repetía mi madre una y otra vez causándome escalofríos.

—Ma, pero vamos, dame eso. —le dije en vano porque una vez más me evadió.

La seguí tratando de hacerla reaccionar, pero con cada lamento mi miedo creció. La piel se me erizó y el ambiente se volvió tenso y frío.

—¡Aaay! ¡¿Por qué?! —fue el nuevo lamento expresado entre sollozos.

Sentí estremecerme ante sus gritos. No quería dejarla así, pero la escena me aterraba y ya no sabía qué hacer.

—Ma, vamos —seguí repitiendo.

—¡Aaaay! ¡Este dolor es muy graande! —Y así apareció otro lamento—. ¡Yo le dije! ¡Ay Dios mío, yo le dije!

—Pero ¿Qué mami? ¡No entiendo! —pregunté y jamás recibí una respuesta.

Agarré a mi madre por los hombros, zarandeándola intenté traerla a la realidad, pero volvía a zafarse. Seguía balbuceando las mismas incoherencias.

La temperatura descendió hasta ver vaho emanando desde dentro. El recuerdo de la figura oscura regresó; volví a insistirle a mi madre para ir a casa, pero esta seguía inmóvil, sus ojos fijos en algún punto perdido.

—¡Ma! ¡Maaa! —Grité. Mi madre no se inmutó.

La botella que portaba en su mano cayó y la escuché quebrarse en cuantísimos pedazos y cada trozo fracturarse en infinitésimas astillas, cubriendo de cristal todo el suelo a nuestro alrededor. Temí por mi madre al notar sus pies descalzos, pero ella seguía ignorándome.

Vi sus ojos volverse un agujero oscuro, sus labios se notaban resecos y la piel iba adquiriendo un tono verdoso. Aquella imagen me espantó y sentí arcadas queriendo emerger desde mis entrañas al asomarse enormes y gordos gusanos desde los agujeros negros de su rostro

Quise huir, pero entonces subió sus manos hasta mis hombros y con una fuerza sobrehumana, me retuvo en mi sitio, impidiendo moverme.

—¡Ma! —dije en un murmullo, mis labios no paraban de temblar, contemplando eso en lo que se convirtió mi madre— Me duele ma. —Me quejé en bajo, sintiendo su presión más fuerte.

Abrió la boca y surgió un grito más aterrador, uno que sentí explotando mis oídos. Todo mi cuerpo comenzó a convulsionar entre sus manos.




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