El resonar de las Canicas

IV - ¿Realidad?

Temblando y confundida me costó reconocer el lugar, pero librada del demonio de felpa intenté hacer reaccionar a mi madre, quien seguía lamentándose:

—¡Aaaay! ¡Yo le diije!

Volví a zarandearla con fuerza, pero me empujó para seguir bebiendo y gritando de dolor. No sé qué fue peor esa noche, pero ver a mi madre en ese estado ponía la vara del terror muy alta.

—Ma, vamos —volví a insistir sin éxito.

—¿Por quéeeee? —un nuevo lamento y sentí escalofríos recorrerme. Cada grito taladraba en mi cerebro, aún más que el resonar de las canicas—. ¡Yoo le dijee! ¡Ay Dios míoo! ¡Yo le diije! —seguía gritando. El dolor y la rabia se mezclaban.

—Ma vamos ya —Un nuevo empujón, seguido de un trago.

—¡Aaaay Dios mío! ¡Yoo le dije!

Entre temblores, con el miedo clavado dentro de mí, sentí el corazón latir a millones de revoluciones y el frío de la noche punzando cual agujas toda mi piel. Me atreví a hacerle una pregunta a mi madre, una que me había rehusado a dejar salir…

—¡¿A quién?!

—¡A Cheeely!

Su grito cruzó mis oídos, calando en lo más profundo, mis pulmones se tornaron pesos muertos, la temperatura descendió hasta hacerme trepidar sin control.

En mi garganta se amontonó el dolor, el llanto, el terror y las náuseas. Mis fosas nasales fueron atacadas por un olor metálico típico de la sangre. Sentí el suelo convertirse en algo pegajoso; me costaba levantar mis pies y dar un paso. A mi alrededor, percibí ininteligibles murmullos enredándose en mis oídos y una marea de cuerpos juntándose, cerrando cada nimio espacio.

Sentí sudor descender por mi cuerpo, provocándome escalofríos. Ya no me encontraba en la calle junto a mí madre, pero esta estaba en el centro del tumulto, conmigo con una expresión aún más dolorosa en su demacrado rostro. Grandes manchas de sangre noté alrededor de su boca, igual que varias partes de su ropa. Bajando la mirada, vi sus manos también empapadas de los mismos fluidos.

Sin embargo, no fue eso lo que me hizo trinar mis rodillas hasta hacerme caer al encharcado suelo, pues las marcas rojas en mi madre, provenían del cuerpo sin vida que yacía a los pies de los presentes.

Chely, mi hermano menor reposaba inerte sobre el gigantesco pozo de su propia sangre.

—¡Yoo le diijee! ¡Ay Dios míoo! ¡¿Por quée?!

Los desgarradores gritos de mi madre eran puñales en mis oídos. Sentí mi corazón detenerse al verla abrazar y besar aquel cuerpo que me negaba a creer, fuese él.

—No —salió de mi boca en un susurro—. ¡No es verdad! —seguí negando en un tono mayor— ¡Chely no! ¡No es él!

Agité mi cabeza un lado a otro negando cada vez con más vehemencia, los susurros de mi garganta incrementaron hasta volverse gritos mayores a los que salían de mi madre.

Grité y seguí gritando mientras giraba mi cabeza, descontrolada. Mi cuerpo temblaba, sentí tanto frío que cuando abría la boca para negar lo que ocurría ante mí, veía el vaho emanando.

Cerré mis ojos numerosas veces negándome a aceptar esa realidad, pero al abrirlos, permanecía en medio del tumulto, de rodillas, con mi cuerpo mojándose en la sangre de quién me negaba a aceptar fuese mi hermano.

—¡No!, ¡Chely!, ¡Chely! —volví a gritar enojada hasta que empezó a arder mi garganta y mis ojos dolían por la presión que ejercía al cerrarlos.

Con el miedo vibrando dentro de mí y el dolor colándose a través de mis párpados, mientras mi corazón latía errático y el aire a mi alrededor sintiéndose muy pesado. Me atreví a abrir los ojos en medio de un grito demoledor, uno que dejó mi garganta seca.

Así vi las estrellas fluorescentes brillando pálidamente en mi techo, mi mano por instinto se movió hacia un lado hallándose con Polar, quise abrazarlo, pero al recordar el modo demoniaco de mi pesadilla, descarté esa idea. En cambio, mi vista viajó por inercia hacia mi ventana, donde las luces bicolores nuevamente centelleaban.

Me incorporé de golpe y salí de mi recamara, sentí palidecer una vez más al notar la puerta de mis padres abierta. Esta vez no me acerqué, lo ignoré, lo único que tenía en mi mente era a Chely, así que corrí a su recamara.

Abrí la puerta estrellándola en la pared y así mis pulmones dejaron de ser un peso muerto al darme cuenta que dormía tranquilo. Lágrimas brotaron esta vez de calma, pues la emoción que sentí fue como regresar a la vida. Lo abracé, besé su frente y le eché la bendición. Cuando me disponía a salir de su alcoba, entonces habló:

—Nana ¿Qué fue? —regresé corriendo hacia él para abrazarlo y responderle en un susurro:

—Chely llega temprano mijo.

Esta vez, sin duda, estábamos en la realidad, pues en mi cabeza ya no percibía el resonar de las canicas.

 

Por esa noche…




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