-Corre Ainae, huye!
-¡No voy a dejarte aquí Dianne!
-No. Te vas a marchar.
-¿Por que...?
-Si morimos, alguien debe heredar el trono. Y debes ser tú.
-Pero...
-No hay pero que valga. Debes irte, márchate de aquí, ahora!
-Dianne...
-Vete.
-Pero...
-¡Vete!
Le eché una ultima mirada a mi hermana antes de bajar por el pasillo secreto del palacio que conectaba con el bosque. Una vez allí, eché a correr. Sin mirar hacia atrás.
Corrí y corrí, sin detenerme. Tras lo que parecieron dos horas, pude despistar a los guardias que me perseguían. Esa noche, una amable anciana me acogió.
Durante dos años viví con ella. Durante ese tiempo descubrí que era una hechicera y me ayudó con mis poderes. Pero como siempre, la muerte tocó la puerta y se la llevó. Intenté pasar pagina y seguir. Pero era muy difícil olvidar a la que había sido como una abuela para mi. Finalmente, tras unos meses, un guardia del señor de esa zona me llevó a la mansión de su amo.
Recuerdo la impotencia que sentí cuando me llevo como un saco de patatas. Como me arrojo a los pies de su señor y me postró ante él. Desde ese momento, juré vengarme. Ver al verdugo de mi familia postrado ante mis pies. Encadenado y rogando por su vida.
Ese momento fue en el que maduré de verdad. Hasta entonces, tan solo había dolor en mi corazón. En ese instante, se llenó de venganza. Dejando atrás el remordimiento. Aprendí a perfeccionar mis poderes. A escuchar entre las sombras. En fundirme en ella. En caminar como si no lo estuviera haciendo. A controlar mis impulsos. A distinguir las mentiras de la verdad. Y a ocultar perfectamente la verdad. A parecer que estoy hablando sinceramente aunque los estuviese engañando. A esconder mis sentimientos y pensamientos. A ignorar las palabras llenas de dulzura.