El resurgir de una leyenda

Capítulo seis.

El sol se asomaba entre las cortinas color beige de la habitación de Damián, en donde ambos muchachos dormían plácidamente en compañía del otro.

Él fue el primero en despertar, encontrándose con la sorpresa de que había dormido aferrado a Cassandra.

El pelinegro se quedó mirándola unos minutos, decidiendo acariciarle la mejilla con delicadeza. Era la primera vez en semanas que lograba ver a Cassandra tranquila, sin el ceño fruncido o con una mueca en el rostro. Con cuidado la recostó entre las almohadas y salió lentamente, tratando de mover lo menos posible la cama para no despertarla. Él hizo sus cosas en silencio, permitiendo que ella descansara un poco más, la levantaría después para desayunar e ir a la primera clase.
Pero cuando estaba abriendo las cortinas del balcón, oyó una pequeña risa a sus espaldas.

—¿Sabes lo atractivo que te hace ver la luz del sol?— Comentó la chica de desordenados rizos cobrizos bostezando, con una voz algo ronca, mientras una sonrisa burlona se asomaba en su adormilado rostro.

—¿Acaso sabes lo linda que te ves recién despierta?— Dijo de vuelta, junto a un tono divertido, mientras dejaba acomodadas las cortinas y volteaba a verla, encontrándose con que ella se habia cubierto con las sábanas. —Ve a darte una ducha, Cass. Luego podemos ir a tu habitación a buscarte una muda de ropa e iremos con el decano..—

Las horas siguientes a la noche que Cassandra pasó en la habitación de Damián fueron un poco más tranquilos, pero la sensación de ser observada no desapareció para nada. Cassandra trató de seguir con su rutina habitual, asistió a sus clases y paso tiempo con sus amigos, Damián no se le había despegado en toda la tarde, pero la tensión creciente comenzaba a afectarla. Al final, ella tuvo que usar una de las camisas de Damián y un short pequeño que él tenía pues no pudieron ir a la habitación en el piso 5 debido a que les había hecho tarde para ir a clases de alquimia.

Esa tarde, mientras trabajaba en un proyecto en la biblioteca en lo que Damián asistía al profesor Buch, Cassandra sintió que su paciencia se agotaba. Cada ruido, cada sombra la ponían nerviosa. Sus manos temblaban ligeramente mientras intentaba concentrarse en su tarea. Finalmente, decidió tomar un descanso y salió al jardín para tomar un poco de aire fresco.

Allí se encontró con Marina, quien inmediatamente notó su estado de ánimo. —Cassandra, ¿estás bien? Pareces muy estresada.—

—Solo... tengo muchas cosas en la cabeza— respondió Cassandra, tratando de sonar más tranquila de lo que realmente se sentía.

Marina la miró con preocupación, pero decidió sonreírle para calmarla. —Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿verdad?—

Cassandra asintió, agradecida por la preocupación de su amiga, pero consciente de que no podía compartir todos sus secretos. —Lo sé, Marina. Solo necesito un poco de tiempo para procesar todo.—

Pasaron un rato caminando y hablando sobre cosas triviales, lo que ayudó a Cassandra a relajarse un poco. Sin embargo, cuando regresó a su habitación esa noche, la tensión volvió con fuerza. Cada sombra en la habitación parecía moverse, y el silencio se sentía opresivo.
Todo había quedado según lo dejó la noche anterior, desordenado. Pero un detalle hizo que su mente desbordara; El cristal, que se había quebrantado en gran parte, ahora lucia como nuevo.
Y eso solo fue el interruptor que encendió su desquició.

Sin pensarlo mucho pateo la puerta al balcón y se abrió paso, saliendo a la intemperie mientras sus ojos parecían desprender fuego. Buscó intensamente una señal del causante de su paranoia, pedía que siquiera se asomara para carbonizarlo. Y en un acto de desesperación, únicamente pudo soltar un grito de frustración, y se dedicó a hacer destrozos en su habitación, en busca de calmar su furia e impaciencia.
Y eso le demostró de que no podía quedarse sola, menos ahí en donde su acechador tenía acceso. Así que armo una mochila con cosas para el momento y salió, caminando a pasos lentos hasta la habitación de Damián. El cual al llegar golpeó con cuidado la puerta, siendo recibida otra vez.

—¿Cass..?—

—Siento que me estoy volviendo loca..— Exclamó la de tez morena con una voz áspera. El rostro de Cassandra se veía abatido, sus nudillos estaban rojos de tanto haber golpeado los muebles y sus emociones estaban a flor de piel. Se sentía vulnerable, que quien sea o lo que fuera que la vigilaba la vulneraba y no sabía cómo corregirlo.

—Pareces al borde de un colapso..— Suspiró el chico con algo de preocupación, tomando con su mano la mochila de ella para dejarla en el perchero y luego la rodeo con sus brazos.

—No puedo estar sola, siento constantemente esos ojos clavados en mi. No puedo comer ni caminar tranquila, no puedo ver los vidrios porque veo esos malditos ojos..— Balbuceó con una voz rasposa, quebrada, mientras se aferraba a Damián en aquel abrazo.

El chico dio unos pasos hacia atrás hasta chocar con su escritorio y a cuestas tomó asiento, sin dejar de abrazar a Cassandra. No tuvo de opción más que sentar cuidadosamente a la chica en su regazo para consolarla, pues parecía estar a un paso de un colapso y el hecho de que estaba siendo acechada no la ayudaba.

Damián se dedicó a hablarle de manera suave al oído mientras le acariciaba los rizos color cobre a la chica, mientras ella se mantenía aferrada a él en lo que su cuerpo temblaba de forma esporádica. Habrían estado casi una hora en esa posición, hora en la que Cassandra pudo liberar el conjunto de emociones que venía conteniendo desde hace semanas. Lloró, gritó, maldijo, expresó su furia e inclusive expresó el miedo de que su secreto fuera vulnerado y expuesto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.