El resurgir de una leyenda

8.2 (Extra)

Fiebre Dragónica

La luz de la tarde se filtraba tenuemente a través de las cortinas gruesas de la habitación de Cassandra. Estaba tumbada en su cama, su cuerpo ardiendo con una fiebre que solo los de su naturaleza sufrían; fiebre dragónica.

Sus músculos dolían, y cada respiración le resultaba pesada, como si el aire a su alrededor se hubiese vuelto demasiado espeso.

La fiebre dragónica no era como la fiebre humana. No podía tratarse con medicinas comunes, ni se aliviaba con descanso. Era un recordatorio de su naturaleza, de la energía intensa y desbordante que residía en su interior que necesitaba liberarse.

A menudo llegaba en los momentos más inoportunos, cuando la tensión y el estrés alcanzaban su punto máximo, como si su propio cuerpo luchara por mantener el delicado equilibrio entre lo humano y lo dragónico.

Cassandra cerró los ojos, intentando calmar su mente, pero los pensamientos giraban sin cesar. Las amenazas recientes, la presión de mantener su secreto, y la tensión creciente entre ella y Damián, todo contribuía a su malestar.

En busca de consuelo, la chica estiró su brazo de entre las sábanas y tanteó con la mano en el cajón de su mesita de noche en busca de su objeto. Pronto una pequeña piedra de comunicación tocó sus dedos, lo tomó y llevó la piedra hasta su pecho mientras la apretaba con fuerza.

Y a los segundos comenzó a emitir una vibración constante. Gracias al objeto que se heredaba entre Basset, finalmente se contactó con su abuelo, Ferus Basset, el único al que podía recurrir en momentos como este, y la voz profunda y reconfortante de Ferus llenó la habitación.

Cassandra, mi niña, ¿cómo estás?— La preocupación en su tono era palpable, desde el norte podía sentir el dolor de su nieta.

—He tenido días mejores, abue..— Respondió la morena, su voz apenas era un susurro. El simple acto de hablar le agotaba, pero la presencia de su abuelo, aunque lejana, le traía cierto consuelo.

¿Fiebre dragónica otra vez? Es la cuarta vez en estos últimos ocho meses, tesoro..— preguntó Ferus, aunque ya conocía la respuesta.

—Sí… no lo pude evitar. Todo se ha vuelto tan... complicado últimamente..— admitió Cassandra, apretando la piedra con más fuerza de la necesaria.

La fiebre es, lamentablemente, un recordatorio de lo que eres, Cassandra. No una maldición, sino una señal de la fuerza que llevas dentro.— Ferus hizo una pausa antes de continuar —Pero también es una señal de que estás luchando contra tu propia naturaleza.

—Lo sé. Pero es difícil, abuelo. Esconder lo que soy es la única forma de proteger lo que amo. Pero…— Cassandra dejó escapar de sus labios un suspiro tembloroso. —¿Qué pasa si cuando protegerlos significa perderme a mí misma?— Cuestionó con tristeza, sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas.

Ferus guardó silencio por un momento, sopesando sus palabras.

Eso, querida nieta, es el dilema que todos los dragones enfrentan en algún momento de sus vidas. Mantenerse oculto es necesario para sobrevivir, pero vivir constantemente en las sombras también puede destruirnos desde dentro. Debes encontrar un equilibrio, mi querida niña. Recuerda que tu fuerza no solo reside en tu capacidad de transformarte, sino también en tu habilidad para decidir cuándo y cómo lo utilizas a la hora de hacerlo.

Las palabras de Ferus resonaron en la mente de Cassandra, pero no lograron aliviar del todo aquel gran peso situado en su pecho.

—A veces siento que la única forma de encontrar ese equilibrio es alejándome de todo. De Arcadia, de Marina, de Damián...—

Ferus dejó escapar un leve suspiro antes de responder.

Escapar nunca ha sido una solución, Cassandra. La verdadera fuerza se encuentra en enfrentar tus miedos, no en huir de ellos. Tus amigos, la universidad, todo lo que has construido allí, es parte de quién eres ahora. No puedes simplemente apartarte de ello sin perder una parte de ti misma..

Cassandra sabía que su abuelo tenía razón, pero eso no hacía que sus dudas desaparecieran.

Temo que un día…— comenzó Cassandra, pero su voz se quebró.

Temes que un día, al proteger lo que amas, te veas obligada a revelar quién eres..— Ferus completó los pensamientos de la joven. —Es un miedo natural, Cassandra. Pero debes recordar que no estás sola. Yo estoy aquí, y siempre lo estaré, para guiarte y apoyarte. Y aunque tengas que enfrentarte a tus miedos, no significa que debas hacerlo sola.

Cassandra dejó que las palabras de su abuelo la envolvieran como un manto cálido. Sabía que tenía razón. Por más difícil que fuera, debía aprender a equilibrar su vida en Arcadia con su verdadera naturaleza. No podía dejar que la fiebre dragónica, ni sus miedos, la dominaran.

Gracias, abuelo— dijo finalmente, con un poco más de fuerza en su voz —Siempre sabes qué decir..

Porque he vivido lo suficiente para saberlo, pequeña mía..— La voz del longevo hombre sonaba amable, pero firme a la vez. —Descansa, querida, y recupera tus fuerzas. Y recuerda, pase lo que pase, yo siempre estaré a tu lado..

La piedra se apagó lentamente, devolviendo a la habitación a su silencio habitual. Cassandra se recostó en su almohada, sintiendo cómo su fiebre comenzaba a ceder ligeramente. Aunque la preocupación aún rondaba su mente, la conversación con su abuelo había sido un bálsamo para su alma.




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