El retorno de las llaves

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Capitulo I

Recuerdo perfectamente aquel día realmente caluroso. Mi hermano y yo ya llevábamos unos días en casa de mi abuela Elan. La casa se encontraba a las afueras del pequeño pueblo de Aniany, situado en la comarca de Pla de Mallorca, donde el mayor encanto que le encontraba eran sus hermosos molinos. Estaba totalmente aislada. A la derecha de esta se podía ver un gran campo donde algunas veces había maíz, otras veces girasoles, pero aquel verano era como una gran alfombra verde que cambiaba de tonalidad cuando el viento la mecía suavemente, mientras los rayos de sol se posaban en él. En el lado izquierdo había un bosque de tal espesura que con solo mirarlo se me ponía la piel de gallina, estaba lleno de grandes árboles deformados con abundantes ramas que se retorcían y entrelazaban entre ellas impidiendo la entrada de los rayos del sol, de él se desprendía un intenso olor a humedad. Por la noche, el bosque aún era más siniestro, desde la casa se podía oír todo tipo de ruidos, a los animales nocturnos que se movían con sigilo para buscar comida, a veces podía ver el brillo rojo de sus ojos y tenía la sensación de que me estaban mirando, eso me ponía los pelos de punta, el viento que mecía las ramas de los árboles haciéndolas chocar entre si produciendo un ruido sordo y un estrepitoso crujir al romperse.

La vista de la entrada a la finca era totalmente diferente a la del bosque, en ella se levantaban dos grandes columnas de piedra y encima de cada una de ellas reposaba un hada con grandes alas de cristal o al menos así lo parecían. De los pilares salían unos muros no más altos de medio metro, de piedra blanca, en direcciones opuestas. El camino que conducía hacia la casa estaba cubierto de pequeñas piedras de colores que al contacto con la luz del sol brillaban pero no hasta el punto de cegar, y a cada lado del camino gran cantidad de flores silvestres.

En la parte trasera, Elan había colocado una piscina, columpios y otras cosas para que estuviéramos distraídos ya que no solía ir demasiado al pueblo. En un rincón del patio trasero había una pequeña casita de madera descolorida y bastante destartalada pero a pesar de la vista que ofrecía en la actualidad, podía verse que había sido muy bonita. No sabía por qué pero durante todo el verano había llamado mi atención, suponía que sería porque no pegaba para nada con mi abuela. Todas sus cosas parecían tener algo especial pero aquella caseta parecía haber muerto, no sé por qué pero fue aquel verano cuando me di cuenta.

Aquella tarde me planté delante de la caseta como si algo me arrastrase hasta ella.

—Abuela, Elan —chillé para hacerla venir.

—¿Qué pasa?, ¿estáis bien? —Preguntó sofocada ya que había corrido hacia mí, preocupada al oírme chillar su nombre.

—No, tranquila, no pasa nada —le contesté para que se tranquilizara y comenzara a respirar con menor dificultad —es que me gustaría saber qué es lo que hay allí dentro, —mi brazo señaló en dirección a la caseta sin apartar los ojos de mi abuela— no sé por qué pero nunca había llamado mi atención hasta hoy.

La cara de Elan cambió, palideció en un segundo y al segundo siguiente volvió a recobrar su color, esbozando al mismo tiempo una leve sonrisa.

—No hay nada interesante, solo trastos viejos y recuerdo olvidados —sin decir ni una sola palabra más, dio media vuelta y se marchó. Me sorprendió mucho su actitud, no se parecía nada a ella y creí que era mejor no preguntarle nada más.

Como todas las noches, cenamos en el pequeño salón, en aquella pequeña mesa redonda en la que nunca faltaban flores, los platos desparejados de colores excesivamente vivos para mi gusto, lo único en lo que se parecían era en que todos tenían el dibujo de una llave en el centro. El dibujo de la llave era idéntico a la que la abuela llevaba colgada al cuello, una llave que brillaba como una estrella y al igual que esta, si te la quedabas mirando iba cambiando de color.

Cuando acabamos la cena, la abuela se nos quedó mirando con su cara de siempre, no se parecía en nada a la que había visto aquella tarde.

—Vamos al porche, allí nos tomaremos el postre. Hay algo que me gustaría explicaros —su voz sonó tan dulce que fue imposible decirle que no.

—¿Que es abuela? —Joel no pudo evitar su enorme curiosidad, era algo que no podía remediar por mucho que se esforzara. —¿Nos has comprado algo?

—No mi niño, lo que os quiero explicar es mucho mejor que cualquier cosa que os pudiera comprar —le contestó mientras íbamos hacia el porche con el postre en las manos. Sabía perfectamente lo mucho que le gustaban a Joel los regalos.

—Abuela, si no te importa, me gustaría ir a mi habitación, quiero conectarme un rato para hablar con mis amigas —intenté ser lo más persuasiva posible aunque ella lo hacía mucho mejor. No me apetecía estar otra noche sin poder hablar con mis amigas.

—¿Estás segura que es con tus amigas con las que quieres conversar? —Su pregunta me resultó realmente sospechosa, y aún más cuando soltó una leve sonrisa.

—¿A qué te refieres? —Intenté sonar como si no supiera a qué se refería. Aunque me imaginaba por donde iban los tiros y me daba miedo tener razón, ¿qué le contestaría entonces?

—Me refiero a aquel chico que mencionaste el verano pasado.

—¡ABUELA! —No pude controlar los nervios, había acertado sobre lo que estaba pensando y la verdad es que no se equivocaba.

—Otra noche no me importará que “hables” con quién quieras pero es muy importante para mí que esta noche estés con nosotros y escuches con atención lo que os quiero decir. —Por la cara que puso mi abuela, me resultó totalmente imposible negarme.

—Está bien abuela, si es tan importante para ti me quedaré con vosotros, pero no te prometo total concentración —su leve sonrisa confirmó su conformidad con mi aviso.

Al llegar al pequeño porche de la entrada, Joel y mi abuela se sentaron en la mecedora mientras yo me acomodaba en el suelo de madera, delante de ellos. En aquel momento comenzó a hablar, desvaneciendo de sus labios la sonrisa que siempre había.




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