El retorno de las llaves

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Capítulo III

Durante las primeras semanas después que Jan se marchara, el ambiente estaba algo revuelto pero nadie se me acercaba gracias a mis dos guardaespaldas, aun así las miradas y los cuchicheos no podíamos evitarlos, y sabiendo que los comentarios eran sobre mí, dejaron de importarme, pero para Sara y Clara, no sé por qué, no era lo mismo, se sentían muy ofendidas por que hubiera causado tanto revuelo a pesar de la cantidad de parejas que allí había, o eso era lo que yo creía… ya que otra cosa no pensaba que les pasara por la cabeza.

La nieve ya había dejado su manto blanco por todo el recinto pero eso no impedía las visitas diarias a mi hermano. Cada vez que iba me explicaba cosas nuevas, cosas de lo más normales como aprobar un examen, conseguir acabar un ejercicio… pero las explicaba de tal manera que parecía que hubiera vivido una auténtica aventura.

Lo mejor era cuando había encontrado otro “pequeño tesoro”, puede que su emoción aumentara por el hecho de que era un secreto que solo podía explicarme a mí.

En estos meses solo había conseguido encontrar dos cosas, aunque era más de lo que yo había logrado. Intentó enseñármelas pero resultaba difícil ya que era casi imposible estar solos, sin sus compañeros constantemente a nuestro alrededor.

—No te preocupes Joel, ya me los enseñarás en otro momento.

—Pero es que me hacía mucha ilusión. —Su cara mostraba tristeza y sabía que no era solo por no poderme enseñar los objetos.

—Sé perfectamente que tu preocupación y la pena que dejas ver no es por los objetos, no es normal que tú estés así.

—Es que tengo muchas ganas de ver a Jan, ¿sabes cuándo volverá? —No sé por qué pero aquello no me sorprendió en absoluto, yo también me sentía triste aunque había fingido bastante bien.

—No lo sé Joel, pero estoy segura que no tardará y cuando regrese sé que vendrá corriendo a verte. —Esbozó una gran sonrisa quedando satisfecho con mi respuesta.

Aunque Joel había creído mi respuesta yo no me podía creer mis propias palabras. Habían acabado los exámenes de invierno y las vacaciones de navidad estaban ya próximas. Jan jamás permanecía en la escuela durante las vacaciones, así que, supuse que si regresaba, lo haría pasadas las vacaciones y eso suponía demasiado tiempo para mí.

La nieve lo cubría todo con su gran manto blanco y la mayoría de los alumnos habían ido a pasar las vacaciones con sus familias, incluyendo a Sara y Clara que por mucho que les insistía que se quedaran unos días, nunca habían podido. Eso hacía que pasara tres semanas de lo más aburrida a pesar de tener a mi hermano, aunque él solía preferir estar con su amigo que también pasaba las vacaciones aquí, con él podía jugar todo el día. Parecían una misma persona separadas al nacer. Me hacía muy feliz verlos juntos, era como sentir calor cuando hacía frio.

La mayoría de los días permanecía horas en la habitación viendo caer los copos de nieve, por suerte cada vez caían menos y eso quería decir que pronto pararía si no me equivocaba y podría salir a pasear ya que comenzaba a sentir claustrofobia. A la única persona que podía ver desde mi ventana era al conserje, que hacía pequeños caminos entre la nieve para que nos pudiéramos desplazar hacia el comedor.

El aburrimiento en aquella habitación comenzaba a ser asfixiante, había recolocado los libros de la pequeña librería un montón de veces… con el armario había hecho lo mismo y por mucho que miraba el ordenador, esperando algún correo, no llegaban, ¿se habrían olvidado de mí? Al hacerme aquella pregunta pensé en la abuela y en que ella estaría pensando en Joel y en mí probablemente, pero no sé por qué aún no había sabido nada de ella, por estas fechas siempre recibía una carta de ella. Supuse que la gran nevada de estos días habría retrasado el correo, así que, sin nada que hacer pensé que lo mejor sería salir a dar un paseo por la casa. Al poner la mano en el pomo de la puerta recordé la caja de la abuela que tenía debajo de la cama y fui a cogerla, de paso cogí la llave que había guardado en una bolsita, ya que aún no había podido abrirla, mi diario, y decidí que sería bueno ir a la biblioteca a intentar averiguar algo sobre la caja o por lo menos intentarlo ahora que estaba sola, de esa manera me ahorraría bastantes explicaciones, así que, lo cogí todo y salí en dirección a la biblioteca. Por suerte, al llegar no había nadie pero aun así preferí ir hasta el final por si las moscas entraba alguien, no había traído ninguna bolsa para guardar la caja.

Me senté en mi mesa habitual, la más próxima a la ventana, porque me gustaba mucho como se veían las cosas con la luz que entraba por ella, era la más grande. Abrí mi pequeño diario, bueno, más que un diario era el lugar donde escribía cartas que no enviaba y la mayoría eran para mi abuela. No sé por qué no se las enviaba, sabía perfectamente que le hubiera hecho muchísima ilusión pero me costaba muchísimo abrirme a ella, incluso con los cambios que habían sucedido aquel verano.

Esta vez volví a escribirle.

“Querida abuela, afuera hace muchísimo frío y aunque en la escuela nos dicen que deberíamos salir a pasear para acostumbrarnos al frío y de esta manera no resfriarnos, cosa que encuentro realmente absurdo porque estoy segura que hasta los esquimales se resfrían. A mí me da muchísima pereza ya que no me gusta nada el frío, por eso prefiero venir a la biblioteca.

He intentado abrir la caja en las pocas ocasiones en las que he podido estar sola, ¡dichosa cajita!, la verdad es que no logro entender aquello que me dijiste de “abrirla con el corazón”. Una de las veces que lo intentaba, mis compañeras me pillaron “in fraganti” y me vi forzada a explicárselo de la manera más comprensible a pasar de que yo no lo comprendía, la verdad es que esperaba que pusieran cara de sorprendidas por lo absurdo de la explicación y después se rieran de mí, pero la sorprendida fui yo cuando se pusieron a husmearla intentando abrirla aunque al final se rindieron y la dejaron estar.




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