El retorno del Asesino

Capítulo I. El Gran Maestre. Parte I

Abran, abran la puerta que conduce a la oscuridad perpetua y liberen de su prisión a ese corazón que se desangra víctima de un dolor que no duele pero continúa preso de un pasado que lo asfixia sin piedad.

Ahí estaba, parado frente al espejo que ya no devolvía el reflejo de lo que aparentaba, sino la realidad que gobernaba su alma desde hacía mucho tiempo y ya no se ocultaba detrás de los disfraces tendientes a apaciguarla. No, esa animosidad, la sangre fría, ese tinte despiadado que no se detiene ante la bondad de una sonrisa genuina, por fin estaba en control, a la espera de dar el zarpazo que llevaba años censurando.

Es lo que es. Por mucho que se esforzara por cambiar sus hábitos y convencerse de que existían otros caminos para deambular la vida; la encrucijada lo devolvió a los senderos pedregosos y ya no había bifurcación que permitiera el retorno; máxime cuando los atajos hacia la venganza estaban a la vuelta de la esquina, impacientes de verlo cruzar perseguido por la sombra oscura del ocaso.

Se sonreía. Mientras acomodaba la corbata colorada que tantas veces lo acompañó en sus travesías, repasaba una y mil veces los suplicios reservados para los que fabulaban ser como él y presumían, al pasar, una mente que les era esquiva y una habilidad que se les escurría entre la confianza arrogante y la soberbia.

Era hora. El momento de desempolvar viejas artimañas siempre vigentes había llegado y solo restaba esperar que la moneda en el aire dejara de rodar y cayera al suelo del destino para iniciar una cacería sin precedentes. Sin embargo, no todo estaba librado al azar, algunos nombres se agolpaban en el inicio de la lista y otros maleantes, menos prominentes para el común de la gente, fueron minuciosamente seleccionados como la frutilla de un postre que ya estaba cocinado de antemano y solo quedaba espacio para saber en qué momento se apagaría su luz.

Nada iba a detenerlo. Toda vez que una idea se formaba en su mente, era cuestión de tiempo y dedicación para verla materializada en la práctica. Para cada uno de los espectros que gobiernan déspotas en los límites de las tinieblas, había preparado una receta especial.

Era su último trabajo. La pincelada final que retoca un cuadro que, pese a tantos remiendos, no perdía su esencia original; la sensación de plenitud, de saciedad, la conformidad inadmisible de  haber trabajado en cada detalle y saber que por fin, estaba terminado.

—Te tardaste —dijo con las manos en los bolsillos de su pantalón, mirando al infinito horizonte que se alzaba ante sus ojos.

—Estuve ocupado.

—Ya lo creo que sí —dijo sin voltear, con los pensamientos perdidos en alguna parte remota de su pasado.

—Quise que fueras el primero.

—Supongo que no podía ser de otra manera aunque es sin duda también un halago —sonrió.

—Es más el final de una historia deprimente y tediosa que no da para más.

—A veces me pregunto cómo fue que terminamos así.

—¿En medio de un parque devenido en selva frente a las cataratas de Niagara? —preguntó mordaz.

—Sabes bien a qué me refiero

—Bueno… me arruinaste la vida, me convertiste en asesino, me soltaste la mano y luego intentaste liquidarme.

—Te casaste, tuviste una hija, dejaste que la CIA te utilizara; te vengaste de los jueces del infierno sin reparar en el daño que hacías a la Organización y, como si fuera poco, tenías un hijo en camino con otra mujer.

—¿Olvidé que mi vida no me pertenecía? —preguntó frunciendo el ceño.

—Echaste por tierra toda la inversión que pusimos en ti.

—Hablando de eso —carraspeó—, escuché en los pasillos sinuosos de algún tugurio de mala muerte que ya no eres Gran Maestre.

—Robaste mi caja de seguridad con una lista de nombres que tendrían mucho que explicar si sus actividades salieran a la luz —respondió apretando los puños, con los ojos cerrados, vencido por la impotencia—. Tengo suerte de estar con vida; bueno, al menos hasta ahora.

—Admiro el sitio que elegiste como campo santo; es magnífica la vista.

—Siempre me gustó la naturaleza; creo que existe una conexión entre mi alma y estos sitios singulares.

—Al menos los carroñeros se harán un festín con tu cuerpo putrefacto. Y ya puedes dejar de llamar a tus secuaces —dijo Thomas dejando caer el suelo una decena de celulares—. No vendrán a socorrerte.

—Tenía que intentarlo —respondió tragando saliva, volteando para hacer frente a su destino impostergable.

—¿Sabes qué es lo bueno de tu muerte Patrick? —preguntó dejando caer al suelo la mochila que cargaba en su espalda—. Ayer eras el hombre más poderoso del mundo, intocable, inaccesible; pero te embriagaste tanto en la codicia y la soberbia que olvidaste que, irremediablemente, todos los amos caen un día.

—Tus días también están contados; lo sabes.

—Supongo que están contados desde que nací —sonrió.

—Ni siquiera te imaginas el calvario que te espera.

—Sí —suspiró—, sé que le pusiste precio a mi cabeza pero ten por seguro que no me quedaré sentado esperándolos.



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En el texto hay: misterio, romance, venganza

Editado: 19.02.2020

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