CAPÍTULO TRES
UNA REUNIÓN FAMILIAR
Mi familia está loca, pero no tanto como yo y mis ganas de tenerte a mi lado por una buena vez. Aún no es el momento, me digo.
Abro los ojos al escuchar el sonido de mi teléfono vibrar, me estiro y me fijo en el mensaje que tengo: Mi padre. En aquel mensaje dice que debo de ir a su casa vestida con ropa azul por el evento como alcalde, le respondo y observo como la puerta se abre.
Yohan aparece en mi vista, listo para meterse en la cama. Allí me doy cuenta del mal de cabeza que tengo, frunzo el ceño y me doy cuenta de que yo solo la única desnuda en la cama… que no es mi cama y tampoco mi habitación y, por lo tanto, menos mi casa.
Me levanto y veo que me mira confundido. Es tan guapo, pero no recuerdo nada, ¿Qué pasó ayer? Y como si mi mente me pusiera una cámara en frente, recuerdo sus besos, sus manos tocándome, sus gemidos y los míos como también el tremendo orgasmo que llegó al clímax.
—¿No piensas irte o sí? —dice él, tiene un pijama celeste, lo más tapado posible. Mi mente perversa solo quiere sentirlo de nuevo dentro de mí, estaba mejor… mucho mejor.
—Debo de vestirme, no puedo estar así
—Ayer rompí tu ropa, lo siento. Por eso no pudiste vestirte.
—¿Y cómo vuelvo a mi casa? —digo, estoy totalmente desnuda frente a él, que me mira como tanta admiración.
—Pues… no vuelvas, te presto ropa.
—Creo que es demasiado —digo agarrando la sábana blanca que lo tengo para taparme los pechos. —Te lo devolveré lavado, te lo prometo.
Me levanto de la cama y observo mi ropa, todo roto. Y lo entiendo, el sexo que tuvimos fue intenso, muy bueno para ser verdad. Camino hacia el pasadizo que me la sé de memoria y voy hacia la puerta de entrada, pero soy detenida por sus manos que me dan la vuelta, me miran a los ojos y me dice cerca en susurro.
—Debemos de salir
Lo miro y no puedo explicar lo que siento, pero no respondo y tampoco cuando me da un beso en los labios, esta vez suave, cuando se separa me observa un rato más y decide que lo mejor es que me acompañe a mi casa.
Cuando salimos, veo como responde de rápido un mensaje con una mano mientras la otra lo tiene en mi cuerpo. No quiero preguntar porque sé que es muy temprano para decir aquello.
—Es un amigo, no te preocupes —dice mirándome.
—Yo no he dicho nada…
—Pero no eres buena ocultando las cosas, pequeña —dice ya en mi puerta, —Espero que, no te olvides que, de ahora en adelante, estamos saliendo ¿vale?
—Entendido
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Cuando llegue a la casa de mis padres, la seguridad me dio la bienvenida. El vecindario Las Manzanas seguía siendo igual, todos eran tranquilo a la hora de opinar, cuando lo hacían, te lo decían en la cara. Y los anuncios de la revista siempre son con cuidado a la figura pública, por lo que nunca me quejo de seguir viviendo en aquel vecindario.
Observo a Brad, mi guardaespaldas de cuando era una niña pequeña. Siempre me llevaba a pasear por otros lugares y era increíble ver los maravillosos detalles de todos. Recuerdo la vez que me intereso por irme por un peluche y terminé metida en medio del bosque, cuando encontré aquel niño con las manos manchadas de sangre y… nada más.
No recuerdo su nombre, ni que ropa tenía, tampoco como eran sus ojos y menos lo que dijimos. Es como si mi mente bloqueara un recuerdo que podría traumarme para toda mi vida, algo me hizo creerle, aunque no estoy segura de que era lo que escondía.
Luego supe que aquel vecindario hubo huellas de haber sido un engaño, tanto que muchas personas no querían estar con gente que hablaba mal del otro y viceversa.
Brad me saluda y yo hago lo mismo, lo abrazo y me quedo allí unos segundos para respirar el aroma familiar que tengo con él. No es de mi familia, pero forma parte de mi día a día desde mi infancia.
—¿Cómo ha estado, señorita Olivia? —dice quitándose la gorra.
—Bien, tranquila.
—Tu padre te espera en la cena, será mejor que vayas rápido
Asiento y me despido de él, doy pasos rápidos hasta llegar a la mesa familiar. Allí se encuentra mi hermano junto a su esposa, mis padres y un par de señores que no llego a conocer.
Igualmente me siento en el asiento vacío y me quedo quieta en que retomen su conversación. Con la cabeza saludo a mi mamá, que me responde de la misma manera.
—Bueno, ¿puedes continuar, señor Ford? —dice mi padre a uno de los desconocidos, que termina siendo de un señor flacuchento de bigotes y peinado muy a la antigua.
—Bueno, a lo que decía era sobre una familia de mala fama en el vecindario de Beverly Hills, son extremadamente extraños —dice, —Hubo una fecha en la que todo el vecindario lo amaban, pero se llegaron a exponer los trapos sucios, eso lo vi gracias a un blog