El romántico de Dios Vol.1

IV

A decir verdad, aún no había despertado, porque cuando realmente lo hice, estaba acostado en el mismo espacio donde me había desmayado.

Katikil. —¡Vamos, despierta! ¿Estás bien?

Misael (frotándome la cabeza). —¿Dónde estamos?

Katikil (ayudándome a sentar). —En Willkapampa *45, ¿por qué?

Misael (aparte). —¿Un sueño dentro de un sueño? (Confundido). ¿Y dónde está el Inka? Ahora que lo recuerdo estuve hablando con él.

Katikil. —Eso es imposible. Te desvaneciste por el cansancio en el preciso instante en que intenté curarte.

Misael (intentando recordar).

Katikil. —¿Acaso soñaste algo importante?

Misael. —Un sueño no puede parecerse tanto a la realidad.

Katikil (interesándose en el asunto). —¿Y qué soñaste?

Misael. —Soñé con un cóndor gigante.

Katikil (pálido). —¿Un cóndor gigante?

Misael. —Sí, me llevó a la fortaleza de Patsakütik *46. Luego se convirtió en un ídolo de oro.

Katikil. —Dame más detalles de ese cóndor.

Misael. —Bueno, apenas tuve contacto físico con él, pude distinguir que era macho por su cresta rojiza inmensa. Tenía de 2.40 a 2.50 metros de la cabeza a la cola, y probablemente pesaba entre los 22.10 o 22.20 kilogramos. Sus ojos ardían en llamas, y podía hablarme al corazón. Tuve que sujetarme varias veces de su buche, porque volaba alto y muy rápido. Cuando extendía sus alas, estas podían oscilar entre los 6 o 7 metros de largo según mis cálculos.

Katikil. —¿Qué te dijo?

Misael. —No lo recuerdo.

Katikil. —Por cierto, ¿y cómo se mostró el Inka contigo?

Misael. —Muy sabio.

Katikil. —¿Un Inka sabio dijiste?

Misael. —Mientras hablamos, ¿podemos ir a comer algo?

Katikil. —Desde luego. (Saliendo del campo). Sígueme.

Misael (bajando por una gruta secreta). —¿Por qué intentó curar mi alma?

Katikil. —¿Quieres que te diga la verdad?

Misael. —Después de la comida es mi segunda prioridad.

Katikil. —Tienes una enfermedad incurable.

Misael (deteniéndome).— ¿Qué?

Katikil. —Tu enfermedad es muy grave. (Volteando a verme). El mal está en tu corazón.

Misael (deprimido). —Sí, lo sé.

Katikil.—Aun así, llegaste al sitio indicado y con el hombre indicado. (Mostrándome su casa). Bienvenido. (Animándome a entrar). ¿Qué pasa? ¿Piensas quedarte en la mitad del puente todo el tiempo?

Misael (avanzando). —Es impresionante.

Katikil. —Y eso que no la viste antes, cuando decenas de personas poblaban esta zona.

Misael. —¿Y qué pasó con ellos?

Katikil. —La mayoría de personas que habitaron esta camcha *47 han muerto, y las que huyeron, no volvieron. La semana pasada las milicias de España asaltaron nuestras casas, secuestraron a nuestros hijos y violaron a nuestras mujeres. Ellas después de ser deshonradas, fueron quemadas. Los hombres que intentaron defenderlas tuvieron su peor día.

Misael (aparte). —Pero aquí no hay señales de enfrentamiento.

Katikil. —Como te habrás dado cuenta, desde aquella noche, este barrio es un pueblo fantasma.

Misael (intentando disimular mis sospechas). —Qué morriña siento.

Era un barrio mágico, con casitas de totora y terraplenes que sorprenden...

Katikil. —Pasa. (Ingresando a la casa). No solo te daré de comer chunu o sara como me lo pediste, sino también porutu *48 y los mejores alimentos del paraje.

Misael. —Gracias. (Observando el interior de la casa). Todo es tan colorido.

Katikil (lavándose las manos en una vasija de arcilla). —El maní aquí lo preferimos tostado. (Tendiendo un folgo en el adoquinado). ¿Y tú?

Misael (haciéndoseme agua la boca al ver el fogón prendido). —Sírvame cualquier cosa, pero que sea rápido, por favor.

Katikil. —Como digas, pero siéntate. (Sirviéndome un jarrito con agua y papas sancochadas).

Misael. —¡Qué delicia!

Katikil. —El turrón sale en cinco minutos.

La comida tenía un sabor exquisito; las papas sabían distinto.

Misael (degustando el manjar andino).—Qué suerte la tuya, debe ser fascinante vivir en un lugar donde no hayan empresas que busquen intoxicarte.

Katikil.—No sé a qué te refieres con eso. Pero no todo es tan bueno como parece. Ojalá hubieras llegado antes del gran conflicto.

Misael. —Quizá, pero al menos no tiene que vivir en un planeta contaminado, deforestado.

Katikil. —Sí, pero políticamente el Tawantinsuyu está deshecho. (Entristecido). Antes de la trifulca entre Wäskar y Atawallpa *49 el orden era perenne. (Sacando de su estufa de marga el turrón asado). Quería evitarte este tema, pero eres demasiado culto como para constreñirte a la duda. (Partiendo el turrón). Sabes, durante el gobierno de nuestro ilustrísimo Wayna Käpak *50 y sus antecesores, los hombres que trabajaban en la mita *51 recibían buenas porciones de comida. Se les daba un trato muy humano, su trabajo era digno y moderado; sin embargo, desde que llegaron los españoles, nuestras consignas dejaron de practicarse. Nuestros hermanos son maltratados por la rigidez, la humedad y el frío de las minas, así como por el abuso de sus encomenderos, que ahora los explotan con la hoja de coca. (Con rabia). Ese pago no se le da ni a un asno, mucho menos a seres humanos que laboran fielmente a favor de una empresa ilícita. (Untando almíbar denso al turrón). Se ha tejido el mito de que la coca aumenta la resistencia física, pero la realidad es distinta. La hoja de coca sirve únicamente para intervenciones quirúrgicas, pero los hispanos están abusando de sus propiedades. (Sirviéndome el turrón). Si nunca hubiéramos cultivado esa planta, tal vez los peninsulares no estarían haciendo de la mita una carnicería. Es natural que todos los hombres que se someten o rehúsan a ese trabajo infrahumano, de igual forma encuentren la muerte. No solo por lo tedioso de la faena, sino por la adicción o la dependencia que esa maldita hierba les genera.



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En el texto hay: misterio, drama, guerra

Editado: 10.01.2022

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